Europa dispone de una enorme herencia cultural que queda de
manifiesto en las obras de arte y en la arquitectura que la engalana. Dentro de
ella destacan las grandes iglesias que desde la edad media a nuestros días se
han ido levantando según las diferentes corrientes estéticas de cada tiempo.
Enormes edificios diseñados para facilitar el encuentro del pueblo con una
trascendencia para la que no se escatimaban medios. Las músicas más refinadas,
la pintura más delicada, la escultura de mayor calidad, las vidrieras, trabajos
de forja, ebanisteria y demás artes y oficios se ofrecían a quienes entraban en
un lugar considerado sacro por albergar la presencia de lo innombrable.
Hoy se están perdiendo esos usos y costumbres. Se sustituye
el uso sagrado del lugar por el turístico, la oración por las fotos, la
liturgia por las colas y aglomeraciones de visitantes que lo miran todo sin
saber bien qué significa lo que ven. Es la sociedad del espectáculo que gusta
del oropel, el lujo y el ornato pero no entiende el valor del silencio, la
mística o la invisibilidad de lo que los sentidos no llegan a mostrar.
En lugar de peregrinaciones la gente se mueve empujada por
marchantes y tour operadores que organizan viajes intensivos en los que es
necesario visitar incontables atracciones al modo de las abejas que van de flor
en flor. No hace falta profundizar, basta con disparar fotos que luego acabarán
olvidadas en algún servidor lejano de Internet.
Este fenómeno de superficialidad extrema se extiende a otros
muchos ámbitos como el sanitario que es de alguna forma uno de los sustitutos
de la religión tradicional. Sus grandes hospitales, sus profesionales con ropas
y lenguajes arcanos, remedan los cultos antiguos ahora travestidos en su adoración
a la Salud, el Bienestar y la Belleza. De este modo el uso del hospital o el
centro de salud cada vez se banaliza más. Basta con tener un resfriado o un
grano sospechoso para acudir a sus servicios de urgencia donde saldremos con
las respectivas pruebas diagnósticas, nuestro informe y nuestro tratamiento que
con gran frecuencia incluirá antibióticos o ansiolíticos que probablemente
estén de más. La relación cuasi-turística o superficial que cada vez está mas
normalizada entre ciudadanía y sistemas sanitarios está vaciando de sentido a
estos últimos como pasó con los templos de los que antes hablábamos. La gente
quiere soluciones rápidas y fáciles a
sus malestares y sensaciones físicas desagradables, queremos cantidad en lugar
de calidad, menores precios en vez de servicios con valor que nos exijan algún pago o esfuerzo.
Cuando acudo a alguna vieja catedral trato de hacer un poco
de silencio interior. No es fácil entre tanto visitante moviéndose deprisa cámara en mano. Gusto de encender una vela acordándome de aquellos que ya dejaron
esta luz y pido que los que aún estamos vivos podamos ver y entender lo que
tenemos delante. Estamos perdiendo el sentido de las cosas importantes, la
trascendencia se convierte en producto y distracción, la salud también. Como
médico me cuesta asumir estos cambios pero he de admitir que son imparables. No
sé si terminaremos viendo autobuses de japoneses visitando los grandes
hospitales públicos o a ciudadanos haciéndose selfies con sus sanitarios, pero
sí que el anterior orden de cosas tiene los días contados.
-->