Sacar el teléfono del bolsillo y mandar un mensaje que en potencia podría llegar a miles de personas nos hace sentir bien. Lo mismo ocurre al recibir muestras de reconocimiento en forma de notificaciones, corazoncitos, "me gusta", fotos o demás contenido. Es un engaño bien traído. Salvo excepciones cada cual recibe proporcionalmente a lo que da. Habitualmente menos.
Los que ganan verdadero reconocimiento son muy pocos, menos del uno por ciento de la gran pirámide social. Y no son precisamente los mejores investigadores, ingenieros, artistas o profesionales, son youtubers, jugadores de juegos virtuales, cantantes o cantamañanas de distinta procedencia.
Algunos creímos que Internet y los nuevos medios iban a horizontalizar la comunicación social pero no ha sido como esperábamos. Es verdad que nuestras listas de contactos virtuales superan por mucho a los reales pero lo que se da y recibe de ellos no deja de ser un juego de sombras que cada vez nos roba más tiempo y energía.
En las sociedades urbanas desarrolladas se está implantando rapidísimamente esta nueva forma de socializar. Miramos más nuestras pantallas que a los que tenemos alrededor en nuestros desplazamientos, lugares de trabajo y cada vez más mientras comemos. Es frecuente ver grupos de chavales por la calle sentados en la acera cada cual con su teléfono en la mano o a parejas cenando en restaurantes que en lugar de dar conversación a su acompañante atienden sus móviles con caras aburridas.
Y esto solo es el principio. En poco tiempo se generarán ambientes de realidad virtual inmersiva que serán mucho más atrayentes y adictivos para socializar que el tedioso mundo real. También surgirán asistentes sociales personales que nos pondrán en contacto con perfiles predeterminados de cualquier lugar del mundo al nivel de interacción que se desee.
Dentro de las consecuencias de estos enormes cambios están la dispersión y el despiste por un lado y la pérdida de referentes y relaciones importantes por otro. Se generará entretenimiento pero también mucha soledad y empobrecimiento social dado que el aumento de redes virtuales se llevará a cabo disminuyendo los tiempos y atención que dedicamos a las reales.
Esta faceta de empobrecimiento y enfermedad social no es mostrada por nadie cuando se presentan los teléfonos, aparatos y aplicaciones recién diseñadas al igual que no se habla del dolor de espalda y la debilitación osteomuscular que produce el sedentarismo derivado, entre otras cosas, de la potente industria automovilística.
Vamos a mundos en los que se caminará menos y permaneceremos más tiempo sentados. Mundos en los que cada vez pasaremos más tiempo en clave virtual usando máquinas a las que descuidadamente cederemos nuestra memoria, datos personales, gustos, localización y deseos. Máquinas que con semejante información no tendrán mayor dificultad de hacer con nosotros lo que quieran.
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