Los doctores Serafín Romero y Salvador Casado. Foto OMC
Ayer hice la primera presentación del libro Diario de un médico descalzo. Cuando uno crea algo con la intención de que llegue a otros suele sentir cierta desazón ante la incertidumbre de si gustará. El arte y la literatura no dejan de ser formas de comunicación y como tales no se rigen del todo por la lógica y la matemática.
Lo cierto es que no conseguí un quorum de estrella de rock pero no pasa nada porque tampoco lo soy. Lo que me encontré fue con una institución como la Organización Médica Colegial que pese a su inercia decimonónica alberga profesionales de primera línea finos conocedores de la realidad sanitaria y de las personas que la constituyen. Su presidente, Serafín Romero, hizo una gran demostración de generosidad, con hechos y palabras. A su lado Teresa Alfageme y el resto del equipo de comunicación y demás miembros de la organización que hicieron posible el acto alargando su horario laboral más allá de lo prudente.
También había en la sala familiares, amigos y compañeros médicos. Desde un bebé a personas mayores. No faltaron periodistas, miembros de la sociedad civil no sanitarios y también pacientes. Sin haber organizado nada lo que tenía delante era un público heterogéneo y multidisciplinar, algo por lo que llevo trabajando mucho tiempo.
Serafín Romero presentó el acto, el libro y al autor. Lo hizo desde su perspectiva de médico curtido y buen conocedor de la realidad humana y sanitaria, tras haber desgranado a fondo tanto la obra como a su creador. Fue muy indulgente y cariñoso, más sin duda de lo que un servidor merecía.
Por mi parte expuse brevemente mi visión de las cosas haciendo una defensa de la medicina narrativa. A fin de cuentas el libro se resume en tres palabras: hay que contar. Y hacerlo de todas las maneras posibles para mejorar la comunicación y el encuentro con uno mismo y con los demás. En nuestro tiempo es fundamental crear andamiajes comunicativos basados en buen trato que permitan edificar una sociedad más humanizada con una sanidad proporcionalmente más humana.
La sanidad industrial está maltratando a los profesionales de la salud y en muchos casos a pacientes que se encuentran con muros de prisa, frialdad y estrés. Con situaciones de sobrediagnóstico y sobretratamiento, con yatrogenia, con excesos y carencias, con desigualdades en salud y con profesionales atribulados. Solo con narrativa no cambiaremos esto pero sin ellas no será posible generar la marea de consciencia y reflexión que la sociedad precisa para seguir avanzando.
Doy de nuevo las gracias a todos los que han hecho posible este pequeño libro. A los que me animan, apoyan y apuestan por una nueva manera de hacer las cosas. Saber que navegamos juntos es reconfortante. Saber que lo hacemos para tratar de servir mejor nos llena de sentido.
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