lunes, 17 de agosto de 2015

Relatos de verano: Catarros infantiles.


Los catarros y gripes suelen tener una pátina de melancolía. Recuerdo algunos en mi infancia que me dejaban una semana postrado en una cama liberándome de la obligación de acudir al colegio. Eran días mágicos que pasaba entre sábanas imaginando mundos mientras miraba el cielo por alguna ventana. Siempre se me han dado bien estas convalecencias. Agradecía disponer de enormes horas aparetemente largas y vacías en las que iba encontrando formas, intuiciones e imágenes de todos los tamaños. Aprendí pronto a transformar el aburrimiento en un ejercicio máximo de creatividad en el que construir todo tipo de historias. Estas habilidades no nos las pueden enseñar, cada cual las descubre en los derroteros de su propia biografía. Por eso tengo tan buen recuerdo de aquellos resfriados infantiles que por un lado atronaban el cuerpo y por otro permítian que la mente volase. No fueron necesarios muchos médicos ni medicinas, afortunadamente. Tan solo proporcionarme el suficiente espacio como para que hoy les pueda estar contando precisamente esto. 

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