Foto de Rafael Edwards
Columnas de fuego surgían de su vigilia. Era capaz de ver las luces más altas y sutiles, escuchar las esferas, entender que es en el vacío donde reposa lo absoluto. Danzaba como los derviches en infinitos giros que convertían sus días en un clamor de versos, en hontanar de melodías, en una hoguera que crepita. Pasaba las noches sumido en la contemplación de sus oscuridades veladas por lejanísimas estrellas. Era feliz porque reconocía el señorío y los privilegios de todos los vivientes. Lloraba también por la estulticia de los hombres y las tormentas de dolor que esta causaba. Pese a la amplitud del mar tenía esperanza, siempre confió en los horizontes por muy lejanos que estos parecieran estar. De este modo bailaba sin que aparentemente nadie se diera cuenta. Llenó su tiempo del delicado aroma que solo algunos seres se permiten expresar. Os lo puedo contar porque hace ya muchos años pasó a mi lado haciendo que brotara en mí algo flamígero y liberador, un reflejo de la grandeza que de alguna forma compartía. En aquel tiempo le llamaban Sergio y anunciaba la llegada de un tiempo de sanar.
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