sábado, 24 de agosto de 2013
Relatos de verano: Gambia versus Moraleja
Abrió sus ojos lentamente, su cuerpo no se quería mover. La sensación de agotamiento persistía pese a las seis horas de sueño. Y el calor, ese calor permanente y asfixiante, ese nunca se marchaba. El día anterior tuvo que desplazarse a comunidades del norte, cuatro horas por carreteras desvencijadas en vehículos desvencijados. Allí atendió niños con malaria, heridas supurantes crónicas, cegueras causadas por enfermedades reversibles, enormes hernias abdominales no operadas, insuficiencias cardíacas avanzadas sin ningún tratamiento... La gente seguía adelante con todo aquello, y lo más increíble, sin perder la sonrisa, una sonrisa franca que traslucía alegría. Se acordó de su último día de consulta en el ambulatorio de la Moraleja, a penas diez pacientes, en julio se iba mucha gente de vacaciones. Tres partes de baja, dos tratamientos crónicos, un informe de inspección, una colonoscopia recibida, dos faringitis leves y una urgencia. La auxiliar le llamó con la voz angustiada "doctor, una urgencia en la sala de curas, baje deprisa". Cuando llegó un grupo de seis adolescentes esperaba con cara preocupada, dentro un chico yacía en la camilla rodeado de otros dos amigos y dos enfermeras que le tomaban las constantes. "¿Qué le pasa?" Preguntó de inmediato. Fue uno de los amigos el que respondió, " le ha salido esto, tiene muy mala pinta" y señaló el antebrazo izquierdo, una lesión de 5 milímetros ligeramente elevada y enrojecida... un grano.
Dedicado al doctor Vicente Baos.
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1 comentario:
Esa es la agotadora pero hermosa labor de un medico con humanidad. Bello articulo.
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