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El blanco se enfrenta al negro como el frío lo hace con el calor. Desde la alta antigüedad hemos entendido que el universo estaba constituido por opuestos. Fue bastante más tarde cuando nos dimos cuenta de que lo aparentemente opuesto no era más que un continuo de la misma variable que la ciencia se encargo de medir y cuantificar.
Hoy me gustaría considerar una variable que todos incluimos en nuestra vida y que es responsable en gran medida del color de los cristales con los que miramos el mundo: la gratitud.
Una gracia es algo inmerecido que recibimos gratis, sin que se nos pida nada a cambio. Aquellos que reciben muchas pueden considerarse afortunados y los que no reciben ninguna desdichados. La cuestión radica en el nivel de atención, para recibir una gracia es condición imprescindible darse cuenta. De este modo para Diógenes era una gracia recibir el sol que Alejandro le ocultaba con su sombra, cuando para el segundo el sol significaba poco. En el relato la virgen María asume su inesperado embarazo como gracia mientras otras muchas mujeres tal vez lo considerarían desgraciado. Podemos poner incontables ejemplos pero creo que entenderán a dónde quiero ir. Un vaso de agua a la mitad será interpretado por unos como medio lleno y por otros como medio vacío, una misma situación será merecedora de gratitud para unos y de queja para otros.
Gratitud e ingratitud conforman un eje vital cuyos lados señalan respectivamente hacia la felicidad y la infelicidad. A mayor gratitud mayor sensación de plenitud y dicha, a mayor ingratitud mayor sensación de carencia, insatisfacción y queja. Viene bien recalar un instante en este hecho habida cuenta que vivimos tiempos donde somos de gatillo fácil en cuanto a queja se refiere. Nos quejamos del gobierno, del tiempo, de que nuestro equipo de fútbol pierda, de la crisis, del paro, de lo poco que se nos reconoce en el trabajo. Nos quejamos de nuestra pareja, familia, amistades y entorno, de que sea invierno o sea verano, del sabor del plato que tenemos delante, de tener un coche no suficientemente bueno, de no tener tal o cual cualidad física o psicológica. La queja nos lleva lejos de nosotros al terreno de la insatisfacción, un pantanal donde es fácil hundirse en el barro de la ingratitud y la desazón. Nuestras vidas, por muy fuertes y sanas que sean, alguna vez han quedado atoradas en esta negra ciénaga capaz de detener comunidades enteras y sumergirlas en el húmedo barro de la desesperación.
Hay muchos que hacen caja con la queja y la ingratitud. Cada año nos gastamos millones en cirugías estéticas, en productos cosméticos, en artículos de alta costura y complementos para aparentar. Nos gastamos fortunas en bienes de consumo que nos distingan del resto, mientras seguimos caminando con la boca llena de quejas que esos mismos bienes no consiguen mitigar. Aunque compremos el coche último modelo este queda anticuado al poco tiempo, aunque nos operemos una parte del cuerpo siempre habrá otra que nos disguste.
La gratitud tiene la virtud de ser una facultad bastante barata. Solo pide conciencia, solo pide darse cuenta de que el vaso está lleno hasta la mitad, ergo hay agua en el vaso capaz de calmar nuestra sed. La gratitud reconoce lo que hay y se da cuenta de que lo que hay está bien. Es un regalo inmerecido, capaz de producirnos un bien o de enseñarnos algo. Mientras más gratitud albergue nuestro corazón menos queja cabrá en el pecho al ser mutuamente excluyentes. Si nos diéramos cuenta mediríamos más lo que sale de nuestra boca. La queja contamina cuando es excesiva al llevarnos a una ciénaga de protesta e insatisfacción donde es fácil quedarse trabado. Si hemos participado alguna vez en una charla de café sabemos que es así, salimos de la misma con barro pegajoso hasta las cejas.
La televisión y los medios de comunicación son eficaces transmisores de la queja. Las tertulias, las noticias, los dramas de las series están inflamados con queja permanente que salpica a nuestros hogares. Por cada acto de gratitud que vemos tenemos que tragar docenas de quejas de todo tipo y pelaje. ¿Cómo no vamos a quejarnos si todo el mundo lo hace? Se imaginan que en un telediario se dieran las gracias a cualquier presidente del gobierno, que en una tertulia se agradeciera el punto de vista del otro tertuliano, que en una serie los protagonistas agradecieran la dicha de estar juntos o de recibir la brisa en la cara. Veo muchas caras escépticas, efectivamente la felicidad no vende porque no es interesante. Seguiremos pagando por ver insatisfechos e infelices que nos recuerdan que a fin de cuentas tampoco estamos tan mal.
Es necesario decir basta y decidir cómo queremos ver el vaso de nuestra vida, decidir si queremos ver el agua que contiene y disfrutar hasta la última gota de la misma o sentarnos a un lado del camino con nuestra salmodia de queja a la espera de la limosna de alguien que nos las quiera escuchar.
A nivel psicológico es importante aportar una higiene diaria tal y como hacemos con el cuerpo. La gratitud nos lava del barro y las manchas de la queja. Una pizca de gratitud, una pizca de conciencia de las gracias del dia, es capaz de transformarlo enteramente. No es frecuente que psicólogos, médicos y profesionales sanitarios receten gratitud, visto el poder que tiene, lo barato del remedio y el bien que hace tal vez deberían reconsiderar la posibilidad.