Nadie me dijo nunca que era posible encarnar el otoño
Transformarse en olvidos amarillos, en ocre indiferencia,
En cascada de errores, en infinita pérdida naranja.
Ahora por fin lo sé, estaba todo escrito
En las blandas carnes de esa fruta turgente,
De ese caqui gigante que de alguna manera soy por dentro,
Una voluptuosidad membranosa y translúcida
Rica en aromas y matices velados.
Por un instante soy emperador del mundo
Como aquellos poetas que se inmolaron a si mismos
Tras apurar el cáliz de la belleza áurea de una pasión desenfrenada.
Habito este palacio de Noviembre cuyas paredes se deshacen
Cayendo lentamente con trémulos susurros
Que implacables van desnudando la estructura
Hasta dejarla yerma, pulida, limpia y tersa.
Este breve reinado bien vale la vida que me habita
En justicia la entrego.... todo lo que me quede por vivir
Entiendo que es en balde, pura gracia.
Por eso me desnudo recostando mi cuerpo
En el lecho de hojas que demuestran al mundo
La verdadera esencia de los colores cálidos
Esos que nos enseñaron a amar los horizontes.
Aquí en mitad del bosque encontraran mi cuerpo los pastores
Se acercarán despacio, temerosos, para terminar acariciando
El deseado cuerno que emanó de mi frente.
No pude resistir tanta belleza,
Eso ha perdido siempre a los flamígeros miembros de mi estirpe.
Pero valió la pena, ahora soy el otoño,
Un asombro escarlata, un esplendor infame,
Una ternura lenta que sueña pertinaz con unicornios.