Foto de ☻☺
La mente humana es semejante a esas caldera de gas con las que calentamos agua y calefacción en nuestras casas. La energía que la alimenta son nuestros pensamientos y sentimientos cuyo caudal varía a lo largo del día según las circunstancias. Cuando estamos tranquilos con nuestras necesidades cubiertas se mantiene muy baja o aparentemente detenida. En momentos en los que nuestras necesidades se disparan salta a su caudal máximo que una vez inflamado libera la potencia suficiente para producir las conductas oportunas que nos lleven a atender y calmar las necesidades pertinentes.
Para que una caldera funciones es necesario que esté encendida, que disponga de una llama piloto ardiendo permanentemente. Esa diminuta llama será la responsable de que prenda el gas cuando es debido y de esa forma el sistema se mantenga útil y operativo. La llama piloto es nuestra consciencia base. Cuando nos llega una avalancha de emociones, la consciencia es capaz de convertir el gas emocional invisible en fuego transformador. Si no está encendida la caldera no prende por lo que evitará que las emociones cumplan su misión de provocar acción, o generar pensamiento o conciencia. En nuestro caso pueden escapar al ambiente de forma tóxica o quedar en el sistema aumentando la presión de este y por ende el sufrimiento del aparato.
Lamentablemente muchos vamos por el mundo con una trémula llama piloto que se mantiene más tiempo apagada que encendida. Eso hace que nuestro manejo emocional sea desastroso. En lugar de permitir que el gas vaya ardiendo según se libera, lo acumulamos en grandes bolsas que cuando consiguen escapar producen tremendas deflagraciones. Hemos transformado nuestra caldera interior en un motor de explosión. Caminamos por la vida de detonación en detonación produciendo daños y quemaduras tanto en nosotros mismos como en los que nos rodean.
Cuando el grado de dolor es importante el cuerpo suele sobrecargar algún sistema y salta el correspondiente fusible produciendo un síntoma. Notamos que nos duele la cabeza, la espalda, la tripa, notamos el cuello contraído, que no podemos dormir, que nos encontramos irritables o nos sentimos débiles. Acudimos al médico por algún remedio que tal vez haga desaparecer el síntoma pero que no consigue revertir la causa del mismo.
¿Cómo mantener prendida todo el tiempo la diminuta llama piloto de la conciencia? Esta pregunta es muy antigua y las posibles respuestas a la misma enormemente variadas. Unos postulan que es necesario practicar a diario con meditaciones, oraciones o técnicas que faciliten mantener la conciencia en un objeto. Otros dicen que basta con prestar atención a todo lo que hacemos cada instante, al cubierto que introducimos en la boca, a la sensación del pie al dar un paso, al aire que entra en el cuerpo al respirar. Para algunos es fundamental reunirse y formar comunidades, otros sin embargo prefieren practicar solos. Hay multitudes que eligen seguir una creencia o una fe, otros reniegan y eligen mantenerse al margen de las mismas. Lo que parece claro es que es importante relacionarse de una manera nueva con el momento presente aprendiendo a posar en él con más permanencia nuestra atención. Trayéndola al mismo de continuo dada su enorme volatilidad y al gran nivel de ruido de fondo y distracciones que hacen que revolotee sin cesar y se aleje de su hogar.
Lo cierto es que las emociones mal procesadas son responsables de una gran cantidad de dolor. Nos resulta mucho más sencillo manejarlas pequeñas que grandes sobre todo cuando hablamos de miedo, ansiedad, asco, tristeza, agobio... Cuando aprendemos patrones de relación con ellas que priman combatirlas o quitarlas de en medio (represión, proyección, negación...) favorecemos que aumenten desproporcionadamente de tamaño, lo que las hace cada vez más inmanejables y potencialmente explosivas. Por eso son tan frecuentes las situaciones de bloqueo que nos sitúan en bucles dolorosos de los que no podemos escapar.
Si tiene la oportunidad de mirar un rato la llamita piloto de una caldera o simplemente una vela acuérdese de que lo verdaderamente importante no es su pequeño tamaño sino la posibilidad de expandir luz que toda llama tiene. Si tiene la oportunidad de sentir cualquier emoción haga lo mismo, agradézcala y permita que se expanda en su conciencia sin temer su calor ni su brillo, en cuanto sea hecha consciente marchará dejándonos en las manos un caudal de energía que podremos utilizar como convenga.