Estos son mis valores, pero si no le gustan tengo otros…
Este año el congreso del grupo Comunicación y Salud de Semfyc ha sido especial. De alguna forma siempre lo son, es uno de los superpoderes de este congreso de formato alternativo y sin publicidad industrial, auspiciado por uno de los grupos más creativos y abiertos a lo humano del mundo de la medicina. Llevo años acudiendo y participando, habitualmente con un taller original que junto a la Dra Isabel Núñez preparamos con mimo y ofrecemos en exclusiva sin que haya réplicas posteriores. Esta forma de trabajar espolea a su vez nuestra creatividad y nos abre a temas y posibilidades nuevas cada año.
En esta ocasión no preparamos taller. No pudimos. Francesc Borrell me abrió la posibilidad de participar en una mesa sobre valores junto a, nada más y nada menos, Marc Antoni Broggi, presidente de la fundación Letamendi, y Victoria Camps, probablemente la filósofa española contemporánea más importante.
Ante la exigencia de esta invitación no tuve más remedio que replegar velas y centrarme en exclusiva al comprender al instante la importancia del asunto. Meter una mesa de valores en un congreso médico es parecido a colocar la traca final de las Fallas en el Senado. Porque dentro de la complejidad que afrontamos a diario en los centros de salud casi todos sabemos de la crisis institucional, profesional y social que padecemos pero pocos imaginamos el calado de la crisis de valores que fluye por debajo y pocos ven. Superpónganlo si quieren a a cualquier ámbito social. ¿Y esto por qué? Apuntó tres razones de la muchas que hay:
1.Ceguera axiológica. Nos cuesta ver y nombrar los valores. Ya nos resulta difícil con las emociones. Los valores son todavía más etéreos.
2.Burbujas éticas y morales. La sociedad tiende a colocarnos dentro de burbujas que compartimos con personas parecidas. En el mundo virtual somos etiquetados según gustos, creencias, valores y actitudes. Posteriormente nos agrupan para recibir información y mensajes que refuercen nuestra condición y nos opongan a grupos de rivales.
3.Crisis narrativa. La mezcla de verdad y mentira, los mensajes reforzadores de identidad que recibimos, la polarización del discurso que impide el diálogo y la confrontación tranquila, la aceleración social que dificulta la reflexión, la pérdida de palabras y la simplificación del discurso y el pensamiento… hacen que el mundo de los valores sea cada vez más ajeno.
Por todo esto no queda más remedio que tomarnos el tema en serio y repasar nuestro valores personales y la jerarquía de los mismos. Para ello no hay mejor pregunta que autoformularse que: ¿qué es lo más importante para mi? Y tratar de desvelar aquello que valoro más y en consecuencia tiene capacidad de orientarme en la vida. Si no somos capaces de responder otros lo harán por nosotros. Así ha sido siempre. Tras responderla pueden desdoblar la pregunta y aplicarla también al ámbito estrictamente profesional. Verán que interesante.
La fundación Letamendi que impulsó la iniciativa es una rara avis del mundo de la salud por sus propuestas de gran calidad que animan las humanidades y favorecen que los que nos dedicamos a la salud recordemos que en nuestra labor hay más aspectos de interés además de la ciencia. Tanto su revista como el blog de propuestas están en abierto, accesibles de forma gratuita por quien desee beber de sus inmensas fuentes. Llevo años recomendándola y lo seguiré haciendo.
Tras las dos horas de la mesa, a la que acudieron unas 90 personas, siguió una jornada trepidante con múltiples talleres y una presentación nocturna del congreso con doblete del propio Francesc Borrell que nos regaló una conferencia delicatesen sobre arte con colofón musical de copla catalana de sorpresa. Al día siguiente otra buena traca de talleres que culminó con la tradicional cena de clausura. No comentaré mucho más del congreso que es la segunda propuesta de Semfyc a nivel nacional, con más de 400 inscritos. Un esfuerzo con la misión de transmitir una llama de luz y de sentido de profesional a profesional. Bien por Josep María Bosch y el equipo organizador.
Podrán echar un vistazo a las propuestas en la web del congreso y si desean mi presentación la tendrán en mi blog y en breve en formato de artículo. Les animo a que indaguen en el tema.
Communication and Values in Healthcare
This year, the congress of the Communication and Health group of Semfyc has been special. In some way, they always are—it’s one of the superpowers of this alternative-format congress, free from industrial advertising, and supported by one of the most creative and human-focused groups in the world of medicine. I’ve been attending and participating for years, usually with an original workshop that Dr Isabel Núñez and I carefully prepare and offer exclusively, without any subsequent repeats. This way of working, in turn, spurs our creativity and opens us up to new topics and possibilities each year.
This time, we didn’t prepare a workshop. We couldn’t. Francesc Borrell offered me the chance to take part in a panel discussion on values alongside none other than Marc Antoni Broggi, president of the Letamendi Foundation, and Victoria Camps, arguably the most significant contemporary Spanish philosopher. Faced with the weight of this invitation, I had no choice but to batten down the hatches and focus entirely on it, immediately grasping the importance of the matter. Introducing a discussion on values into a medical congress is akin to setting off the grand finale of the Fallas fireworks in the Senate. Because amid the daily complexity we face in health centres, almost all of us are aware of the institutional, professional, and social crises we endure, yet few imagine the depth of the crisis of values flowing beneath, unnoticed by most. Overlay this onto any social sphere if you like. And why is this? I pointed out three of the many reasons:
1. *Axiological blindness.* We struggle to see and name values. Emotions are already hard enough; values are even more ethereal.
2. *Ethical and axiological bubbles.* Society tends to place us in bubbles alongside like-minded people. In the virtual world, we’re labelled according to tastes, beliefs, values, and attitudes, then grouped to receive information and messages that reinforce our condition and pit us against rival groups.
3. *Narrative crisis.* The blend of truth and lies, the identity-reinforcing messages we receive, the polarisation of discourse that prevents dialogue and calm confrontation, the social acceleration that hinders reflection, the loss of words, and the simplification of discourse and thought—all make the world of values increasingly alien.
For all these reasons, we have no choice but to take the topic seriously and review our personal values and their hierarchy. There’s no better question to ask ourselves than: *What matters most to me?* And then try to uncover what I value most, which, in turn, has the power to guide me in life. If we can’t answer this, others will do it for us. That’s how it’s always been. After answering, you can extend the question and apply it to the strictly professional sphere too. You’ll see how interesting it gets.
The Letamendi Foundation, which spearheaded the initiative, is a rare gem in the healthcare world due to its high-quality proposals that enliven the humanities and remind those of us in healthcare that our work involves more than just science. Both its journal and its blog of ideas are freely accessible, open to anyone who wishes to drink from their vast wells of wisdom. I’ve been recommending it for years and will continue to do so.
After the two-hour panel, attended by nearly 90 people, the day continued with an exhilarating lineup of workshops and a night-time congress presentation featuring a double act from Francesc Borrell himself, who treated us to a delicate lecture on art, capped off with a surprise musical finale of Catalan *copla*. I won’t say much more about the congress, which is Semfyc’s second national event, with over 400 attendees. It’s an effort with a mission to pass a flame of light and meaning from professional to professional. Well done to Josep María Bosch and the organising team.
You can take a look at the proposals on the congress website, and if you’d like my presentation, it’ll be on my blog and soon available as an article. I encourage you to delve into the topic.
La presentación “Compartiendo valores en el Equipo de Atención Primaria(EAP)” analiza la influencia de los valores en la práctica profesional y la convivencia en equipos de salud. Forma parte de la mesa de humanismo médico del XXXIV Congreso Comunicación y Salud de Semfyc y aborda la tensión entre el apostolado (defensa idealista de valores) y la complicidad (adaptación pragmática al entorno), así como entre sacrificio y supervivencia en la labor médica.
Se cuestiona qué significa ser un buen médico y cómo los sesgos cognitivos (efecto Dunning-Kruger, sesgo de autoservicio y de confirmación), la presión social, la falta de autocrítica y la desconexión entre valores y acciones pueden distorsionar la percepción del propio desempeño. La cultura del éxito y la dificultad de recibir críticas honestas refuerzan una autoimagen idealizada, limitando el aprendizaje y la mejora profesional.
La discusión sobre valores en el equipo sanitario es compleja debido a su subjetividad, el temor al conflicto y la posible hipocresía percibida. Se proponen estrategias como el enfoque dialógico, la autocrítica y el humor para facilitar estos debates sin caer en discursos moralistas. Se resalta la importancia de valores como equidad, transparencia, humanización y trabajo en equipo para una atención primaria efectiva.
También se analiza el impacto de la bioética y el principialismo en la toma de decisiones éticas, resaltando la importancia de la visión bioética en el trato con personas enfermas, sus familias y su comunidad. Finalmente, se plantea si pacientes y comunidad deben compartir nuestros valores, destacando la necesidad de sensibilidad cultural, participación y adaptación a su realidad.
El cierre reflexiona sobre la relación entre valores y sacrificio, explorando dilemas éticos y situaciones reales donde la coherencia con los principios profesionales exige renuncias y compromisos personales.
Sharing Values in the Primary Care Team
The presentation “Sharing Values in the Primary Care Team” analyses the influence of values on professional practice and teamwork in healthcare settings. It is part of the Medical Humanism panel at the Communication and Health Congress organised by Semfyc and explores the tension between apostolate (the idealistic defence of values) and complicity (the pragmatic adaptation to circumstances), as well as between sacrifice and survival in medical practice.
It questions what it means to be a good doctor and how cognitive biases (such as the Dunning-Kruger effect, self-serving bias, and confirmation bias), social pressure, lack of self-criticism, and the disconnection between values and actions can distort the perception of one’s own performance. The culture of success and the difficulty in receiving honest feedback reinforce an idealised self-image, limiting learning and professional growth.
Discussing values within healthcare teams is complex due to subjectivity, fear of conflict, and potential perceived hypocrisy. Strategies such as a dialogical approach, self-criticism, and humour are proposed to facilitate these discussions without resorting to moralistic discourse. The importance of values such as equity, transparency, humanisation, and teamwork is highlighted as fundamental to effective primary care.
The impact of bioethics and principlism on ethical decision-making is also examined, emphasising the significance of a bioethical perspective in interactions with patients, their families, and the wider community. Finally, the question arises of whether patients and communities should share the same values as healthcare professionals, underlining the need for cultural sensitivity, participation, and adaptation to their realities.
The presentation concludes with a reflection on the relationship between values and sacrifice, exploring ethical dilemmas and real-life situations where consistency with professional principles demands personal sacrifices and commitments.
"Nos acostumbramos a la violencia, y esto no es bueno para nuestra sociedad. Una población insensible es una población peligrosa".
Isaac Asimov
La construcción de sociedades del bienestar sigue una cuidada estrategia que lentamente, y con la máxima suavidad, convierte al ciudadano en consumidor. Esta transformación es la obra maestra del sistema de libre mercado y de sus dioses, Beneficio, Desarrollo y Prosperidad. Cambian pues las religiones, filosofías y dinámicas sociales quedando la ciudadanía abandonada a su suerte sin referentes útiles que la ayuden a orientarse en un entorno de complejidad creciente que se transforma cada vez más deprisa. Corremos sin parar avanzando a trompicones hacia ninguna parte en medio de un griterío ensordecedor donde cada cual opina y nadie guía.
Todo parece valer y los valores se funden como cera en un relativismo moral en el que cabe todo. Mezclamos creencias a la carta en nuestras religiones privadas con las que tratamos de construirnos un modelo que nos explique el mundo y nos defienda de la desgracia. Pero solo conseguimos construir castillos de arena que las olas devoran fácilmente. Hoy es común terminar arrasado por la catástrofe vital o por el deterioro físico y mental de los que se quedaron viendo la televisión y se olvidaron de andar y de pensar.
Por otro lado las instituciones sociales y los servicios públicos tradicionalmente sólidos también parecen disolverse en este mundo líquido que todo lo engulle. Basta con limitarles el presupuesto durante años para que terminen convirtiéndose en organizaciones zombi, ni muertas ni vivas, incapaces de desarrollar una labor de calidad. ¿Quién ayudará al enfermo, al agobiado, al moribundo, si los pobres sanitarios, que sufren de sobrecarga crónica y son obligados a trabajar en una cadena de montaje, terminan deviniendo en profesionales zombi?
El mal se ha banalizado y pasa a formar parte de nuestras vidas como un aditamento más que colocamos en una esquina para que no moleste mucho pero desde la que termina enredando más de lo que pensamos. Si dejamos entrar moscas en casa terminaremos sufriendo su pesada presencia. Ahora las moscas son edulcoradas y parecen molestar menos, o al menos nos damos menos cuenta desde que vamos por la vida con pantallas delante, gafas de realidad virtual, auriculares y demás complementos.
El hundimiento de las religiones tradicionales ha alejado de nosotros a los guardianes de la ortodoxia especializados en señalar las moscas, que en la pintura renacentista significaban al maligno. Sufrimos plagas de estos insectos sin que nada ni nadie parezca poder hacer algo al respecto. De hecho en las redes sociales muchos se acompañan de gordos y hermosos ejemplares con los que comparten exabruptos, maledicencias y todo tipo de mentiras. Hoy el que grita más es candidato a triunfador y muchos lo consiguen subidos en enormes y grasientos insectos alados.
Con los grandes males no solemos tener problema, los vemos desde lejos y tratamos de aportarnos. Lo más difícil desde el principio de los tiempos ha tenido que ver con los males pequeños, esos que dejamos acercarse y que no tiene un aspecto peligroso. Por eso el símbolo de la mosca es tan acertado. Hoy seguimos enfrentando el mismo reto y como nos señaló Hanna Harent y el experimento de Milgram, la mayoría somos subsidiarios de convertirnos en poderosos agentes del mal si se dan las circunstancias adecuadas.
Hoy el mal es que nuestro equipo de fútbol pierda o que ganen las elecciones los del partido que nos disgusta. Nadie habla del mal moral, de valores o de redención. La filosofía y la teología tradicionales quedaron circunscritas a ámbitos académicos especializados que no llegan ya a la plaza del pueblo. Allí imperan las imágenes de deportistas, actores y famosos que se pavonean mostrando sus fantásticas vidas. Y sin conversación posible no crecerá la semilla de la reflexión o el discernimiento. Seguirán vendiéndonos la moto, cada vez de forma más personalizada.
El fallecimiento de la periodista Olatz Vazquez ha generado un gran impacto en redes sociales donde compartía con imágenes y texto su enfermedad. Durante meses documentó sus vivencias con un cáncer gástrico diagnosticado en un estado muy avanzado. La aparición de los primeros síntomas durante la pandemia con la sanidad colapsada impidió haber actuado antes. Para los cientos de miles de seguidores que han acompañado su proceso sin duda no ha sido fácil ser testigos del deterioro físico de una persona joven que era transmitido en directo y acompañado con fotografías de enorme calidad y crudeza.
Olatz tomó la decisión de salir del armario de los enfermos graves y contarlo, según sus propias palabras no lo hizo por valor sino por necesidad personal. Sin duda ha convertido sus últimos días en una pedagogía de la vida y de la muerte. Todos vamos a morir, los jóvenes también, parece decirnos. Una muerte que nuestra sociedad esconde por miedo, fealdad o ser antieconómica. La escondemos de los niños pero también del resto, se aísla a los pacientes terminales, se los separa, de alguna manera se los invisibiliza. Esta reacción dificulta el proceso de integrar la enfermedad, la decrepitud y la muerte como consubstanciales a la vida y dar el paso de asumirlas como propias cuando llegan. Porque llegar llegan a todos antes o después. El hecho de no asumirlas está haciendo de la salud un bien de consumo y de la sanidad una industria más, en perjuicio de todos.
La presión asistencial que soportan los profesionales sanitarios no deja de subir y en consecuencia la sobreactuación de los mismos tampoco. Estamos generando espirales de sobrediagnóstico y sobretratamiento que generan más dolor, sufrimiento y muerte que la que soportaban nuestros padres o abuelos. Estamos olvidando que el malestar y los pequeños problemas de salud son algo cotidiano que no precisa intervención especializada. Y que para los problemas de salud graves más nos vale tener un buen médico y enfermera de cabecera cerca que nos conozcan y sean capaces de ayudarnos en la navegación hospitalaria y en el regreso a casa posterior.
La posibilidad de morir por un diagnóstico tardío nos aterra. Nuestra expectativa es que la moderna medicina nos salve de prácticamente cualquier cuestión que podamos sufrir. Llegar tarde a un diagnóstico y no poder hacer nada es un fracaso de la técnica, no debería suceder. Por eso preferimos pagar seguros privados, someternos a todas las pruebas diagnósticas posibles y a todo tratamiento que nos ofrezcan obviando que el exceso en medicina es ya la tercera causa de muerte en Estados Unidos. La yatrogenia es mucho más mortal que los diagnósticos tardíos. Pero nadie documenta en redes sociales su muerte por una complicación de una prueba, un tratamiento o una cirugía, habitualmente no da tiempo.
Por eso cada vez hay más ciudadanos que pagan un seguro de salud privado con la esperanza de que si enferman estarán más protegidos, serán atendidos antes y tendrán acceso a más pruebas y tratamientos. Olvidamos considerar la sanidad un servicio público esencial prioritario que nos defienda a todos por igual. Vemos cómo se deteriora y en lugar de buscar soluciones aplicamos el sálvese quién pueda y permitimos su derrumbe pese a que seamos los principales damnificados quizá no hoy pero con seguridad mañana.
Ni siquiera una pandemia como la que actualmente sufrimos ha hecho que se refuerce la sanidad. Los centros de salud siguen bloqueados, las urgencias llenas, los hospitales rebosando. No hay más recursos pero tampoco voluntad social para usarlos menos. Se acude a ellos por cualquier cuestión menor ocasionando que su bloqueo sea pernicioso para los que de verdad están graves o mortal para el que sufre procesos avanzados.
El testimonio de Olatz nos recuerda la fragilidad de la vida. La importancia de ser cuidados y atendidos cuando estamos enfermos. Para ello necesitaremos quien nos cuide. Y probablemente una sanidad que nos apoye. Tomar conciencia para hacer un uso adecuado de los servicios sanitarios es tan importante como financiarlos adecuadamente y permitir que sus profesionales trabajen sin excesivas sobrecargas para que puedan ofrecer calidad técnica y humana.
The fear of death due to a late diagnosis.
The death of journalist Olatz Vazquez has generated a great impact on social networks where she shared her illness with images and text. For months she documented her experiences with gastric cancer diagnosed at a very advanced stage. The appearance of the first symptoms during the pandemic when the health system collapsed prevented earlier action. For the hundreds of thousands of followers who have accompanied her process, it has certainly not been easy to witness the physical deterioration of a young person, which was transmitted live and accompanied by photographs of enormous quality and crudeness.
Olatz took the decision to come out of the wardrobe of the seriously ill and to tell about it, according to her own words, not out of courage but out of personal necessity. She has undoubtedly turned her last days into a pedagogy of life and death. We are all going to die, young people too, he seems to be telling us. A death that our society hides out of fear, ugliness or because it is uneconomical. We hide it from children but also from the rest, we isolate terminal patients, we separate them, we make them somehow invisible. This reaction hinders the process of integrating illness, decrepitude and death as consubstantial to life and taking the step of assuming them as one's own when they arrive. Because they come to everyone sooner or later. Failure to accept them is turning health into a consumer good and healthcare into just another industry, to the detriment of all.
The pressure on healthcare professionals is constantly increasing, and as a result, so is their over-responsiveness. We are generating spirals of over-diagnosis and over-treatment that generate more pain, suffering and death than our parents or grandparents endured. We are forgetting that discomfort and minor health problems are everyday occurrences that do not require specialised intervention. And that for serious health problems it is better to have a good family doctor and nurse close by who know us and are able to help us through the hospital journey and the subsequent return home.
The possibility of dying from a late diagnosis terrifies us. Our expectation is that modern medicine will save us from virtually any issue we may suffer. To be late for a diagnosis and not be able to do anything is a failure of technique, it should not happen. That is why we prefer to pay for private insurance, undergo every possible diagnostic test and treatment offered, ignoring the fact that medical overkill is already the third leading cause of death in the United States. Iatrogenesis is far more deadly than late diagnosis. But no one documents their death from a complication of a test, treatment or surgery on social media - there is usually not enough time.
That is why more and more citizens are paying for private health insurance in the hope that if they fall ill they will be better protected, treated earlier and have access to more tests and treatments. We forget to consider healthcare as a priority essential public service that defends us all equally. We see it deteriorating and instead of looking for solutions we apply the every man for himself approach and allow it to collapse even though we are the main victims, perhaps not today but certainly tomorrow.
Not even a pandemic like the one we are currently experiencing has led to a strengthening of the health system. Health centres are still blocked, emergency rooms are full, hospitals are overflowing. There are no more resources, but neither is there the social will to use them less. People go to them for any minor matter, causing their blockage to be pernicious for those who are really serious or deadly for those suffering from advanced processes.
Olatz's testimony reminds us of the fragility of life. The importance of being looked after and cared for when we are ill. For this we need someone to take care of us. And probably a health system that supports us. Being aware of the importance of making proper use of health services is as important as financing them adequately and allowing their professionals to work without excessive overload so that they can offer technical and human quality.
De alguna forma la sociedad está en estado de shock. Naomi Klein ya analizó hace años como se usaba esta técnica de manipulación social. Pocos la escucharon. Hoy vivimos otra descarga de shock vinculada a un modo de vida desproporcionado que está entrando en franco conflicto con la naturaleza. Los antiguos griegos ya sabían de ello y lo llamaron hybris, algo que solía tener funestas consecuencias.
Pese a ello, y pese a estar rodeado de una funesta peste que se ríe de sabios y de necios, de ricos y de pobres, me pongo a escribir en este día antes de que amanezca sabiendo que el invierno recién inaugurado será complejo. No nos queda otro remedio que desempolvar los valores y tratar de quedarnos con lo esencial, lo más importante. Pocos imaginaban que aquellas asignaturas de la infancia de ética y religión servían precisamente para esto. Hoy las van retirando de los programas sustituidas por tecnología y economía, los nuevos faros de la civilización. Pobre humanidad, a la que han sustraído sus viejos mapas y su oxidada brújula y le han puesto en la mano un brillante teléfono móvil diseñado para colocar el máximo de información personal en servidores extranjeros propiedad de oscuras compañías.
Y aunque cueste, digo, tendremos que escribir y que contar. Permitirnos un momento de contemplación y reflexión y darnos quizá la oportunidad de compartirlo. Por eso me permito felicitarles la Navidad este año. Y lo hago desde la profunda consciencia de saber lo que significa la palabra, una celebración de la encarnación del Verbo, algo que siendo un misterio abruma y sorprende a quien se acerca con curiosidad a un portal donde se nos muestra que la Vida se abre camino con tenacidad y belleza.
La epidemia nos ha acercado un poco más la muerte, yo deseo que haga lo mismo con la vida. El que recuerda su fragilidad y su finitud tal vez se haga consciente de lo importante que es valorar y experimentar en plenitud su tiempo de existencia. Lo habitual es haberlo olvidado sumergidos como estamos en una viscosa piscina social de distracción y frenesí. Estas semanas están muriendo por covid unas 400 personas al día en nuestro país, que serán varios miles en el resto del mundo. Volverá a ir a más en breve tiempo. Por eso sí que tiene su importancia salvar la Navidad, pero no únicamente para consumir o divertirnos sino para plantearnos si nos atreveremos a encarnar en nosotros esa parte divina que algunos sí descubrieron allanando para nosotros el camino.
Antes de meternos a politizar la eutanasia o el bien morir tal vez sea inteligente hacerlo con el buen vivir, y quizá desempolvar esas asignaturas de las que hablábamos antes. Elijan bien los filósofos y sabios que quieran que les acompañen en su viaje, les aseguro que les harán más bien que esos cantantes, famosos o futbolistas que tanto les gustan y que tampoco les aportan. Cada día nos jugamos un poco de vida, en estos tiempos quizá más, merece la pena tratar de vivirla enterándonos de lo que hacemos.
A different merry Christmas.
Somehow society is in a state of shock. Naomi Klein already analysed years ago how this technique of social manipulation was used. Few listened to her. Today we are experiencing another shock linked to a disproportionate way of life that is coming into open conflict with nature. The ancient Greeks already knew about it and called it hybris, something that used to have dire consequences.
In spite of this, and despite being surrounded by a dismal plague that laughs at the wise and the foolish, the rich and the poor, I begin to write on this day before dawn knowing that the newly inaugurated winter will be complex. We have no choice but to dust off the values and try to keep the essential, the most important. Few imagined that those childhood subjects of ethics and religion would serve precisely this purpose. Today they are being removed from the programmes, replaced by technology and economics, the new beacons of civilisation. Poor humanity, from whom they have taken their old maps and rusty compass and put in their hands a shiny mobile phone designed to place as much personal information as possible on foreign servers owned by obscure companies.
And though it costs, I say, we will have to write and we will have to tell. Allow us a moment of contemplation and reflection and perhaps give us the opportunity to share it. That is why I would like to congratulate you on Christmas this year. And I do so from the deep awareness of knowing what the word means, a celebration of the incarnation of the Word, something that being a mystery overwhelms and surprises those who approach it with curiosity to a portal where we are shown that Life makes its way with tenacity and beauty.
The epidemic has brought us a little closer to death; I wish it would do the same for life. Those who remember its fragility and finiteness may become aware of how important it is to value and experience their time of existence to the full. The usual thing is to have forgotten it, immersed as we are in a viscous social pool of distraction and frenzy. These weeks some 400 people a day are dying from covid in our country, which will be several thousand in the rest of the world. It will go back to more in a short time. That's why it's important to save Christmas, but not only to consume or have fun, but also to ask ourselves if we will dare to incarnate in us that divine part that some have discovered, paving the way for us.
Before we get into the politics of euthanasia or dying well, it might be wise to do so with the good life, and perhaps dust off those subjects we were talking about earlier. Choose well the philosophers and wise men who want to accompany you on your journey, I assure you that they will do you more good than those singers, celebrities or footballers who you like so much and who do not bring you anything. Every day we risk a little bit of life, in these times perhaps more, it is worth trying to live it by finding out what we do.
Una de las cosas que está dejando claro la pandemia es que somos vulnerables. En este momento tenemos un montón de gente enferma por Covid en los hospitales, todas las semanas mueren varias centenas y todavía tenemos para largo.
Sin embargo hay poca reflexión sobre los cuidados, o por lo menos la que hay no se visibiliza lo suficiente. Si el sistema sanitario no da más de sí ¿quién va a cuidar? ¿cómo vamos a cuidar? ¿es posible adaptarse a un nuevo paradigma de cuidados?
José Laguna es teólogo, músico y pedagogo, además de un amigo. Me llena de orgullo leer su última colaboración en los cuadernos de Cristianismo y justicia, un foro intelectual de primer orden. En el texto analiza la vulnerabilidad humana y la incapacidad para sostenerla de una sociedad basada en el éxito, el crecimiento y la autosuficiencia. Vemos en televisión lo que pasa con los ancianos en las residencias, con los inmigrantes hacinados o hundidos, con las colas de tantos excluidos... nos llegan noticias de amigos y familiares enfermos, en paro, con problemas económicos o personales... ¿quién cuida?
Les invito a ver el vídeo y leer el cuaderno. Creo que puede aportar mucho tanto en el mundo sociosanitario como en el resto de la sociedad.
Vulnerability: care as a political horizon
One of the things the pandemic is making clear is that we are vulnerable. Right now we have a lot of people sick from Covid in hospitals, several hundred dying every week and we still have a long way to go.
Yet there is little reflection on care, or at least not enough visibility. If the health system does not give more of itself, who is going to care? how are we going to care? is it possible to adapt to a new paradigm of care?
José Laguna is a theologian, musician and teacher, as well as a friend. I am proud to read his latest contribution to the notebooks of Christianity and Justice, a leading intellectual forum. In the text he analyses human vulnerability and the inability to sustain it of a society based on success, growth and self-sufficiency. We see on television what happens to the elderly in nursing homes, to immigrants who are overcrowded or who have collapsed, to the queues of so many who are excluded... news comes to us of friends and relatives who are sick, unemployed, with economic or personal problems... who is taking care of them?
I invite you to watch the video and read the booklet. I believe that it can contribute a lot both in the socio-health world and in the rest of society.
Ilustración de Paula Alvear, en el poemario del autor Arconte Enfurecido http://bit.ly/ArconteEnfurecido (Presentación en la biblioteca municipal de Galapagar el jueves 27 de febrero, 19h)
Medicina, valores y comunicación
641 palabras, 2:10 minutos de lectura
La medicina moderna ha conseguido un desarrollo espectacular en el último siglo en paralelo al resto de la sociedad. Espoleada por la ciencia y la tecnología ha conseguido superar ambiciosos objetivos y brilla orgullosa en base a sus logros. Lamentablemente hay una sombra alargada que contiene lastres y amenazas. Las inequidades en salud, el sobrediagnóstico y el sobretratamiento, la yatrogenia, la progresiva dependencia del ciudadano de los sistemas sanitarios son realidades cada vez más presentes.
Por otro lado los sistemas sanitarios privados y los enormes conglomerados de industrias farmacéuticas y tecnológicas basados en lucro buscan intereses que cada vez se alejan más el bien común. Frente a ellos los sistemas sanitarios públicos van lentamente hundiéndose lastrados por la infrafinanciación, los recortes y la sobrecarga crónica de sus profesionales. Todos coinciden en la complejidad de gestionar alternativas pero nadie se atreve a implementarlas. Mientras tanto los sistemas sanitarios públicos van fundiéndose como la mantequilla viendo como se externalizan servicios, se precariza a sus profesionales o se reconvierten y cierran unidades (Salud Pública y demás).
La situación es de bloqueo dado que no hay político que quiera arriesgarse a dar pasos que no tendrán rédito en votos, no hay gestor que se atreva con modelos novedosos, no hay profesional que tenga posibilidad de cambiar el sistema y no hay usuario que no quiera más por menos.
Por estas razones tal vez haya que mirar el problema desde una nueva perspectiva.
El paradigma actual de las ciencias médicas tiene base científica. Sin embargo asistimos por un lado a una corrupción de la ciencia manipulada por intereses mercantiles y por otro a una búsqueda de mayor eficiencia que se deja de lado factores tan importantes como los humanistas.
Es cierto que el progreso implica aumentar el beneficio económico y el bienestar, pero si nos atrevemos a meter en la ecuación el progreso ético tendremos que conseguir aumentar la compasión.
Toca revisar los valores. Y de entre ellos elegir lo más valioso para que nos sirva de brújula y dejemos de vagar perdidos y atontados dentro de mercados que nos aturden con sus mensajes y nos impiden clarificar lo que verdaderamente tiene relevancia para nosotros. La axiología tiene un componente personal y otro social, el primero es íntimo, el segundo público. Hoy los valores sociales están condicionados por los intereses del mercado que domina tanto las esferas económico políticas como las sociales.
Se beneficia el individualismo y la competencia, “más es mejor”, el consumir todo lo que uno se pueda permitir, el “yo primero, luego los demás”, la bajada de precios aunque se perjudique a los trabajadores productores. El ganador se lo lleva todo y el pez grande se come al chico. Es el mundo que hemos construido con un puñado de conglomerados industriales que cada vez tiene más poder.
Los servicios sanitarios terminarán abducidos por esos conglomerados que cada vez serán capaces de ofrecerlos a menor coste gracias al uso intensivo de tecnología y a la precarización de los profesionales sanitarios.
Lo único que puede revertir esta tendencia es la toma de conciencia social del valor de las cosas. ¿Qué valor tiene la salud en mi vida? ¿Cómo me gustaría que me trataran cuando enferme? ¿Quiero relacionarme con máquinas, teleoperadores o profesionales sanitarios estresados o por profesionales que puedan dedicarme el tiempo de atención de calidad que necesito?
Pero ¿qué sociedad será capaz de enfrentar estos retos sin cultura, reflexión y diálogo?. Por eso más que quedarnos en la mera queja, por muy justificada que pueda estar, es cada vez más perentorio favorecer dinámicas que propicien la información correcta, la visión crítica y la toma de conciencia.
La ética, la comunicación y la narrativa pueden servir de ayuda. Conseguir reconvertir la complejidad del debate sanitario en un lenguaje comprensible para la sociedad en general será lo que determine si el barco aguanta o termina hundiéndose.
Modern medicine has achieved a spectacular development in the last century in parallel with the rest of society. Spurred on by science and technology it has managed to overcome ambitious goals and shines proudly on the basis of its achievements. Unfortunately, there is a long shadow that contains burdens and threats. Inequalities in health, overdiagnosis and overtreatment, iatrogeny, the progressive dependence of citizens on health systems are increasingly present realities.
On the other hand, private health systems and the enormous conglomerates of pharmaceutical and technological industries based on profit seek interests that are increasingly distant from the common good. In the face of these interests, public health systems are slowly collapsing due to under-funding, cutbacks and the chronic overloading of their professionals. Everyone agrees on the complexity of managing alternatives but no one dares to implement them. Meanwhile, the public health systems are melting like butter as services are outsourced, professionals working conditions get worse or units are reconverted and closed (Public Health and others).
The situation is one of deadlock, since there is no politician who wants to risk taking steps that will not yield a profit in votes, there is no manager who dares with new models, there is no professional who has the possibility to change the entire system and there is no user who does not want more for less.
For these reasons, it may be necessary to look at the problem from a new perspective.
The current paradigm of the medical sciences has a scientific basis. However, on the one hand we are witnessing a corruption of science manipulated by commercial interests and on the other hand a search for greater efficiency that leaves aside factors as important as the humanists.
It is true that progress implies increasing economic benefit and well-being, but if we dare to bring ethical progress into the equation we will have to manage to increase compassion.
It is time to review values. And from among them we must choose what is most valuable so that it serves as a compass and we stop wandering, lost and dazed, within markets that boggle us with their messages and prevent us from clarifying what is truly relevant to us. Axiology has both a personal and a social component, the former being intimate, the latter public. Today, social values are conditioned by the interests of the market, which dominates both the economic and political spheres.
Individualism and competition benefit, "more is better", consuming everything one can afford, "me first, then the others", lowering prices even if it is to the detriment of producing workers. The winner takes all and the big fish eats the small one. This is the world we have built with a handful of industrial conglomerates that are increasingly powerful.
Health services will end up being abducted by these conglomerates, which will be able to offer them at a lower cost thanks to the intensive use of technology and the precarisation of health professionals.
The only thing that can reverse this trend is the social awareness of the value of things. What is the value of health in my life? How would I like to be treated when I am ill? Do I want to be associated with machines, teleoperators or stressed health professionals or by professionals who can dedicate the time of quality care that I need?
But what society will be able to face these challenges without culture, reflection and dialogue? That is why more than just complaining, no matter how justified it may be, it is more and more urgent to favour dynamics that promote correct information, critical vision and awareness.
Ethics, communication and narrative can help. Turning the complexity of the health debate into a language understandable by society in general will determine whether the ship holds out or ends up sinking.