No tenemos ni idea de qué es África. Sabemos cosas pero no
comprendemos su verdadera realidad. Es un problema de imaginación, desde
Europa no nos es posible aproximarnos a un universo tan rico y
complejo.
Para muchos de nosotros África es
otro planeta. Un vasto territorio poblado por gente que suponemos negra y
pobre. Nuestros parámetros no sirven para entender la enormidad,
belleza y complejidad de lo que sin duda es nuestro origen y,
probablemente, nuestro destino.
Recientemente
he tenido el privilegio de asistir a un concierto de música Africana
siendo sus intérpretes -Wafir y su hermano (Sudán), Abba Suso (Gambia) y Seydina Dyaye (Senegal)- los responsables de esta reflexión. Es verdad que
muchas culturas que constituyen la realidad de dicho continente no
tienen largas tradiciones escritas. Es verdad que muchos de sus
habitantes siguen viviendo con niveles de desarrollo elementales. Pero
cuando se presta atención a sus historias, a la sensibilidad de sus
gentes, a su manera de bailar y moverse, a su forma de reír, uno se da
cuenta de la calidad humana que se esconde tras las apariencias.
La kora es un instrumento de 21 cuerdas y una caja de resonancia hecha con
una gran calabaza y piel de vacuno. Proviene de Gambia, Senegal y
regiones anexas. Escuchar su sonido tiene un efecto calmante para el
alma desde hace siglos. Su música está hecha de retazos de historias
que durante milenios se contaron al calor del fuego del clan. Unas
historias que nunca fue tan urgente rescatar que en estos momentos de
confusión y crisis sistémica.
El mundo que
hemos creado se desmorona. El sistema financiero nos empobrece, el
sistema educativo nos embrutece y el sistema sanitario nos enferma.
Progresamos tanto, nos desarrollamos tanto... que olvidamos lo importante y
enfrentamos el deterioro de la especie y el daño que hacemos al
planeta. Es tiempo de regresar a África y recordar lo esencial: el modo
natural de relacionarnos con el universo y la alegría del que camina
sabiéndose enormemente privilegiado.
Las
músicas africanas que escuché me tocaron el corazón. Intuí la profunda
sabiduría que escondían, la multitud de personas que en ellas se hacían
presentes, el misterio de lo que significa ser humano.
Hoy
no estamos siendo justos ni con África ni con los africanos. El
continente sufre guerras, epidemias, corrupciones, expolio y desprecio.
Sus habitantes tratan de sobrevivir en un medio cada vez más hostil por
el traslado de la población a las ciudades y una climatología cada vez
más adversa. Vemos como arriesgan sus vidas para llegar a una Europa con
las puertas cerradas que sin embargo está bien dispuesta a comprar
materias primas a precio de saldo y vender productos y armas para hacer
caja.
El futuro de la humanidad se jugará en
África. Mientras peor les vaya a sus habitantes peor nos irá a todos.
¿Seremos capaces de tomar partido o seguiremos mirando desde la barrera?
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