Hace tres años fuimos testigos del colapso sanitario que las diferentes oleadas pandémicas produjeron sin que ninguna medida política, técnica ni epidemiológíca lo evitara. Para muchos médicos fue una epifanía. La cruda realidad nos enseñó que pese a hacer todo los esfuerzos posibles la sanidad tenía un límite, vaya si lo tenía. En Atención Primaria algunos ya lo habíamos visto con anterioridad pero tuvo que ser la pandemia global (y la postpandemia) la puerta necesaria para entrar a un nuevo nivel de comprensión.
En Madrid los pediatras y médicos de familia tuvimos que salir a la calle junto con manifestaciones ciudadanas multitudinarias pidiendo que se reforzara el sistema. Tras varios meses la protesta termino cediendo tras algún parche de la administración, mejoraban algo las condiciones económicas y por primera vez se ponía un límite al número de consultas diarias para evitar aplastar a los profesionales. Esto ha tenido un cumplimiento desigual, lo que ha mantenido la tensión sobre el colectivo y ha hecho evidentes listas de espera no vistas antes en los centros de salud.
A lo anterior se suma la modificación del Estatuto Marco que es la ley que condiciona las relaciones de los profesionales de la salud con las distintas administraciones. Una ley que muchos médicos consideran injusta al permitir condiciones de trabajo peores que las del resto de los trabajadores. Fundamentalmente para los que hacen guardias con un exceso de horas que no se reconocen como extras ni computan para la jubilación. Está surgiendo una protesta nacional que los sindicatos canalizan en las negociaciones con el Ministerio pero faltan muchas voces por oír.
Nos enfrentamos a grandes retos que amenazan los sistemas sanitarios públicos europeos. Por el lado poblacional vemos un aumento del envejecimiento y la cronicidad, a nivel social exigencia de inmediatez y mayor dificultad para tolerar el malestar asociado a la vida, a nivel político mayor dificultad para nivelar presupuestos crecientes con fármacos y productos sanitarios cada vez más caros y a nivel profesional un incremento de la presión asistencial y de exigencia de resultados sin suficiente protección ni contraprestación. Todo esto en una coyuntura geopolítica que nos quiere vender la narrativa de que es necesario invertir en defensa un dinero que tendrá que salir de otros servicios públicos…
Ningún actor ha conseguido dar una respuesta a los retos que tenemos encima de la mesa a modo de nudo gordiano que no hay quien desate. Seguramente será necesario abrir nuevas líneas de reflexión y de diálogo, algo que en estos tiempos en los que todos van a lo suyo cuesta bastante. Por eso defiendo la intuición de que es preciso rescatar la voz de los Colegios profesionales para aunar la de todas las cabezas pensantes que sea posible. Desgraciadamente en Madrid esto no es posible. Pese a que ha habido elecciones recientes, la institución se haya sumida en un bloqueo administrativo dado que la junta saliente ha cerrado de malas formas el camino a la entrante con un recurso contencioso administrativo, de motivación muy cuestionable, que deja a los 50.000 médicos de Madrid sin el amparo y la representación de su Colegio.
No es fácil aventurar qué va a pasar, pero lo que sí podemos decir es que será fundamental priorizar una nueva narrativa que se aleje tanto del optimismo fácil de los que tratan de vender una sanidad “de las mejores del mundo” como de los agoreros que solo ven hundimiento y llamas. Creo que la sociedad precisa médicos que la atiendan, orienten y curen trabajando con unas condiciones dignas que permitan que lo den todo sin dejarse su propia salud por el camino. Por eso seguiré defendiendo esta postura desde mi humilde consulta rural y quizá, si me dejan, desde el propio Colegio.