Tras leer el texto que el crítico literario J. Ernesto Ayala-Dip escribió recientemente en el diario El País me surge una justificada reflexión. Me parece que el señor Ayala-Dip tiene toda la razón. Los médicos cada vez somos más técnicos y menos humanistas, cada día usamos más herramientas tecnológicas y menos narrativas. El mercado y la sociedad han convertido la salud y la enfermedad en negocio y los sistemas sanitarios han derivado en una industria donde se buscan resultados. Hay que ver más pacientes en menos tiempo y proveer más servicios con menos dinero. Lógicamente pierden los pacientes que salen de la consulta sin que el facultativo apenas les mire y los galenos que no tienen tiempo de ejercer bien su oficio ni poder escuchar en condiciones a sus pacientes. Y es que con una lista de 40, 50 o 60 pacientes en una mañana no hay tiempo material para escuchar correctamente a casi nadie. Cuando comento con médicos de otros países que disponen de 15 a 30 minutos por visita que en España la media son 6 minutos y en algunas Comunidades Autónomas menos no dan crédito. Para desarrollar una medicina humanista hacen falta varios factores, unos dependientes del médico, otros de la organización sanitaria, otros de la sociedad y finalmente otros del paciente. Nuestros abuelos iban al médico solo cuando estaban realmente muy enfermos. No iban por catarros o diarreas leves, no iban a contarle al médico que estaban tristes o agobiados. Hoy sí. Hoy vemos mucha gente joven llorando en consulta, gente agobiada que no tiene otro sitio donde contar sus cuitas ni llorarlas. Vemos gente que consulta por motivos peregrinos a la menor tos o décima en el niño, por el menor malestar que ya no es tolerable. Los sistemas informáticos omnímodos y omnipresentes fagocitan cada vez más la atención de los profesionales sanitarios, hay que registrar todo lo registrable para que los gestores hagan sus números, contabilicen, optimicen, rentabilicen...
Tengo la suerte de tener varios médicos-escritores en mi familia. Sé de primera mano que la medicina es pura literatura, yo así me he formado y trato de ejercer. Pero también sé que la cosa está mal. La sociedad cada vez más enferma, la enfermedad más mercantilizada y la medicina más monetizada. El mercado ha invadido también esta esfera social y el ánimo de lucro terminará por malograrla del todo para perjuicio de absolutamente todos los actores. No tienen más que ver el paradigma de medicina estadounidense: por un lado millones de excluidos mendigos de una mínima beneficencia y por otro los que todavía pueden pagar los altísimos seguro,s que por cierto no apuntan buenos resultados en salud.
No
tengo las respuestas, sí las ganas de seguir ejerciendo la medicina de
la forma más humana posible apoyándome en la tecnología que mi
conocimiento y mi criterio estimen más necesaria para cada caso. Sigo
pensando que escuchar es un enorme privilegio a la par que una urgencia
social. Nos conectamos a televisores y adminículos que nos sirven
información diversa pero no nos escuchan. Para ser escuchados con
propiedad requerimos de otra persona y eso no tiene visos de poderse
tecnificar. Cuando llegue el momento en el que sea claramente imposible
escuchar con un mínimo de rigor me enfrentaré con una terrible decisión.
Una opción será decir basta y batallar contra la organización
sanitaria, otra salirme de ella para ejercer de forma independiente; es
la tercera la que me da más miedo. No ser capaz de mover ficha y seguir
trabajando como si nada, viendo un paciente cada tres minutos olvidando
que una vez fui médico pero terminé como veterinario. Como pueden ver el
fondo de la crisis nos lleva a todos al mismo punto, al final cada cual
deberá estipular hasta dónde llega su dignidad, si delegamos esta
decisión pueden imaginar el desenlace.
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