La dama de Shalott.
John William Waterhouse
John William Waterhouse
Los antiguos sabían que estamos hechos de tierra, agua, fuego y viento. Lo que no nos explicaron fue a manejarlos dentro de nosotros. He pasado años sintiéndome tierra seca con breves momentos de fuego y algunos de viento. En otras ocasiones me ha tocado experimentar una lluvia interior inacabable, cielos cubiertos y persistente humedad. He conocido los rigores del fuego que consume hasta los tuétanos y del viento que desarbola la razón. Pero se me ha velado el secreto de transmutar los elementos como tal vez algún viejo alquimista terminara consiguiendo. Esa impotencia me ha llenado de escoria y de impurezas al no ser capaz el crisol de mi alma de conseguir la deseada proporción que permitiera a mis sentimientos bailar al ritmo que las estrellas y mareas dictaban cada día. No me he rendido. Algo me dice que estamos muy cerca y que a esa tierra prometida no es posible pasar en solitario. No puedo dar ninguna pista, no esperen de mí respuestas. La única certeza que puedo albergar con suficiente grado de verosimilitud es la de saber que existe la posibilidad. El día que sea hallada un esplendor nacerá en el centro mismo de los seres. Mientras tanto paso las tardes tocando el piano y las mañanas escribiendo poemas, pensarán que les he traicionado pero ya no me importa. Tan solo espero. Y en esa espera hay fragancia de romero y de menta.
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