Relatos de verano: La última reflexión.
Los mejores placeres que conozco son sencillos. Caminar despacio por un bosque, contemplar la vista desde un alto, mirar las estrellas. Reconozco que a lo largo de mi vida me he olvidado de la fresca alegría que producen. No sabría decir con precisión por qué. Podría aducir la prisa, el agobio ó la incosciencia aunque seguramente la lista completa terminaría aburriéndonos. A punto de terminar mi vida reflexiono sobre todas las ocasiones que perdí. Sin acritud pero con rigor. Necesito comprender y para eso es fundamental recordar. En este momento escucho la voz de un piano y tengo un basto territorio virgen al otro lado de la ventana. Creo que la existencia ha sido muy generosa conmigo. Siento que ha llegado el momento de hacer una última ablución y una postrera rendición de cuentas ante mí mismo, el juez más severo que conozco. Empiezo la misma llamando a los testigos de la memoria y ellos vienen con sus testimonios precisos. Unos recuerdos traen su pulgar subido, otros apuntan hacia el suelo condenando. La verdad es que he desperdiciado muchas ocasiones, todas esas cicatrices me acompañan. Lo peor sin embargo no es lo que no hicimos sino lo que no nos permitimos sentir relegándolo a produndas santinas interiores. Queda poca luz fuera, tengo toda la noche por delante. Ahora más descargado sé que estoy preparado para marchar. Cuando lean esta carta sirvanse contactar con mi albacea y con mis abogados. Espero que la retirada del cuerpo no sea un gran inconveniente.
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