ha sido desde hace mucho uno de mis teólogos favoritos. En la curia no tenían la misma opinión de él, lo que le obligó a colgar sus hábitos de franciscano para poder seguir pensando y escribiendo libremente. Lo conocí hace unos años en un seminario en la universalidad Carlos III de Madrid y me maravillaron sus setenta y tantos años de lucidez. Hoy lo invito a este blog porque coincido con él en r
. Los abordajes que hacemos desde el mundo sanitario son claramente biologicistas. Tenemos especialistas en corazones, riñones, dedos de la mano, vesícula biliar, ojos... pero hay pocos profesionales que atiendan la complejidad social y psicológica de la persona. La esfera transcendente no se contempla prácticamente nunca.
Por regla general todos los trabajadores de la salud han sido
modelados por el paradigma científico de la modernidad que ha hecho una
separación drástica entre cuerpo y mente y entre ser humano y
naturaleza. Así se han creado muchas especialidades que tantos
beneficios han traído para el diagnóstico de las enfermedades y también
para las formas de curación.
Reconocido estos méritos, no podemos sin embargo olvidar que se ha perdido la visión de totalidad:el ser humano dentro de una visión más amplia de la sociedad, de la naturaleza y de las energías cósmicas, la enfermedad como una fractura de esta totalidad y la curación como la reintegración en ella.
Hay en nosotros una dimensión que responde por el cultivo de esta
totalidad, que vela por el eje Estructurador de nuestra vida: es la
dimensión del espíritu.
Espiritualidad viene de espíritu; es el cultivo de lo que es propio
del espíritu, su capacidad de proyectar visiones unificadoras, de
relacionar todo con todo, de conectar y reconectar todas las cosas entre
sí y con la Fuente Originaria de todo ser.
Si el espíritu es relación y vida, su opuesto no es materia y cuerpo
sino la muerte como ausencia de relación. En este sentido,
espiritualidad es toda actitud y actividad que favorece la expansión de
la vida, la relación consciente, la comunión abierta, la subjetividad
profunda y la trascendencia como modo de ser, siempre dispuesto a nuevas
experiencias y a nuevos conocimientos.
Los neurobiólogos y estudiosos del cerebro han identificado la base
biológica de la espiritualidad; se encuentra en el lóbulo frontal del
cerebro.
Descubrieron empíricamente que siempre que se captan los contextos
más globales o se produce una experiencia significativa de totalidad o
también cuando se abordan de forma existencial (no como objeto de
estudio) realidades últimas cargadas de sentido, y se producen actitudes
de adoración, devoción y respeto, hay una aceleración de las
vibraciones periódicas de las neuronas localizadas allí.
A este fenómeno lo llamaron el «punto Dios» en el cerebro o la aparición de la «mente mística» (Zohar,
SQ: Inteligencia Espiritual, 2004). Es como un órgano interior por el cual se capta la presencia de lo Inefable dentro de la realidad.
Este hecho constituye un avance evolutivo del ser humano que, como
ser humano-espíritu, percibe la Realidad Fontal sustentando todas las
cosas. Se da cuenta de que sorprendentemente puede entablar un diálogo y
buscar una comunión íntima con ella. Tal posibilidad lo dignifica, pues
lo espiritualiza y lo conduce a un mayor grado de percepción del Enlace
que conecta y reconecta todas las cosas. Se siente dentro de ese Todo.
Este «punto Dios» se revela por valores intangibles como más
compasión, más solidaridad, más sentido de respeto y dignidad. Despertar
este «punto Dios», quitar las cenizas con las que una cultura
excesivamente racionalista y materialista lo cubrió, es permitir que la
espiritualidad aflore en la vida de las personas.
A fin de cuentas espiritualidad no es pensar a Dios, sino sentir a
Dios a través de ese órgano interior y experimentar su presencia y
actuación desde el corazón. Lo percibimos como entusiasmo (en griego
significa tener un dios dentro) que nos lleva y nos sana y nos da
voluntad de vivir y de crear continuamente sentidos de existir.
¿Qué importancia prestamos a esta dimensión espiritual en el cuidado de la salud y de la enfermedad?
La espiritualidad tiene una fuerza curativa propia. No es de ninguna
manera algo mágico y esotérico. Se trata de potenciar las energías
características de la dimensión espiritual, tan válida como la
inteligencia, la libido, el poder, el afecto, entre otras dimensiones de
lo humano.
Estas energías son altamente positivas como amar la vida, abrirse a
los demás, establecer lazos de fraternidad y solidaridad, ser capaz de
perdón, de misericordia y de indignación ante las injusticias de este
mundo, como lo hace ejemplarmente el Papa Francisco.
Además de reconocer todo su valor a las terapias conocidas, hay todavía un
supplément d'âme
como dirían los franceses, un complemento de lo que ya existe, que lo
refuerza y enriquece con factores oriundos de otra fuente de curación.
El modelo establecido de medicina no tiene, por supuesto, el
monopolio del diagnóstico y la curación. Es aquí donde se abre camino la
espiritualidad.
La espiritualidad en primer lugar fortalece en la persona la
confianza
en las energías regenerativas de la vida, en la competencia del
médico/a, en el cuidado diligente del enfermero/a. Sabemos por la
psicología profunda y la transpersonal el valor terapéutico de la
confianza en el curso normal de la vida.
Confianza significa básicamente decir: la vida tiene sentido, vale la
pena, tiene una energía interna que la autoalimenta, es preciosa. Esta
confianza pertenece a una visión espiritual del mundo.
Pertenece a la espiritualidad la convicción de que la realidad que
captamos es más de lo que los análisis nos dicen. Podemos tener acceso a
la misma por los sentidos interiores, por la intuición y por los
caminos secretos de la razón cordial.
Se puede ver que hay un orden subyacente al orden sensible, como
sostenía siempre el gran físico cuántico, y premio Nobel, David Bohm,
alumno predilecto de Einstein.
Este orden subyacente responde de los órdenes visibles y siempre
puede traernos sorpresas. A menudo los mismos médicos se sorprenden de
la rapidez con que alguien se recupera o cómo situaciones consideradas
normalmente como irreversibles, retroceden y acaban curando. En el fondo
es creer que lo invisible e imponderable es parte de lo visible y
previsible.
Pertenece también al mundo espiritual, la esperanza inquebrantable de
que la vida no termina con la muerte, sino que se transfigura a través
de ella. Nuestros sueños de regresar a la vida normal desencadenan
energías positivas que contribuyen a la regeneración de la vida enferma.
Una fuerza mayor, sin embargo, es la fe de sentirse en la palma de la
mano de Dios. Entregarse confiadamente a su voluntad, desear
sinceramente la curación, pero también aceptar serenamente si nos llama a
si: esto es la presencia de la energía espiritual.
Nosotros no morimos, Dios viene a buscarnos y a llevarnos a donde
pertenecemos desde siempre, a su casa, a convivir con Él. Tales
convicciones espirituales actúan como fuentes de agua viva, generadoras
de curación y de potencia de vida. Es el fruto de la espiritualidad.
Leonardo Boff