Fotograma de La vida de Pi
Nunca la crianza de niños y adolescentes ha tenido más dificultades que en nuestro tiempo. Esta afirmación podría ser sostenida por la mayoría de los sobrecargados progenitores que bregan a diario con criaturas que con frecuencia los tienen en jaque. Se estima que un 50% de adolescentes tienen acogotados a sus padres. El agobio y ansia de respuestas han supuesto que surjan expertos como setas que lanzan sus proclamas y consejos desde tribunas privilegiadas como la televisión (Supernanny, hermano mayor...) hasta medios impresos y digitales de todo tipo. Hay de todo, algunos preconizan programas psicológicos ó de reeducación, otros potentes medicamentos para calmar a los más movidos, algunos psicoterapias variadas... Conozco a unos pocos que tratan de aportar sensatez y sentido común.
Lo cierto es que por un lado tenemos poca evidencia científica para determinar lo que es una crianza en condiciones y por otro nunca estuvimos tan solos ante tamaña empresa. El los tiempos antiguos, no hace tanto, para criar un chaval era necesaria toda la tribu (pueblo, barrio, familia extensa) siendo múltiples las relaciones que los pequeños establecían con el entorno. La nuclearización de las familias y el modo de vida urbano hacen que este universo relacional se reduzca bastante con la consiguiente sobrecarga de madres y padres que tienen menos apoyos para aliviar y consultar sus dudas y agobios con el telón de fondo de una coyuntura social que no ayuda a conciliar vida familiar y laboral. En este hueco se suele colar el experto con sus brillantes soluciones: compre mi libro, vea mi programa, tenga la pastillita que solucionará sus cuitas... Lamentablemente no es tan fácil. Criar no es cuestión de una semana y las relaciones personales son mares procelosos con todo tipo de vientos y tormentas. Cada vez recelo más de los expertos, sobre todo en temas como este que exigen un acompañamiento y un grado de compromiso superlativo. Si usted no es capaz de acompañarme que tenga buen día pero no me dé la paliza. Tal vez lo más potente que podamos hacer por una madre agobiada ó un padre soprepasado es recordarle la enorme capacidad que el ser humano tiene para criar satisfactoriamente sin perecer en el intento. Rescatar la importancia de tomarse las cosas con calma, cuidar la paz y serenidad personal, aprender a negociar límites, saber cuando intervenir y cuando no y por último cuando llorar ó pedir ayuda parece sensato. Y para esto no hace falta acudir al psiquiatra más prestigioso. En la gran mayoría de los casos será posible salir del brete con los recursos disponibles.
El cuento de la supermadre y el supepadre suele terminar mal. La paranoia parental produce un estado de hiperactividad e hiperreactividad muy cansina para todos los miembros de la familia, agrandado el lado oscuro que la crianza pueda tener. Va siendo hora de rescatar nuestra propia narrativa sabiendo que tenemos derecho a pasarlo mal y equivocarnos. Por mucho que nos hayamos preparado meteremos la pata con nuestras criaturas. No puede ser de otra manera. Los seres humanos aprendemos por ensayo y error, también nuestros hijos. Y no os quepa duda de que sacarán importantes lecciones de vuestras incongruencias, caídas y miserias. Ser más misericordes con nosotros mismos es fundamental para curar las quemaduras de la convivencia con nuestras hijas e hijos. De paso nos ayudará a serlo con ellos y disfrutar más de una de las aventuras vitales más complejas y potencialmente plenas.
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