Federico Beltrán Masses: Lady Rothschild vestida de princesa egipcia
Hace años me encontré con el aforismo "Huyan de la comodidad como de la peste" y, francamente, no lo entendí. No me era posible comprenderlo siendo hijo como soy de un estado y una sociedad del bienestar. Es verdad que eso está cambiando pero no el sustrato cultural que sigue basándose en la búsqueda hedónica del placer y la comodidad.
Las historias de cine y televisión que consumimos suelen tener final feliz (obligatorio si quieren ser comerciales), los personajes de la revistas de sociedad y el famoseo son paradigmas de éxito. No toleramos que las actrices envejezcan ni que los supuestos héroes fracasen. Nuestro pulgar hacia abajo es implacable, borramos de nuestras pantallas aquello que nos parece incómodo. Tanto los héroes caídos como las emociones no agradables lo son.
Pero si con frecuencia suben a nuestra conciencia emociones desagradables ¿qué podemos hacer? Dedicamos mucho esfuerzo a quitarnos emociones incómodas de encima de la mesa. Las escondemos en armarios y cajones que tratamos de mantener cerrados a la fuerza. Una de las causas principales del cansancio emocional que muchos arrastramos es esta. Cuesta mucho mantener oculta una emoción que puja por nacer dentro de nosotros. En otros casos nos enfrascamos en ellas rumiándolas sin parar como si nuestra lavadora emocional se bloqueara permanentemente en un centrifugado que no cesa. Esto también consume muchísima energía (y desgaste de piezas).
Total, que no solemos hacerlo muy bien. De hecho la inteligencia emocional social de nuestro tiempo es más bien baja dada la falacia de la eterna felicidad que todos perseguimos. Falacia que no nos permite manejar bien las emociones difíciles. Aquellas que duelen o queman, aquellas que nos avisan de algo que muchas veces preferimos no ver.
Hoy tenemos mapas y formas de relacionarnos con nuestras emociones que nuestros padres y abuelos no tenían.
La mejor medicina emocional sigue siendo la toma de conciencia. Lo contrario quizá nos consiga aliviar en un primer momento pero luego traerá más dolor. Esconder una emoción bajo una adicción de cualquier tipo, un tranquilizante, un psicofármaco o una tozuda guerra personal nos hará arder tarde o temprano.
La comodidad emocional es bienvenida. Me parece sensato disfrutar de la vida y de las emociones luminosas. Pero recordemos que la luz de la mañana resplandece gracias a que existe la negrura de la noche. Aceptar que ambas facetas son igual de dignas y necesarias nos ayudará a navegar las encrespadas aguas de la ira, el miedo y la tristeza, emociones que la evolución fue cocinando a fuego lento para nosotros. Saber leer en ellas el mensaje personal que nos transmiten nos facilitará vivir mejor la vida y ser un poco más plenos y maduros cada día.
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