Slave Leia Photo Shoot.
Christopher Stadler
La mayoría de las sociedades complejas se han levantado sobre los hombros de los esclavos. Es cierto que la mayoría evitan incluir este nombre en sus descripciones pero también que al final de cuentas las condiciones de vida de las mayorías pobres a lo largo de la historia no distaban mucho unas de otras. Detrás de todas las maravillas del mundo hay multitudes generalmente hambrientas que dejaron su salud y su vida en el proyecto.
¿Qué responderían hoy si alguien les preguntara quiénes son los esclavos de nuestra sociedad? Si no les viene rápido la respuesta no se preocupen. Añadiremos que seguimos viviendo en una sociedad piramidal con una cúpula exigua que hoy tiene la particularidad de ser seminvisible. Somos capaces de ver a parte de los privilegiados pero no a otros que se esconden en urbanizaciones de lujo con seguridad privada, despachos a bastante altura del suelo y vidas sociales exclusivas. El precio que pagan para vivir rodeados de lujo y privilegios es algo. Han de vivir separados del resto y pagar con tiempo personal la sobreabundancia de bienes materiales. Al detentar cargos directivos y de responsabilidad suelen tener jornadas laborales flexibles pero amplias que reducen su tiempo libre y la posibilidad de introducir variaciones vitales.
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Dentro de lo que llamamos clases medias se sufre también un grado variable de alineación. Con horarios laborales cada vez más amplios, tiempos de transporte de casa al trabajo generosos y sueldos decrecientes que obligan a simultanear tareas domésticas, crianza de niños, cuidado de mayores además del trabajo remunerado que sostenga la economía familiar.
Las clases trabajadoras y menos privilegiadas, preceptoras de subsidios y habitantes de barrios periféricos está claro que ostentan pocos privilegios y tienen vidas con poca posibilidad de promoción y crecimiento personal. Son las que más remedan la imagen histórica de base social sobre la que se erige el resto de la estructura. Hoy disfrutamos de leyes que protegen las libertades y los castigos no se dirimen a latigazo limpio, no voy a negar que hemos avanzado en derechos por lo menos en este lado del mundo. Si miramos los arrabales de la ciudad de Lagos o cualquier megalópolis en África, India o Brasil tal vez veamos que las cosas son distintas.
La reflexión que me gustaría compartir no parte sin embargo del nivel económico sino del de consciencia. La verdadera esclavitud contemporánea tiene que ver con el automatismo de vida que nos impide tomar opciones libres. Es común que ante ciertos estímulos reaccionamos de forma automática por ejemplo a la hora de votar en unas elecciones, de mantener una postura política, religiosa o futbolística. A la hora de reaccionar ante una conducta que no nos gusta de nuestra pareja, hijo o compañero de trabajo. A la hora de sentir miedo, angustia o asco. Solemos tener una serie de estrategias que surgen automáticas cuando la temperatura emocional llega a un nivel. Si pudiéramos ver nuestra vida como en una película tendríamos que admitir que la mayoría de nuestras conductas surgen de este modo privándonos de elaborar una respuesta más acorde con nuestros principios, deseos o inteligencia.
Mientras más automatismos menos elaboración y en consecuencia menos libertad. La esclavitud conductual y emocional es hoy una cadena pesada que limita nuestras vidas y que al ser invisible nos cuesta mucho elaborar y reducir. La única forma que conozco para liberarse de ella es aplicar la luz de la conciencia que nos permite darnos cuenta de la presencia de una emoción incómoda para acogerla y reconducirla en la conducta que consideremos más apropiada en lugar de permitir que el automatismo correspondiente la elija por nosotros. La diferencia entre esclavos y libres radica en algo tan sencillo e invisible como esto. Seguramente ha sido así desde la fundación del mundo y lo seguirá siendo. Merece la pena mirarnos cada cual a sí mismo para tratar de responder ahora quiénes son los esclavos, al fin y al cabo todos tenemos mucho que liberar.