lunes, 17 de julio de 2017

Monacato, servicio militar y contacto interior







En el sudeste asiático es costumbre frecuente que los jóvenes dediquen un año de su vida a tener una experiencia como novicios en un monasterio budista. Durante ese año visten el hábito color azafrán que caracteriza a los monjes y profundizan en la meditación con el objetivo de conocerse mejor y tomar conciencia de la impermanencia de todo lo que existe y la interconexión de todos los seres entre sí.

Como vivo en España yo no tuve una experiencia tan tranquila. Aquí se llamaba servicio militar y me tocó prestarlo quince meses en una base aérea. También nos daban uniforme, en nuestro caso dos en tonos azules: uno de faena y otro de vestir. Nos rapaban el pelo y nos mandaban a meditar a la garita, donde teníamos tiempo de sobra para hacernos las grandes preguntas de la vida. En lugar de un cuenco mendicante nos prestaban un cetme, que es una poderosa arma de fuego. Lamentablemente, mientras serví, alguno que otro se dio un tiro, de forma voluntaria o por accidente, lo que fue para mí una dolorosa experiencia de impermanencia. Podría contar muchas batallas pero no lo haré, tan solo añadir que al finalizar el servicio quedaba claro que la interconexión entre personas está marcada por una férrea pirámide de poder donde es vital saber qué lugar ocupas para sobrevivir con dignidad, sobre todo si eres soldado raso.

Con el paso de los años pude visitar Asia y comprobar con mis propios ojos lo que me habían contado. Pude ver los hábitos azafrán, los templos y pagodas y sobre todo la calma con la que son capaces lidiar con atascos, colas e inconvenientes sin torcer el gesto ni mascullar insultos. Pese a toda apariencia, en el fondo no nos diferenciamos tanto, también allí existen inflexibles pirámides de poder social coloreadas por una pátina distinta que al extraño le resulta exótica. Es cierto que las costumbres y cultura cambian pero en el fondo el ser humano comparte un mismo lienzo en todas partes.

Lo cierto es que nuestra en nuestra sociedad están difuminándose las costumbres, ritos y maneras que ayudaban a encontrar tu posición en el mundo. La involución de las religiones, filosofía, instituciones y costumbres, la preponderancia de la excesiva información y ruido constante, el poder del mercado que ocupa todos los ámbitos vitales, nos impiden contactar con nosotros mismos. Las grandes preguntas se postergan, la muerte y la conciencia de brevedad se niegan y retrasan, la vida pasa a ser una tormenta de movimientos en las que todos corren y sálvese quién pueda. No voy a proponer que mandemos a nuestros jóvenes a monasterios ni a ninguna mili, pero sí que entendamos que es necesario ayudarles a contactar con ellos mismos para que puedan convertirse en adultos conscientes.

Ese contacto interior era lo que proponía el movimiento Hippie, la corriente New Age y múltiples opciones y voces de distinto origen. Como casi todo, se ha intentado comercializar con razonable éxito en forma de gurús de todo tipo, libros de autoayuda, cursos, movimientos, sectas y demás posibilidades. Al final se ha generado una jungla que ha ocupado el espacio que los antiguos templos y cultos patrios dejaron al menguar. No es fácil moverse entre tanta maleza, lo que sí es sencillo es acabar totalmente perdido y comido de picaduras de mosquito.

Desde mi consulta llevo años acompañando y orientando personas a la par que impartiendo cursos de Mindfulness a personas mayores y a grupos de mujeres. La propuesta es sencilla: ocho semanas donde cada cual se siente un rato al día a meditar o respirar conscientemente. No hace falta memorizar manuales ni realizar ningún extraño ritual, tampoco pagar nada. En mi opinión cada cual habrá de buscar su propio camino de autoconocimiento pero si no se hace de forma electiva, será la propia vida con sus adversidades la que termine forzándonos a mirar allí dónde nos resistimos.

Contactar con uno mismo y aprender a llevarse bien con esa voz interior que nos acompaña desde que nos levantamos, es fundamental. No hacerlo conlleva sufrimiento y puede derivar en molestias diversas y en enfermedad. Nunca tuvimos más facilidades y opciones para ello, aunque es cierto que nunca tuvimos tanto ruido y agobio como ahora.

Merece la pena pensar un momento cómo nos llevamos con nosotros, cómo nos cuidamos, qué necesitamos realmente. Si estas preguntas quedan sin responder, en algún momento algo frágil se romperá por dentro. Estas preguntas son buenas aliadas, si las tenemos cerca nos ayudarán a ponernos en camino hacia las necesarias respuestas.







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