"Few people outside medicine realise that what tortures doctors most is uncertainty" Henry Marsh .@mancunianmedic pic.twitter.com/b9YmQzNZKT— Jonathon Tomlinson (@mellojonny) March 8, 2016
La incertidumbre causa desasosiego y desazón. Por eso no nos suele gustar nada. Hacemos todo lo posible por huir de ella y en consecuencia de todo lo que nos hace sentir falta de control.
En nuestro medio muchos aspectos de la vida son externalizados a servicios que ofrecen disminuir al incertidumbre. Se crean pequeñas y grandes estructuras para ello. Seguros de todo tipo, planes de pensiones, fondos de inversión, productos financieros. Pero también sistemas educativos que tratan de disminuir la incertidumbre del futuro profesional o sistemas sanitarios que luchan para hacer lo propio con la enfermedad o la inevitable muerte.
Dentro de la sanidad todo está diseñado para disminuir la incertidumbre. Cada vez hay más pruebas diagnosticas y se usan más. El objetivo es diagnosticar todo lo diagnosticable, colocar etiquetas siempre que se pueda, no dejar ningún fleco al aire. Cada vez hay más tratamientos que corrigen factores de riesgo, que minimizan posibilidades nefastas, que supuestamente protegen de alguna eventualidad. Esto conduce al sobrediagnóstico y sobretratamiento. Se hacen más cosas de las necesarias y, mucho nos tememos, desgraciadamente más no es siempre mejor.
No le damos suficiente valor al arte de tolerar la incertidumbre. Dicha habilidad precisa de mucho conocimiento pero sobre todo de gran experiencia y abundantes horas de vuelo. Solo el profesional bien entrenado y con décadas de trabajo a sus espaldas tiene el suficiente criterio para tolerar la incertidumbre. Para tomar la decisión de actuar o de esperar y ver.
Los mejores cirujanos y los mejores clínicos se distinguen del resto por esta delicada habilidad. No siempre se les reconoce debidamente.
Parece sensato aceptar que la incertidumbre es inherente a la vida. Por mucha tecnología que pongamos sobre la mesa no conseguiremos que esta merme. Heisenberg lo dejó claro cuando enunció su famoso principio hace noventa años, pero parece que los profesionales sanitarios seguimos sin comprenderlo bien y, lo que es más importante, sin explicarlo con claridad a la sociedad.