Imaginen que por motivos económicos a
todas las orquestas se las obligase por decreto a tocar al doble de
velocidad para acortar y abaratar los conciertos. Sería inadmisible
claro está. Ahora imaginen que este proceso de aceleramiento musical se
hiciera muy lentamente, unos segundos en cada pieza, un minuto cada dos
años... Pocos protestarían y llegaríamos igualmente al punto de ruptura
de conciertos en la mitad de tiempo.
Esto es
lo que está pasando en el sistema de atención primaria de la sanidad
española. No en todas las consultas, claro está, pero si en la mayoría
de las de medicina de familia. La variabilidad es la norma y se han ido
produciendo grandes desigualdades entre comunidades y en ocasiones
dentro de la misma comunidad. Hay centros de salud urbanos que han
reducido su población y cuyas presiones asistenciales son muy bajas y
otros que las han aumentado significativamente. Hay comunidades que
protegen y cuidan este servicio, otras recortan brutalmente su
presupuesto eliminando recursos materiales y sobre todo humanos.
En
general la mayoría de las consultas de medicina de familia se enfrentan
a varios retos serios. Por un lado poblaciones que van envejeciendo y
cuya atención sanitaria se vuelve más compleja. Esas mismas poblaciones
han sido golpeadas por la crisis económico social y por lo tanto añaden a
sus problemas de salud física múltiples situaciones sicológicas y
sociales que tratan de aliviar con sus médicos de familia, uno de lo
pocos puntales del estado de bienestar que les sigue escuchando. También
estamos observando que el nivel de tolerabilidad de las desavenencias y
la desazón está cambiando y que la disgregación familiar y comunitaria
hacen que los ciudadanos no tengan con quien hablar o aliviar sus
problemas de vida cotidiana.
Por otro lado los gerentes del
sistema sanitario se encuentran con presupuestos menguantes y directivas
políticas que siguen favoreciendo al nivel hospitalario que es el que,
con diferencia, tiene más rentabilidad en votos. Esto hace que durante
lustros la atención primaria española haya vistos sus presupuestos
congelados o disminuidos. No se renueva al personal, las plazas de
médicos que se jubilan se eliminan y se disminuye hasta el extremo el
dinero para suplentes. Cuando un médico falta a su trabajo por
enfermedad, vacaciones o el motivo que sea sus pacientes son asumidos
por el resto del equipo. Esta asunción es para el político una
bendición. El trabajo sale adelante y se genera ahorro. Pero ¿cómo sale
el trabajo adelante? La realidad es que al sobrecargar una consulta el
encuentro sanitario pierde calidad y eficacia. Si cada vez son más días
al año los que un médico de familia medio tiene que lidiar con
"imprevistos" que aumentan mucho su número de pacientes, su
productividad bajará. Habida cuenta de que en condiciones normales hay
siempre temporadas de pico de demanda (epidemia de gripe y enfermedades
invernales, microepidemias locales de enfermedades intestinales leves u
otros procesos, pico de enfermedades alérgicas, pacientes desplazados de
vacaciones, etc...) y que estos picos puedes ser prolongados en el tiempo y producir masificaciones, es fácil de
entender que aumentar los "imprevistos" debilita mucho un servicio de
por sí infradotado e infrapresupuestado. Los pacientes suelen acudir a la
consulta del médico de familia con varios problemas de salud, dada la
accesibilidad y la gratuidad del servicio son norma las consultas
múltiples. Esto requiere un mínimo de tiempo. La media institucional lo
establece en seis minutos (para que se hagan una idea en el Reino Unido
son quince, en Francia treinta) que es lo que se reserva en la agenda
del médico a cada paciente. Mientras más "imprevistos" tenga el médico de menos tiempo dispondrá para el
paciente. La falta de suplentes, unida a la situación epidemiológica de
la comunidad y a otros factores hace que los "pacientes sin cita" en las
agendas sean una norma que disminuye sistemáticamente el tiempo medio de
consulta que pasa a ser de cinco, cuatro o incluso tres minutos. No es
raro ver agendas de 50 o 60 pacientes al día. La consigna institucional
es verlos a todos, que no esperen. Y se ven, sobrecargando a los
profesionales. Lógicamente no se están viendo correctamente, llegando en
algunos casos a tocar la línea roja de la seguridad y la mala praxis.
Si no se dispone del tiempo suficiente para realizar una correcta
historia clínica, explorar y reflexionar sobre lo que le pasa al
paciente, lo más que se consigue es aplicar la consabida máxima de
"vuelva usted otro día" tras minihistoriar y miniexplorar el caso, o
como mucho derivarlo a otro profesional que tenga más tiempo para
dedicarle, habitualmente los médicos de hospital que disponen de mucho
más (de 15 a 30 minutos) amén de otros recursos. Esta práctica es muchísimo
más cara para el sistema y condiciona largas esperas al paciente con la
comprensible molestia y angustia para este.
Cualquier
espectador objetivo que observase esta situación vería que es un
disparate. Se daría cuenta de que mejoraría claramente el bien común si
la atención sanitaria correcta se pudiera dar en el centro de salud de
una manera más fácil para el paciente y con respuestas de más calidad
para este, lo que evitaría derivaciones innecesarias, aportaría calidad a
la atención prestada y mejoraría la sensación de atención percibida.
Además se ahorraría mucho dinero.
Como ni
gestores sanitarios ni políticos han conseguido hacer nada para remediar esta situación en
décadas, como sociedad tan solo nos queda apelar al poder de la ciudadanía.
Únicamente si ésta se da cuenta y da su opinión con su palabra y su voto
esto puede cambiar. De lo contrario seguiremos viendo como el sistema sanitario sigue menguando, privatizándose lentamente y empeorando sin remedio.
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