viernes, 27 de enero de 2017

La mirada interior.



Reminiscencia
Foto de  Xabier.M





Si pudiéramos mirar la profundidad de nuestra alma como quien contempla un lejano paisaje conseguiríamos abrir un nuevo tiempo en nuestras vidas lleno de posibilidades increíbles. Pareciera que esto es imposible al estar nuestros sentidos orientados y calibrados para bregar con lo exterior pero tenemos pruebas de todo lo contrario. A nuestro alrededor abundan los ejemplos de quienes consiguieron hacerlo. Unos levantando enormes catedrales, otros componiendo música imprescindible, algunos escribiendo historias o agudas reflexiones, otros dando su vida a los demás. La mayoría de ellos de forma anónima y hoy olvidada, unos pocos firmando su obra con su nombre. En cualquier caso fueron muchos lo que lo intentaron. Aprendiendo un oficio, cuidando sus acciones o buscando en sus profundidades. Desde el comienzo de la historia tenemos testimonios de personas que han salido a buscar un sentido a su vida sea en la aventura o en el peregrinaje, en la misión o simplemente alejándose de lo conocido para descubrir nuevas perspectivas. A Santiago de Compostela siguen llegando miles de personas cada día. Gente que busca, que necesita salir de su cotidianidad para conocer algo más. 

Es posible mirarnos por dentro como quien mira un paisaje, basta con querer hacerlo y modificar el ángulo de nuestra mirada. Lo que vemos fuera remeda con precisión lo que hay dentro. Vemos montañas en calma y también rodeadas de nieblas o tormentas, vemos árboles verdes y también otros secos y agostados. Vemos ríos, praderas, rocallas y secarrales, jardines y desiertos, pueblos y despoblados. Conocer que albergamos el cielo y el infierno, lo liviano y lo denso, el oro y el plomo, nos permite caminar más ligeros, soltar cargas y ser mejores personas. Pocos medicamentos son superiores a este conocimiento a la hora de apaciguar el alma y dotarla de un sentido. Los que regresan de un largo viaje o una peregrinación lo saben. Hay muchos mundos, pero están en este. Con nosotros pasa exactamente lo mismo.

miércoles, 25 de enero de 2017

Capitanes de predicados y sujetos






Lo que escribimos y leemos, lo que decimos y callamos nos abre la puerta a paraísos, infiernos y purgatorios de todos los tamaños. La palabra tiene poder para evocar. Por eso puede construir o fulminar, elevar o arrojar, tender puentes o alejarlos. No solemos cuidar nuestras palabras. Nos proveemos de mucha cantidad, consumimos textos y pretextos que son pura basura, no paramos de lanzar exabruptos, quejas o desdichas allá por donde andemos dejando calles, montes, oteros o majadas llenos de una persistente suciedad que les tocará a otros recoger. No nos damos cuenta de que en nuestras estancias interiores hacemos exactamente lo mismo. Vamos llenando nuestras vidas de verbos, nombres y adjetivos de todos los tamaños. Vamos sembrando desolación y pestilencia por la simple razón de hacer del descuido norma y del descaro y la imprudencia tenaces aliados. No nos extrañe si con el paso de los años perdemos el sentido de la vida, o empezamos a sentir un persistente trasfondo de desazón que se obstina en acompañarnos tanto en la bonanza como en la tormenta. Las crisis vitales suelen forzarnos a abrir nuestras bodegas y limpiarlas del cieno y el hedor acumulado. Será entonces cuando nos asombremos de la acumulación descomunal de pequeñas e inocentes palabras que unidas conforman oscuros monstruos que taponan peligrosamente nuestras coronarias existenciales.

Merece la pena guardar respeto a las palabras. Cuidarlas, sembrarlas, podar las malas hiervas o las ramas resecas, retirar los despojos o quemar las hojas con cuidado. Cuando así lo hacemos conseguimos frutos y cosechas. Podemos disfrutar del aroma de rosas o solazarnos del frescor de una sombra en verano.  Merece la pena disfrutar de una vida con las mejores narrativas, donde la buena comunicación sea tan accesible como tomar aire, donde regalar un verso o una idea sea tan espontáneo como sonreír ante algo divertido. Hay mucha salud y enfermedad en el modo en que construimos cada frase. En la forma que articulamos el lenguaje, en la armonía o en la ausencia de esta cuando la lengua muta en pensamiento. Por eso necesitamos de valientes que nos inspiren y se atrevan a señalarnos el camino. Gente tenaz como aquella abuela que administraba sabiamente sus silencios o aquel profesor capaz de sacar a la luz lo mejor de nosotros. Como aquella limpiadora que repartía alegría al dejar los suelos impolutos o aquel médico de pueblo que convirtió nuestra abominación en una oportunidad para nacer de nuevo. No conozco del todo este misterio pero siento palpitar su poder, por eso les animo a ser capitanes de sus predicados y sujetos dado que no hay otra manera de transformar el mundo.

lunes, 23 de enero de 2017

Una UCI en el salón de casa





Los profesionales sanitarios precisamos de una correcta formación continuada para mantenernos al día. Es preciso leer, atender cursos, y seguir métodos reglados de aprendizaje pero también aprovechar las circunstancias de la vida para aprender. En mi caso me he encontrado de la noche a la mañana con la codirección de una Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) de ámbito  doméstico. El nacimiento de un bebé transforma la tranquilidad de un hogar estándar en un sofisticado sistema centrado en la supervivencia de un ser humano de tres kilos y pico. Es cierto que nuestra unidad consta con algún facultativo, está razonablemente bien presupuestada y no hay precariedad laboral ni problemas de salud física o mental en su plantilla. El nivel de motivación es alto y, por qué no decirlo, el compromiso por la misión encomendada también. He tenido la fortuna de trabajar en unidades semejantes en varias ocasiones y, si bien cada caso es diferente, siempre he tenido suerte. Pero conozco como ustedes casos menos afortunados en los que quizá la unidad de crisis estaba formada por personas mal avenidas o en solitario, con problemas económicos, personales o sociales.

Lo cierto es que ante catástrofes vitales que nos cambian del todo el encuadre cotidiano cada vez estamos peor preparados. Y no por una cuestión de conocimiento sino de falta de red de apoyos o de recursos personales. Hay horarios laborales, por poner un ejemplo, que no permiten cuidar con un mínimo de calidad. Quizá por eso cada vez se monten menos UCIs en casa y se deleguen al hospital, la guardería o la residencia de ancianos, ámbitos que hoy están completamente saturados. Recuerdo que en la generación anterior mis cuatro abuelos murieron en casa y en casa se atendieron las emergencias familiares de enfermedades graves, niños con discapacidad, enfermedad mental severa, nacimientos y demás. Las cosas han cambiado bastante desde entonces y el verbo cuidar ha pasado en parte de conjugarse en el hogar a hacerlo fuera del mismo convertido en servicio de pago. Así están las cosas. Yo de momento encantado de participar en mi UCI doméstica desde la que escribo este texto a dos manos mientras muevo con el pie el carrito del bebé. Pero no puedo dejar de reflexionar en el precipicio de la delegación social de cuidados en servicios que o bien son públicos y habitualmente están saturados o privados y nos cuestan más de lo que nos podemos permitir. ¿Seremos capaces de asumir más capacidad de cuidado en casa? ¿Habrá que rediseñar nuevas formas de cuidado social? ¿Quién nos cuidará a nosotros cuando lo necesitemos?

sábado, 21 de enero de 2017

El expediente disciplinario de la doctora Lalanda




La libertad de expresión es una de esas cosas que parecen invisibles y damos como dadas como lo son el aire que respiramos o el agua que bebemos pero que cuando desaparecen convierten la vida en un infierno. Es por ello que la constitución de los países avanzados suele defenderla y que los países que no lo son tanto suelen tener problemas con ella.

En ocasiones nos encontramos con hechos o circunstancias que parecen vulnerar esta libertad. Suelen provenir de personas que se sienten molestas por un comentario o idea y que en lugar de aceptar un diálogo eligen callar al adversario usando diversos medios como un expediente disciplinario por ejemplo.

El caso de la doctora Mónica Lalanda se ha convertido en un triste modelo de lo que decimos. Una facultativa prestigiosa decide dejar su puesto laboral en una urgencia hospitalaria por las precarias condiciones laborales que padece y lo hace público en un blog. Cuenta su caso: años de renovación mensual de contrato, sobrecarga asistencial, no respeto de vacaciones... Desgraciadamente nada nuevo, es el día a día de muchos médicos en este país. Lo que si es novedoso es la reacción de sus jefes que enfadados por ser puestos en evidencia la buscan las vueltas utilizando un arma decimonónica: el Colegio de Médicos. La paradoja es que la doctora Lalanda tiene un gran compromiso con dicha institución donde participa como miembro de la comisión deontológica de Segovia y ha tenido múltiples papeles a nivel de la Organización Médica Colegial donde se la valora y apoya. En principio los Colegios de Médicos tienen en sus funciones arbitrar en posibles conflictos entre facultativos. En este caso  han dado más peso al enfado de la institución sanitaria que a la libertad de expresión de un caso concreto, que por otra parte no es el único. Pienso que el papel de los Colegios como organización profesional es ser garantes de dicha profesionalidad, y no se está representando dado el deterioro que lleva sufriendo la profesión en las últimas décadas. Se oyen muchas voces que piden la colegiación voluntaria en consecuencia. ¿Para qué mantener una cara institución si no cumple lo encomendado? Casos como el que hoy analizamos vuelven a poner el dedo en la llaga. No soy imparcial, conozco bien a la afectada y no veo error en su toma de decisión y en cómo la hizo pública. A los que no conozco es al resto de miembros de la comisión deontológica segoviana. En mi opinión les han metido un gol que nos perjudica a todos los que en su día hicimos el juramento hipocrático.


https://twitter.com/galenox73/status/822379728547889153


viernes, 20 de enero de 2017

La huida.



Fugue Back
Foto de  Kirtap Novar




Es frecuente querer escapar. Pregunten a cualquiera si le apatecería marchar lejos de vacaciones. Miren sino cómo van las carreteras que salen de la ciudad los fines de semana. Algo nos dice que estamos atrapados y es necesario huir. Una parte animal primitiva y no totalmente anestesiada nos avisa de que no estamos bien. Hemos estabulado nuestros instintos y deseos. En lugar de querer trotar libres por los campos, coger manzanas de lo árboles o perseguir la lozanía de un congénere decidimos meternos en edificios de oficinas, ganarnos un jornal y dedicarlo a pagar la hipoteca o comprarnos un coche. Cualquiera que nos vea en la distancia se dará cuenta de que nos han estafado. Por eso soñamos con huir. Un piloto rojo sigue avisando en nuestros sueños animándonos a irnos lejos, a dejar todo atrás. En ocasiones conseguimos escapadas parciales. Usamos el tiempo reglamentario de vacaciones para hacer un viaje real o para retirarnos al silencio y la belleza de la naturaleza sin caer en las trampas del turismo activo que nos mantiene en la misma tempestad de movimientos con que nos condena inmisericorde la ciudad. Lo habitual es caer en estas trampas que disfrazadas de viaje nos obligan a adoptar la mecánica mercantilista del touroperador de turno, el ritmo aciago del megacrucero o la ciudad de vacaciones que es exactamente igual a la nuestra pero con playa y chiringuitos. 

La verdadera huida, el verdadero escape, no está muy lejos. Consiste en abrir los ojos y mirar con atención de nuevo. Consiste en resituarnos colocando bien los dos pies en el suelo. Consiste en darnos cuenta de quién somos y qué es lo que realmente queremos. Es cierto que no es fácil, rodeados como estamos de tanto ruido, publicidad, anuncios y esa terrible agitación que parece amenazar el universo conocido. Pero también que es potencialmente accesible a todos. No se precisa dinero, ni formación exclusiva ni de llave o tarjeta de crédito. Tan solo de parar y contemplar con plena atención tanto el mundo que nos rodea como a nosotros respirando. Hay mucho poder en tomar conciencia de la respiración. Algo tan sumamente simple es quizá lo más valioso que tenemos. Tape un instante con su mano los orificios de su nariz y sabrá de qué hablo. Recuperar nuestra respiración nos ayudará a recuperar nuestro propio ritmo, nuestro pulso, nuestra calma natural inherente. Todo estaba ya ahí: la paz, la tranquilidad, el equilibro, el sosiego, la armonía y el gozo. Es verdad que tapado por capas de agitación, prisa, tensión, agotamiento y zozobra. Por estratos de cosas por hacer, músicas de fondo y gritos y empujones. Soplar sobre esa pátina de polvo para recuperar la superficie impoluta de nuestra alma nos ayudará a volver a nosotros mismos en lugar de a seguir escapando de nuestro propio hogar. La verdadera salud está por aquí. No hace falta mucho para volver a ella como ven, pero no lo tendrán fácil, muchos querrán venderles cosas innecesarias que no necesitarán comprar si son soberanos de si mismos. Merece la pena perseverar. Somos libres para vivir como reyes de nuestro propio reino o como esclavos en tierras ajenas, elijan bien.

miércoles, 18 de enero de 2017

Sobre la erótica del buen trato

Foto del autor. Málaga



Me publican hoy en el Huffington Post una reflexión sobre el buen trato, tema que creo merece la máxima atención en todos los ámbitos. Como médico del sistema sanitario me doy perfecta cuenta de que no siempre se ejerce desde el buen trato. Factores personales como acudir al trabajo con un dolor o una preocupación o institucionales como tener 60 pacientes citados o ser interrumpido más de 15 veces durante la jornada pueden condicionar respuestas displicentes, despistes, malas caras incluso  lenguaje altisonante o malas contestaciones. Hay un enorme horizonte de mejora institucional en el buen trato a profesionales y pacientes. También en la esfera personal. Obviamos sobremanera saludar, agradecer, sonreír, interesarnos, ser amables... mientras reforzamos posiciones de crítica, queja, desagrado y enfado. Merece la pena unirse a la recolución contagiosa del buen trato.

A continuación dejo el texto íntegro del artículo.



El erotismo del buen trato

Los medios de comunicación nos intoxican con información que supone ganancia para sus anunciantes pero que con frecuencia nos llena el alma de residuos. Raro es el día que no encontramos ecos de maltrato acompañados de fotos o vídeos que nos obligan a volver la cabeza. Nos bombardean con maltrato animal, violencia de género, ancianos abandonados, inmigrantes a la deriva y un larguísimo etcétera. Con el buen trato parece que pasa lo que con aquel periódico de buenas noticias que quebró a la semana de vida. Sin embargo hay una fuerza misteriosa en el buen trato capaz de abrir puertas y modular cambios que a priori parecen imposibles. Y lo mejor de todo, hay una erótica profunda y extensa muchísimo más compleja y fértil que las basadas en la conveniencia, el poder, los usos y costumbres o el desierto de la obligación. Es cierto que la pasión amorosa surge del deseo y eso es algo que viene de serie con el hardware de especie. Los primates añaden capas interesantes de buen trato en forma de contacto físico, despiojamiento y otras muchas conductas sociales. El ser humano avanza en el desarrollo de estas habilidades capaces de cimentar las relaciones de todo tipo que serán fundamentales para su supervivencia. Gracias a su capacidad narrativa y al mayor desarrollo de sus interacciones sociales es capaz de ampliar el espectro de conductas posibles desde el mayor maltrato imaginable a las formas más sutiles de cuidado.

La erótica del buen trato se aplica fundamentalmente al ámbito de la pareja al ser un potente carburante para mantener un sano nivel de deseo. La mejor manera de que nuestra pareja esté radiante es hacer lo posible por que esté alegre, feliz, a gusto. Esto va mucho más allá de términos como igualdad, equidad, responsabilidad... El buen trato no tiene límite y lo incluye prácticamente todo desde barrer el suelo para que nuestra amada no lo tenga que hacer o arreglar un grifo para que el amado se lo encuentre funcionando. Desde consentir un pequeño capricho hasta acceder a derroteros vitales complicados que sabemos iluminarán su faz pese a que quizá a nosotros nos produzcan algún grado de sacrificio o de quebranto. Conseguir que las personas que nos rodean tengan los ojos brillantes, consigan avanzar hacia aquello que los inspira, es la mejor forma de que ese resplandor ilumine nuestros pasos y consecuentemente la propia mirada.

No es sencillo encontrar ejemplos de buen trato, como hemos dicho no suelen ser noticia. Aun así todos conocemos alguno. Esa pareja que ha conseguido resistir mil tormentas y sigue caminando sonriendo, ese anciano que pese a sus achaques sigue cuidando de su perrito, aquella niña que hace lo posible para ir a merendar con su abuela impedida... El buen trato es aplicable a cualquier relación, desde un objeto inanimado hasta una planta, animal o persona. Podemos tratar bien los objetos cotidianos o relacionarnos con ellos a base de golpes y portazos. Lo mismo con los demás. De esta forma sabremos cómo nos tratamos a nosotros mismos dado que según una ley antigua no habrá mucha diferencia. Aquellos que durante su jornada, saludan, agradecen, se interesan, cuidan y sonríen llegan a la noche cargados de tesoros que otros no son capaces de encontrar por mucho que se afanen. Merece la pena tratar bien a los demás, a todo lo demás. Es la mejor manera posible para tratarnos bien a nosotros y eso tiene mucho valor como saben aquellos que alguna vez se hayan sentido maltratados, solos, abandonados, no reconocidos, desgraciados...

Si miramos atentamente a las personas más atractivas que conozcamos veremos que independientemente de su aspecto o características, suelen estar dotadas con el delicado don de la educación y las buenas maneras, con la facilidad para tratar bien a los que las rodean. Esa irresistible facultad hace de ellos seres amorosos, afectuosos, sonrientes o simpáticos, en ocasiones todo a la vez. La gran noticia es que todos podemos comportarnos así. El mundo sería un lugar muy diferente si consiguiéramos darnos cuenta.

martes, 17 de enero de 2017

Bebés




Un bebé es un homúnculo, una representación de algo mayor, un mapa de un territorio por inventar. Una carnalidad que cabe entre las manos, una manera de gritar, una búsqueda incesante, un hambre desbocada. Cuando vienen al mundo portan mensajes superlativos destinados a aquellos que les brinden servicio y sean lo suficientemente sagaces como para entender lo que el misterio ha escrito en su diminuta levedad. Somos vida y ellos nos lo recuerdan, somos necesidad, somos un llanto prolongado. También abrazos incontables, risas, alborozo y una profunda paz. Si el mundo tiene futuro es por que ellos lo escriben con sus gestos y diminutas manos que mueven en el aire. Si el ser humano tiene algún sentido habremos de encontrarlo acariciándoles la espalda, cantándoles canciones, recordando esa fuerza insondable que los posee permitiéndoles sostener mundos enteros.

Para leer estas letras fue preciso ser en algún momento recién nacido. Tal vez no sea posible encontrar los recuerdos exactos pero de alguna manera lo sabemos. Cuando tomamos al bebé en brazos experimentamos el asombro de sentir lo que fuimos y en cierta forma seguimos siendo: un proyecto de vida, un mensaje encarnado, una manera tierna de estar en el mundo capaz de darle forma.

viernes, 13 de enero de 2017

Prescribir conciencia.



outfield

Foto de mindfulness




¿Qué pasaría si se consiguiese demostrar que la principal causa de enfermedad es la inconsciencia? Muchos dirían que no, que precisamente la ausencia de consciencia hace desaparecer el dolor y el sufrimiento como saben los que duermen o los que reciben anestesia. O tal vez que formas de vida sin consciencia también enferman y padecen. No nos meteremos en esos jardines. Tan solo reflexionaremos sobre el supuesto de que la falta de consciencia genere enfermedad, sufrimiento y dolor. 

Dentro de las propiedades emergentes del ser humano destaca su facultad consciente, su capacidad de darse cuenta de las cosas y de sí mismo. No es mucho lo que sabemos de ella salvo queda imprescindible para definirnos como humanos.

A la hora de enfermar todos tratamos de encontrar una cura. Si no somos capaces de encontrarla consultamos con un médico. Lo habitual es que nos recomiende hacernos pruebas para averiguar lo que nos pasa o nos recete algún remedio si considera que nos ayudará. ¿Qué pasaría si nos prescribiera conciencia? 

Probablemente le miraríamos raro, nunca lo hacen. Pero si miramos más de cerca no es tan descabellado como parece. En primer lugar podrían darnos luz sobre lo que nos pasa. Sobre la posible causa de nuestra enfermedad y el correspondiente tratamiento de dicha causa. Habitualmente la medicina propone tratamiento sintomático dirigidos a corregir las manifestaciones incómodas de la enfermedad. Si vomitamos nos dan algo para calmar los vómitos, si nos duele nos dan algo para calmar el dolor. Cuando el médico nos propone una posible causa y además nos da un consejo para modificarla nos resulta mucho más eficaz. Si los vómitos son producidos por un empacho de marisco tendremos más cuidado la próxima vez que lo comamos. Si el dolor es producido por una mala postura al dormir trataremos de modificar la forma en que dormimos. 

Por otro lado la conciencia es importante a la hora del tratamiento. El que nos ayuden a darnos cuenta de la importancia del remedio propuesto y la forma correcta de administrarlo es fundamental para que este haga efecto. Si sufrimos una neumonía pero no hacemos mucho caso de la toma correcta del medicamento podemos ponernos muy malitos. 

Finalmente para prevenir enfermedades es básico que sepamos en qué podemos mejorar. En muchas ocasiones despistes o no darnos cuentas de algo que hacemos o dejamos de hacer nos condiciona caer enfermos. Si el médico nos ayuda a detectarlo será más fácil andar con cuidado. 

En medicina no todo es diagnosticar y tratar. Hay un campo extenso de comunicación entre profesionales y pacientes que incluye la prescripción de conciencia, tanto en la forma en que se proporciona la información como a la hora de proponer cursos de acción que mejoren la vida del consultante. Darnos cuenta de lo que nos enferma y lo que nos da salud es básico para todos. Si me dieran a elegir lo más potente a la hora de salir de una consulta médica diría que una buena toma de conciencia supera casi siempre a las pastillas.