“La prisa y
la presión de la vida
moderna son
formas de violencia.
Dejarse arrastrar
por una multitud de
preocupaciones
contradictorias,
entregarse
a demasiadas exigencias,
querer
ayudar a todo el mundo en todo,
es sucumbir
a la violencia.
El frenesí neutraliza
nuestro quehacer por la paz.
Destruye
nuestra propia capacidad
interna
para la paz porque
destruye la
raiz de la sabiduría interna que hace que
el trabajo
sea provechoso."
Thomas Merton
Estamos agitados. Eso nos hace ser violentos con nosotros mismos. Nos exigimos mucho, usamos la fusta, queremos ir más deprisa, llegar antes a un hipotético futuro que no existe pero ante el que nos sentimos poderosamente impelidos. También nos portamos así con nuestro entorno. Machacamos el planeta y a los que nos rodean con la misma violencia que usamos con nosotros.
Como todo el mundo a nuestro alrededor va igual de deprisa no nos damos cuenta de la locura. Como todo el mundo a nuestro alrededor está igual de fastidiado no apercibimos nuestro propio fastidio... hasta que el agua colma el vaso y aparece la crisis nerviosa o la enfermedad. Hasta que algo fuerte nos para totalmente.
La serenidad y la paz son poderosas medicinas que hay que beber despacio. La prisa las espanta. Cuando en consulta es necesario prescribirlas me obligan a ser muy creativo para no generar susceptibilidades o resistencias. Las personas suelen pedir serenidad en forma de pastilla pero no es posible recetarla de esta forma. Ha de ser la propia persona la que se permita bajar el ritmo y encontrar así, en su propia semana, los necesarios tiempos de tranquilidad que tanta falta nos hacen. Conseguir que los profesionales sanitarios tengan un enfoque amplio de la situación de la persona que tienen delante y ofrezcan respuestas más personalizadas y oportunas es un necesario cambio de paradigma que transcienda la hipermedicalización imperante.
Hay mucho por andar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario