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domingo, 8 de noviembre de 2015

Relato dominical: Mi barba.




 Autorretrato. 1887. Óleo sobre cartón. 19 x 14 cm. Fundación Vincent van Gogh. Rijksmuseum Vincent van Gogh. Amsterdam. Holanda.



En ocasiones me dejo barba. A veces por desidia otras por rebeldía; la lista de razones es muy larga. Lo cierto es que además de dar a mi imagen un toque hipster ó claramente desaliñado me recuerda que dentro albergo a un cavernícola por mucho que me empeñe en maquillarlo. Saber que en nuestros armarios llevamos de serie un ser tan primitivo debería ser causa de regocijo y motivación para afrontarlo de forma rigurosa en lugar de optar por el camino fácil de la represión furibunda y la negación máxima. Al cavernícola le gusta holgazanear, dormir largas siestas, hacer el amor siempre que sea posible, hartarse de comida y vino si se tercia... saben de que les hablo, no voy a descubrirles Troya a estas alturas. La barba temporal produce ciertas molestias en cutis delicados, tanto en el propio como en el de los ajenos, por lo que no suelo abusar de su uso. Unos pocos días suelen bastar para hacer la toma de conciencia preceptiva y conciliarme con la caverna de antepasados que de alguna manera viaja dentro de mis bibliotecas de ADN. Para ser rigurosos el 99,9% de ellos fue barbudo y desde su ostracismo deben de contemplarme con impaciencia y estupor. Qué le vamos a hacer, los apóstatas de la especie estamos señalados. Así pues pido perdón a coetáneos y difuntos por mi osadía recordándoles con humildad que mi vello facial es uno de los pocos territorios en los que ejerzo una temporal y limitada soberanía.