sábado, 26 de septiembre de 2020

La ínsula











Dedicado al Dr. Julio González y a todos los que con él comparten esta suerte cervantina. 




Para Sancho Panza su arriesgada apuesta de acompañar a don Quijote estaba justificada por el premio a recibir: una ínsula de la que sería gobernador. Un objetivo que le sacase de su humilde condición y le permitiera entrar en el selecto mundo de los ilustres. Cervantes nos describe con detalle la gran lista de padecimientos que habrá de padecer para solaz de los lectores que asistirán a una narración divertida donde los personajes vivirán todo tipo de desventuras. 

En el mundo sanitario pasa algo parecido. La ínsula que se nos promete a los médicos de familia es la plaza fija, ese dorado que todos desean epítome de la estabilidad, la abundancia y el reconocimiento social. Y al igual que el desdichado escudero tendremos que padecer manteos, hambres, falta de medios, golpes y palos. No faltarán aventuras en las que seremos objeto de risas y burlas de otros, suframos engaños, sustos, timos, pedradas y demás desgracias. 

Lo habitual es pasar varios años atravesando el desierto de la precariedad laboral. Contratos de un día, de refuerzo, de guardias, que implican cambiar constantemente de consulta, no cobrar los fines de semana, hacer turno de noche o guardias que encadenan varios turnos seguidos, no cobrar los suplementos que corresponderían y otras muchas pendencias. 

La siguiente fase suele suponer una mejora parcial de contrato, hasta que se consigue una interinidad en algún destino poco apetecible por lejanía al domicilio, ser un consultorio con poco personal o por la complejidad de la población a atender. En las comunidades que tienen turno de tarde habrá que resignarse a trabajar en él durante décadas, lo que supone una catástrofe para todos los que tengan hijos o hijas pequeños. 

Algunas décadas más tarde suele llegar la ansiada oposición que, tras prepárala y superarla, nos permita acceder a una plaza fija. En muchos casos nos tocará volver a empeorar el destino alejándonos de casa o teniendo que asumir un cambio poco apetecible para seguir asumiendo una carga elevada de trabajo, cosa que variará poco allá donde vayamos. 

El éxito final podría ser el conseguir un destino próximo al domicilio en turno de mañana, cosa imposible antes de los cincuenta años. Pero los laureados que perseveran y lo consiguen seguirán asumiendo trabajo a paladas hasta que el cuerpo aguante. Eso sí, gastando algo menos de gasolina. 

Otros compañeros, seguramente más sagaces, viendo el percal eligen otras rutas y marchan a otros países donde recibirán mejor trato con trabajo más proporcional y mejores sueldos. No hay que irse muy lejos, en Portugal se gana un 50% más que aquí y en Francia un 100%, lo que condiciona una sangría de personal que dentro de unos años será funesta para muchos pueblos y barrios que verán resentida su asistencia.

Durante el viaje de Sancho hay muchos momentos de duda en los que expresa su deseo de volver a casa y abandonar del todo la aventura. En ellos es su amigo el que le da ánimos y suaviza su miedo. También nos pasa a nosotros, con esa parte quijotesca que es necesario desarrollar para meterse en lides sanitarias. Sin embargo hay cuestiones inesperadas que pueden romper cualquier relato, una pandemia por ejemplo. La que vivimos le está dando la vuelta a todo nuestro mundo y la paliza que estamos recibiendo en sanidad se sale de toda proporción. Sin duda se llevará por delante a una mayoría de Quijotes y producirá graves heridas en los restantes Sancho Panzas.

Nadie sabe bien cómo terminará la historia, pero si pagan a los personajes como pagaron a su autor no auguro gran felicidad, en esta tierra nunca fuimos demasiado generosos con las manos que nos cuidan.





1 comentario:

Julio dijo...

Gracias Salvador. Cordialmente, es decir, desde el corazón.
Un abrazo.