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En consulta recomiendo encarecidamente a mis pacientes que desahoguen sus problemas contándolos a alguien de confianza. Desgraciadamente no siempre es posible encontrar un interlocutor válido; en ese caso les animo a escribir. Pueden hacerlo para ellos mismos y guardarlo, romper posteriormente las cuartillas o convertirlas en carta o escusa para compartirlo con alguien de ese modo.
En ocasiones soy el depositario de esas letras. Tesoros que cuesta destilar, que valen lo que pesan en oro, que nos recuerdan que la fragilidad de los demás no se aleja mucho de la nuestra. Hoy comparto el texto de un paciente que me permite hacerlo público en esta plataforma guardando el debido anonimato. Como creo que su publicación puede hacerle bien lo comparto abiertamente.
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Estoy muy rayado.
Hay
cosas que ni se hablan, ni se enseñan. Y como el mundo está lleno de
teorías con intereses personales, uno ya no sabe si acogerse a la que
más le convenga, o desconfiar de todo. Y desconfiar de todo y la soledad
son dos sensaciones sinónimas.
Pasado
el umbral de los 30, sin sobresaltos sentimentales de calado,
rectamente uniforme, heterosexual de cabeza, de corazón, de acción y de
voluntad. Y de pronto, casi sin venir a cuento, a a cuento de algo que
no pillo, en lo más hondo de mí se despierta una mezcla curiosa de
morbo, curiosidad, erotismo, dulzura, complicidad y otros elementos así,
sencillamente humanos, nada pornográficos, con otros caballeros, hasta
el punto de una cierta inquietud fisiológica en momentos de tensión, y
mucha inquietud interior por no entender a qué viene este desajuste en
el plan de fabricación con el que no tengo armas para enfrentarme.
¿Nos
pasa a todos? ¿Siempre? ¿Me he cambiado de acera sin querer? No, porque
mi deseo heterosexual sigue tan vigente como siempre. ¿La curiosidad ha
matado al gato? ¿La ciberinformación me ha inclinado la balanza? ¿La
saturación social erotizante me ha puesto los vellos como escarpias?
Imposible
hablar de algo así con la esposa. Imposible hablar de esto con amigos
que lo trivializan todo, porque son de la cofradía de lo importante es
vivir la vida, no te compliques la existencia, aprovecha el momento, una
canita al aire.
Conozco
a más de un señor casado que está en la red, sufriente, por dar más
pasos de la cuenta. Aunque igual eso es lo que toca cuando el cuerpo
enciende el ámbar.
No lo sé.
Sólo sé que tengo amigos, pero a muy pocos puedo contarles esta intimidad, que no quiere convertirse en carne de cachondeo.
Me
gustaría comentarlo con un médico. Pero no todos los médicos dan tanta
confianza. Tampoco me veo en el diván, hablando con alguien que no me
conoce. Quizás por deformación veo a los sexólogos como los de Los 40
Principales. Dale fuerte a la mandorla. Be happy. No. Yo así, a rienda suelta, no me veo.
Sé
que estas cuestiones son muy personales, y que cada historia tiene su
matiz propio. Yo estoy intentando recomponer la historia para aclararme.
Igual otros huirían hacia adelante, sin darle importancia, porque todo
lo "bi" suma, y todo lo complicado, resta.
Por
mi forma de ser necesito ser coherente. No tengo ninguna intención de
volver a la adolescencia al borde de mis 40 primaveras. Pero escuchar su
experiencia igual me ofrece luces.
Gracias por la paciencia. Y encantado.
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