Juan Gervas (Lorca, 1948) es un médico atípico: él mismo reconoce que puede ser considerado un «extremista». Pero Gervas, coordinador del grupo Cesca de investigación sanitaria, cofundador de la sociedad científica Red Española de Atención Primaria, y miembro del comité internacional de clasificaciones de la WONCA -Organización Mundial de Médicos de Familia-, cree que «extremistas son los proponen soluciones farmacológicas a los problemas normales del vivir». Y con consecuencias «graves», advierte este investigador.
-¿Tomamos fármacos que no necesitamos?
-Sí, por supuesto. En este momento, precisamente, hay una discusión acerca del sobreutilizado uso de antifebriles en niños.
-Exacto. En realidad, estos fármacos serían innecesarios incluso en las crisis convulsivas.
- Hay que tener en cuenta que en el curso de la infección, la fiebre ayuda al organismo. En algunos casos se podría tolerar un uso paliativo, restringido. Pero el problema es que recurrimos a este tipo de medicamentos en exceso, hasta el punto de que el ibuprofeno empieza a ser un contaminante frecuente en los ríos, por ejemplo, en las charcas de Doñana.
-¿Qué riesgo puede acarrear para los niños?
-Todos los medicamentos son perjudiciales, el que no actúa sobre el hígado actúa sobre el riñón o sobre el metabolismo. No podemos administrarlos sin necesidad. Ningún niño se ha muerto nunca de fiebre, sin embargo, muchísimos niños han muerto envenenados por el paracetamol que han tomado en casa sin darse cuenta por el buen sabor que tiene y porque lo venden en envases poco seguros.
-En su opinión, ¿qué aspectos de la vida están excesivamente medicalizados?
-Sobre todo, las molestias de tipo psicológico. Se estropea la lavadora y me tomo un medicamento para el disgusto que me he llevado. Y no es anecdótico.
-Y a su juicio, ¿hoy en día abusamos de los antidepresivos?
-Absolutamente y ¡no tienen mayor eficacia que el placebo! El colmo es que el paciente se somete a los riesgos y costes de un medicamento como el antidepresivo para afrontar el disgusto del vivir, que todos tenemos, como un enfado con la pareja o cosas similares.
-¿Estamos perdiendo la capacidad de sufrir?
-¡Claro! Y esto hace además que las personas disminuyamos nuestra resistencia a lo que es la vida. La solución no es una medicación, es enfrentarse a los problemas y tratar de resolverlos.
-No exactamente. La medicalización de la vida también disminuye estrechamente el campo de salud y de disfrute. Como cada vez hay más medicamentos para todo, cada vez es más difícil estar sano. La salud del niño antes la definía claramente la abuela. Ese poder lo estamos perdiendo, ese poder de decir 'estoy sano'. La cuestión ahora es: 'estoy sano hasta que me hago los análisis o hasta que el médico me mande un medicamento'.
Progreso social
-¿ Y no cree que esa mayor calidad de vida se debe precisamente a que el acceso a los medicamentos es más fácil?
-No, es cierto que tiene una parte médica, pero la mayor parte de la expectativa de vida de la que disfrutamos se ha logrado por el progreso social. La democracia, la redistribución de la riqueza, la educación, la recogida de basuras, el agua potable... Eso tiene un impacto en la población que va mucho más allá que las intervenciones médicas.
-¿Y cuál es el papel del médico? Porque, al fin y al cabo, es el que receta.
-Sí, pero el paciente es el que asiste a la consulta pidiendo que se le haga un análisis de colesterol. Y yo tengo que hacer lo que llamo prevención cuaternaria, que es evitar los daños que produce mi actividad. En EE UU esta demostrado que la tercera causa de muerte es la actividad del sistema sanitario. Pero son muchos intereses los que convergen para que el medicamento más vendido del mundo sea una atorvastatina para reducir el colesterol, que se emplea en el 90% de los casos sin necesidad.
-Está demostrado que el tratamiento preventivo del colesterol con medicamentos no tiene fundamento científico. Salvo que haya tenido un problema de coronarias, ¡no se mida usted el colesterol! Sea feliz, disfrute de la vida, no fume, que es una guarrería, procure no llevarse demasiados disgustos. Pero hay una campaña detrás...
-¿Intereses de las industrias farmacéuticas?
-Es muy fácil poner a la industria farmacéutica como un lobo y los demás somos buenos. Yo creo que hay una colisión de intereses en los que estamos todos: periodistas, médicos, industria, políticos y también los pacientes, que quieren sentirse protegidos ante sus temores, alguien que les salve... Cuando convertimos a la industria en el malo impedimos la solución, porque también la necesitamos. La industria farmacéutica es imprescindible, pero hay que controlar sus excesos, de los que también nosotros formamos parte.