viernes, 24 de noviembre de 2017

Los hermanos ignotos



Resulta que tenía un buen montón de hermanos y no me había enterado. Lo empecé a sospechar aquella tarde cuando después de la conversación nos despedimos. Yo no sé moldear piedra en canción ni lienzos en ventana hacia el sudeste pero llegué a saber, no me preguntes cómo, que por tu mano esas delicadezas me alcanzaban. Y también el profundo arte del piano que interpreta las complejas partituras de Chopin, la majestad del que convierte su cuerpo en adorable brisa, la risa infranqueable de los niños que juegan en la orilla. A mí llegaron cientos de preposiciones, nombres, verbos, incontables aromas, vientos, intuiciones. A mí trajeron su tesoro de posibilidades y supe entonces que el milagro es combinación exacta de belleza y aplomo, suavidad y carne que se entrega. Entendí que eras tú, y no los otros, el que llevaba los globos rojos en la mano. Los acepté y me dejé alzar hacia la luna que aguardaba lejana. Allí esperaban los demás vestidos con blancas vestiduras que cubrían desnudeces de color. Lo supe por los rastros de arco iris que dejaban en el suelo. Los seguí hasta el mismo borde lunar y me senté con las piernas colgando en el vacío. Qué fácil es ser ángel, qué hermoso caminar por cualquier mundo que elijamos, qué belleza escuchar la levedad de las puestas de sol. Tengo mucho que aprender, los infinitos no terminan de revelar los secretos azules, los humanos tampoco por mucho que se sepan limitados. Por eso hermano te libero para que puedas completar tu misión de arte y ciencia para la que fuiste enviado desde lejos. Soplaré en la distancia y, convertido en barco de papel, atravesarás mundos que recibirán agradecidos tu esplendor. Véte en paz y espérame más allá de las nieblas de Avalón, nos volveremos a abrazar cuando se cumplan los tiempos del encuentro bajo el ascendente del centauro que canta a las estrellas.



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