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Seraphin, foto de Marilylle Soveran
Tal vez en un futuro lejano seamos capaces de entender el descomunal grado de magnitud de información que nos rodea. Nadados entre torbellinos gigantescos de datos, de números que danzan, de espirales que adoptan diferentes variables de energía, vibración, posición y momento. Nuestros sentidos lo interpretan como formas que seguidamente etiquetamos para poder hacernos una imagen inteligible del mundo. Aquí vemos una hoja, allí un camino, un poco más allá un grupo de árboles. Ahora oímos un murmullo de río, después unas risas de niños. Las infinitas formas que nos rodean son creaciones de la mente. Interpretaciones neurológicas de patrones de masa y energía a las que damos nombre.
La estructura mental más básica es la identidad, la facultad que diferencia al propio ser del resto del universo, la facultad que por ende permite la supervivencia al atender las necesidades básicas del ser y defenderlo del dolor y el peligro. Compartimos dicha facultad con moscas y gusanos cuyos diminutos sistemas neurológicos les animan a buscar el placer y a huir del dolor con la misión de crecer, desarrollarse y reproducirse.
Pero ¿qué pasaría con las formas si no hubiera mente? En buena lógica podríamos inferir que dejarían de ser formas por tanto no estarían separadas entre sí ni del ser sin mente que las mira. ¿Qué es lo que ve un recién nacido o un nonagenario con demencia de Alzheimer avanzada? Ven un universo continuo en el que no existe identidad que separe las formas ni a ellos mismos. No hay pues ego, ni autoconocimiento, no hay testigo, no hay dualidad. Si quieren un ejemplo más cercano consideremos la situación de apagar la mente que solemos hacer cada noche al dormir, o en las situaciones de intoxicación etílica o por otras drogas. La mente deja de funcionar y por lo tanto la percepción del mundo es diferente. Al dormir la mente pasa a modo sueño y funciona con otros parámetros. Un sueño puede recrear una situación virtual donde el soñador sea el protagonista que interacciona con un medio. Se crea una identidad onírica y unas formas oníricas con las que se narran tramas imaginarias o reproducidas de la memoria. En la intoxicación etílica el ser casi apaga casi completamente la identidad perdiendo parcialmente la facultad de reconocer formas y etiquetarlas.
Hay tradiciones espirituales como el Vedanta advaita y otras que promulgan la búsqueda de estados de no dualidad, donde el testigo contempla el mundo y a sí mismo como una misma cosa. Tratan de traspasar el velo mental que nos separa de la verdadera naturaleza de lo observado. Otras como la de los derviches giróvagos buscan la unión con el universo mediante la danza ritual que hace girar sin cesar al buscador. En otros caminos se utilizan hongos y sustancias alucinógenas que abren la mente de quien las consume a otro tipo de visión. Las más antiguas se ayudan de tambores y música repetitiva que intenta inducir un estado de trance que nubla la mente y permite observar aspectos mágicos y especiales del mundo.
Ir más allá de la mente ha sido una de las metas de la humanidad, uno de los principales viajes que se han acometido desde la noche de los tiempos. Necesitamos respuestas y en este lado de la percepción no las encontramos. El chamán primero y los sacerdotes y místicos después, se atrevieron a salir de sí mismos hacia otros mundos donde encontrar el necesario conocimiento que nos dotase de sentido. Los paradigmas religiosos, cosmológicos y antropológicos básicos surgieron de aquí. Los arquetipos que explicarían el mundo también.
Hoy sin embargo hemos entronizado a la ciencia como fuente suprema del conocimiento objetivo y miramos con recelo las alternativas antiguas de búsqueda subjetiva de respuestas. Hemos avanzado mucho en pensamiento racional al precio de dejar de lado los procesos irracionales que nos llevan acompañando desde que el mundo es mundo. Aunque si miramos bien no los hemos dejado de lado del todo. Un 25% de los enfermos sigue consultando con magos, homeópatas o terapeutas alternativos que no ofrecen tratamientos objetivos. Un gran porcentaje de ciudadanos sigue leyendo su horóscopo y buscando respuestas en astrólogos o echadores de cartas. Una gran mayoría sigue creyendo en dogmas e ideas que no tienen fundamento científico alguno y construyendo a partir de ellas sistemas morales que rigen su conducta.
No estamos tan lejos de aquellos ancestros anteriores a la revolución neolítica por mucho que nuestras ropas o casas parezcan más sofisticadas. Seguimos en mitad de un universo que entendemos parcialmente y que sigue albergando monstruos, dudas y grandes incertidumbres. Seguimos perdidos en mitad de una selva que se empeña en escondernos sus caminos. La luz de la ciencia nos permite ver un poquito mejor pero no es suficiente para el grado de sombra que la noche cierne alrededor. Durante mucho tiempo tendremos que seguir recurriendo a nuestra naturaleza híbrida racional e irracional, cortical y subcortical, objetiva y subjetiva. Habrá que seguir cruzando a la orilla misterios del mundo subjetivo, ese donde la mente no puede entrar, para encontrar las respuestas que nos ayuden a marcar el camino.
Mientras tanto habrá que seguir conviviendo con charlatanes y sabios, con brujos y científicos, con iluminados y poetas. No nos será sencillo distinguir el trigo de la paja dado que al haberse globalizado la humanidad convivirán inevitablemente tantos caminos como culturas y subculturas haya. El reto seguirá estando donde siempre, en el territorio personal interior, en ese mar que todos contemplamos por la noche y al que nos da pavor enfrentar con medios tan exiguos. Sin embargo sabemos que al otro lado hay vida, hay territorios, islas y tesoros. También que es arriesgado al podernos encontrar con infortunio y muerte. Ese miedo nos ha hecho delegar en otros el viaje, subcontratar un mago o una creencia que viaje por nosotros y nos traiga respuestas.
El dia en que cada cual acometa las suyas tal vez veamos surgir una nueva cultura que cambie para siempre el modo en el que vemos y comprendemos lo que nos rodea.
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