Foto: Christos Tsouplekas
La salud no puede seguir siendo definida como bienestar, ni como bien de consumo. La medicina no puede seguir planteándose sobre una base de enfermedad que constituya su fundamento, sentido y objetivos. Ya no se puede mantener. Consume más recursos de los que tenemos, debilita a la sociedad y a las personas. No nos hace felices.
Las medicinas complementarias florecen por doquier al ofrecer alternativas, formas distintas de entender la salud y la enfermedad, de ofrecer sentido. Y cuando uno está enfermo lo que quiere es curarse, y mientras lo consigue lo fundamental es encontrar sentido. En las consultas de hospitales y centros de salud me consta que no solemos conseguirlo. No abundaré en las razones, de sobra conocidas, en forma de sobrecarga asistencial del médico, tiempos de espera, retrasos, agobios y muchas veces falta de visión o de conciencia. Al médico se le forma con unas coordenadas, con unos mapas. Cuando las respuestas están fuera de ellos se suele perder. Y como a nadie le gusta errar perdido vuelve a sus viejos mapas, olvida responder, ovida dar sentido.
Mientras unos postulan la venta de la sanidad pública a gestores privados y otros defienden el status quo, nadie parece darse cuenta de lo que la gente necesita.
Dentro de la sanidad, cada cual trata de arreglar el sistema a su manera sin ser capaces de dar una respuesta global. Fuera de ella los pacientes asisten al hundimiento sin decir esta boca es mía, preocupados como están de sus problemas. De alguna forma esperan que haya algún sitio para ellos en los botes salvavidas. No pueden imaginar que ya están llenos, siempre lo estuvieron. En los botes van sentados los de siempre, para los demás esperan las frías aguas.
Por eso me atrevo a aventurar que la solución no pasa por arreglar el sistema (en otros países profesionales sanitarios más inteligentes que nosotros no lo han conseguido), sino por buscar una alternativa a la medicina, algo mucho más profundo, algo mucho más radical.
Hagamos el esfuerzo de imaginar por un momento una medicina basada en la salud, en la persona y no en la enfermedad y el paciente. Imaginemos una medicina comunitaria donde el centro no sea el sistema sanitario con grandes hospitales y costosa tecnología sino los determinantes en salud y los hábitos de vida. Una medicina mucho más tenue, más invisible, con menos aparataje, menos edificios, menos máquinas. En ella el protagonismo real sería de la persona, que recuperaría su responsabilidad en su cuidado y en el de su familia y comunidad.
Los servicios sanitarios permanecerían en una discreta segunda línea en forma de un sistema sanitario
diferente, de base en centros de salud resolutivos con medicina personalizada cerca de donde vive la persona y con hospitales más pequeños con 4 funciones principales:
1. Atender urgencias
2. Reagudizaciones de pacientes complejos.
3. Cirugía y traumatología
4. Investigación.
A todo lo demás se le daría respuesta en el centro de salud que estaría vinculado con grandes lazos a la comunidad que lo acoge. El centro de salud no sería el centro de la salud, este estaría en la comunidad, en las relaciones de unos con otros, en el trabajo voluntario, en la red social real.
Hay teóricos mucho más potentes que yo que ya han avanzado propuestas en este sentido. Sirva la actual como modesto intento de contar de nuevo que hay alternativas. Las necesitamos, las podemos construir.
Foto: El mar muerto desde la estación espacial internacional por Chris Hadfield
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