Estos tiempos complejos me están enseñando la importancia de depositar la atención en lo que verdaderamente lo merece. Con tanta crispación y tanto ruido de fondo va a ser cada vez más importante no caer en la tentación de atender lo que más grita, más se ilumina, o más intenta a atraernos, sino en la virtud de lo callado, casi invisible o delicado. Viene a mi mente aquel relato del profeta Elías en el libro primero de los Reyes que consigue encontrar la presencia de Dios en una brisa suave y no en el fragor del huracán, la violencia del terremoto o el brillo del rayo en mitad de la noche.
Nosotros hemos dejado de oír la tenue voz divina en un mundo perpetuamente atenazado por pantallas que no dejan de vomitar todo tipo de escándalos, desgracias y cataclismos. Y mira que buscamos en el móvil cientos de veces al día con regulares resultados.
Lo que quería traerles esta semana son tan solo dos pequeños detalles. El primero las caras de los profesionales sanitarios al recibir las primeras vacunas. Mírenlas bien. Lo tendrán fácil por el gran número de fotos que se están compartiendo en redes sociales estos días. Verán ilusión, esperanza, alivio, fe, ganas de luchar, confianza, tranquilidad, alegría, incluso entusiasmo.
Las sesenta personas de mi equipo de Atención Primaria nos vacunamos ayer. Fuimos convocados en dos turnos y se organizó un buen jaleo en la sala de espera. Como tenía bastante faena dejé la puerta abierta y esperé que pasaran todos mientras seguía con mis llamadas y demás. Me llegaba el ruido de fondo de las alegres conversaciones y pese a no distinguir las palabras si acertaba a adivinar las emociones que traslucían. La sensación era parecida a cuando hace unos meses empezamos a recibir los equipos de protección individual tras llevar muchas semanas poniéndonos bolsas de basura encima: alivio y esperanza.
Y algo que necesitamos tanto es necesario compartirlo con la sociedad dado que a su vez esta está gravemente enferma de miedo, crispación y ceguera. Una enfermedad viscosa que contamina cuerpos y almas ocasionando un sufrimiento gris que se queda pegado a la existencia.
No puedo asegurarles el grado de eficacia de lo que me inyectaron en el hombro. No será tanto como dicen los laboratorios. Lo que sí puedo asegurar es que merece la pena soportar un pinchazo, más allá de lo que uno piense o sienta al recibirlo, por el simple hecho de avivar la esperanza en que algún día toda esta pesadilla acabará. Vendrán quizá otras, pero esta en concreto hallará fin.
La otra pequeña imagen que quería compartirles tuvo lugar en la calle Toledo de Madrid pocos minutos después de la deflagración de gas que destruyó un edificio matando cuatro personas. Los vecinos empezaron a retirar grandes piedras y cascotes del pavimento para favorecer el acceso de los equipos de emergencia que aún no habían llegado. Fue algo espontáneo que casi no requirió palabras, ni pensamiento. Unos pocos se pusieron a ello escatimando el riesgo de estar en una zona peligrosa para beneficiar a otros. Coincido con el alcalde en que hay algo de milagro en esta historia, habida cuenta de que había un colegio y una residencia de mayores justo al lado y pudo haber sido una catástrofe mayor. Aunque quizá lo verdaderamente milagroso sea reconocer que en el fondo las enfermedades mortales y las grandes explosiones nos enseñan que la vida que habitamos es paradójicamente leve y tenaz al mismo tiempo. Capaz de apagarse como la llama de una vela con un soplo y a la vez soportar todo tipo de brasas y seguir adelante.
En eso nos quedamos, en seguir adelante.
A vaccine of hope.
These complex times are teaching me the importance of paying attention to what truly deserves it. With so much tension and so much noise in the background, it will be increasingly important not to fall into the temptation of paying attention to what shouts the loudest, shines the brightest, or tries to attract us the most, but to the virtue of what is quiet, almost invisible or delicate. I am reminded of the story of the prophet Elijah in the first book of Kings who manages to find God's presence in a gentle breeze and not in the noise of a hurricane, the violence of an earthquake or the brightness of lightning in the middle of the night.
We have ceased to hear the faint voice of the divine in a world perpetually gripped by screens that keep spewing out all kinds of scandals, misfortunes and cataclysms. And we search our mobile phones hundreds of times a day with regular results.
What I wanted to bring you this week are just two small details. The first are the faces of the health professionals as they receive the first vaccines. Take a good look at them. It will be easy for you to do so because of the large number of photos that are being shared on social networks these days. You will see excitement, hope, relief, faith, desire to fight, confidence, calm, joy, even enthusiasm.
The sixty people in my Primary Care team were vaccinated yesterday. We were called in two shifts and there was quite a racket in the waiting room. As I had a lot of work to do, I left the door open and waited for everyone get the shot while I continued with my calls and so on. I could hear the background noise of the cheerful conversations and although I couldn't make out the words, I could guess the emotions they conveyed. The feeling was similar to when we started to receive our personal protective equipment a few months ago after weeks of putting rubbish bags over our bodies: relief and hope.
And something we need so badly needs to be shared with society, which in turn is seriously ill with fear, tension and blindness. A viscous disease that contaminates bodies and souls causing a grey suffering that clings to existence.
I can't tell you how effective what they injected into my shoulder is. It will not be as much as the laboratories claim. What I can assure you is that it is worth enduring a jab, regardless of what you think or feel when you receive it, for the simple fact of reviving the hope that one day this nightmare will come to an end. Perhaps others will come, but this one will find an end.
The other small image I wanted to share with you this week took place in Madrid a few minutes after the gas explosion that destroyed a building and killed four people. Neighbours began to remove large stones and rubble from the pavement to facilitate the access of the emergency teams that had not yet arrived. It was spontaneous and required almost no words, not even thought. A few people set about it, skimping on the risk of being in a dangerous area for the benefit of others. I agree with the city mayor that there is something of a miracle in this story, given that there was a school and a retirement home right next door and it could have been a major catastrophe. But perhaps the real miracle is to recognise that what deadly diseases and big explosions teach us is that the life we inhabit is paradoxically light and tenacious at the same time. Capable of being extinguished like a candle flame with a blow and at the same time withstand all kinds of embers and keep going.
That is what we are left with, to carry on.
希望的疫苗。
自動翻譯,對錯誤感到抱歉。
這些複雜的時代教會了我注意真正應得的重要性。面對如此之大的緊張氣氛和喧囂,越來越重要的是不要陷入關注那些喊得最響,發光得最亮或試圖吸引我們最多的東西的誘惑,而是要注意什麼安靜,幾乎看不見或精緻。我想起了第一本書《國王》中關於先知以利亞的故事,他設法在微風中找到神的同在,而不是在颶風的喧囂,地震的猛烈襲擊或雷電中間的閃電的照耀下找到神的存在。晚。
在一個不斷被各種屏幕,不斷散佈各種醜聞,不幸和災難的屏幕所籠罩的世界中,我們已經不再聽到神聖的聲音。而且,我們每天都會搜索手機數百次,並獲得常規結果。
我本週想帶給您的只是兩個小細節。首先是衛生專業人員在接受第一批疫苗時的面孔。好好看看他們。由於這些天在社交網絡上共享了大量照片,因此您這樣做很容易。您會看到興奮,希望,安心,信念,渴望戰鬥,自信,平靜,快樂,甚至熱情。
我的初級保健團隊中的60人昨天進行了疫苗接種。我們兩班接班,候診室裡有很多球拍。由於需要做很多工作,因此我打開了門,等所有人繼續拍攝,然後繼續打電話等等。我可以聽到愉快的談話的背景噪音,儘管我聽不清說話的聲音,但我可以猜出它們傳達的情感。這種感覺類似於幾個月前我們開始在自己的身體上放了幾袋垃圾袋後收到我們的個人防護用品:一種救濟和希望。
我們非常需要與社會分享我們急需的東西,而社會又充滿恐懼,緊張和失明。一種粘稠的疾病,污染人體和靈魂,造成灰色的痛苦,一直存在。
我不能告訴你他們注入我肩膀的效果如何。它不會像實驗室聲稱的那樣多。我可以向您保證,無論您收到什麼想法或感覺,都值得忍受一次刺戳,因為一個簡單的事實是,人們希望這一噩夢有一天會終結。也許其他人會來,但是這個會找到終點。
我本週想與您分享的另一幅小圖發生在瓦斯爆炸摧毀了建築物並炸死四人之後的幾分鐘。鄰居開始從人行道上清除大塊石頭和瓦礫,以方便尚未到達的緊急救援隊進入。它是自發的,幾乎不需要說話,甚至都不需要思考。少數人開始冒險,為他人的利益而處於危險區域的危險。我同意市市長的話,這個故事有些奇蹟,因為隔壁有一所學校和一家養老院,這本來可能是一場大災難。但是,也許真正的奇蹟是認識到,致命的疾病和巨大的爆炸教給我們的是,我們所居住的生活同時具有悖論性的輕鬆和頑強。能夠像吹蠟燭一樣熄滅,同時能夠承受各種餘燼並保持運轉。
這就是我們所要做的。