Nadie la enseñó como se suponía que había que ejercer la maternidad. Fueron años de enorme soledad en una ciudad ajena lejos de su familia con un marido dedicado al trabajo y ninguna amistad. Llevar una casa con tres críos pequeños requería de toda su energía. Frecuentemente se crispaba y toleraba mal las chanzas de sus hijos a los que dedicaba gritos y golpes por no saber hacerlo de otra manera. Se recriminó por ello toda su vida. Lo cierto es que, como descubriría mucho más tarde, lo más grave de todo era que nadie la enseño como relacionarse correctamente con ella misma. Tardó décadas en ir suavizando su manejo interior, la navegación de sus emociones, la fidelidad a ella misma y el valor para afrontar esa terrible sombra que todos llevamos a la espalda. Cuando lo consiguió dejó de gritarse y golpearse y la vida se volvió diferente. Sus hijos volaron y de alguna forma todos marcharon lejos, no tuvieron opción. Para sobreviivir debieron matar metafóricamente a una madre que les había hecho daño. No fueron nunca conscientes pero el drama que esa familia había representado no era distinto al que la propia humanidad lleva fruncido en sus costuras desde el principio de los tiempos
Nota: A partir de ahora introduciremos un relato breve todos los domingos que esperamos sea de su agrado. Muchas gracias.
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