Foto de Alyssa L. Miller
Cuando llegó a su casa la encontró como siempre en la cama. Las cortinas echadas, el dormitorio oscuro. Saludó con un buenos días y un apretón suave en su antebrazo. Mientras abría conversación rodeó la cama para descorrer las cortinas. La luz inundó la estancia. Ella protestó pero se dejó hacer, sabía que el médico tenía razón, tenía el ritmo de sueño cambiado y el sol era su única oportunidad de reajustarse. Hablaron de lo divino y de lo humano, ella comentó que ya todo la daba igual. El asintió, sabía que tenía delante una de las personas más fuertes que había conocido jamás, había muerto y resucitado innumerables veces, si ahora se sentía así tendría sus poderosas razones. Como ya había pasado un tiempo prudencial para una visita que tenía más de cortesía que de clínica hizo ademán de marchar dando un paso hacia la puerta, pero lo volvió a desandar para contar la historia de la joven mujer descorazonada que había atendido esa mañana cuyo pronóstico era a todas luces peor que el de la anciana que tenía delante. Ella escuchó en silencio y no hizo comentarios por educación. Le daba todo igual, aquella historia incluida. El doctor justificó la confidencia para señalar que pasara lo que pasara siempre había algo rescatable en el día, algún fleco de belleza, alguna brizna de paz. Esta vez se despidió en firme con una sonrisa y otro apretón de brazo. "Disfruten el día" fueron las últimas palabras para todos los presentes. Mientras bajaba la escalera se dio de nuevo cuenta de que la enfermedad crónica es una prueba pesada. Una oportunidad de fuego para rescatar el valor del agradecimiento. Cuando a uno le tienen que asear, vestir y dar de comer o elige maldecir o elige agradecer. Lo primero suele ser más frecuente. Al salir a la calle respiró hondo sintiendo que la temperatura era perfecta, sabía que en esa ocasión estaba siendo consecuente con sus palabras, disfrutaba profundamente del momento.
2 comentarios:
Al parecer cierta fibra sencible estaba expuesta y lloré a raudales. Excelente relato¡ Hermoso como la vida misma. Con pocas palabras dibuja tanto color y tantos matices que se abren cien caminos diferentes para reimaginar la historia o continuarla...
Cierro los ojos y puedo sentir la luz derramada, luz tibia sobre dos confidentes, que se alejan en la complicidad del final del camino. Comprensión, acompañamiento, médico de maletín fonendo y remedios, médico de cabecera, cómplice, amigo¡¡¡
Muchas gracias por compartir¡¡¡
Karen
Gracias Karen por tu comentario. Si el texto te ha tocado es porque tienes mucha sensibilidad.
Hay sabiduría cuando dejamos que las emociones salgan.
un saludo.
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