Foto: wikipedia
Mientras corría por el campo aquel atardecer de verano vio a lo lejos una bolsa de plástico blanca en el camino, se movía y no hacía viento. Unos segundos después vio los dos zorros que jugaban con ella. Inició un spring y los animales huyeron tan solo en el último instante, a penas a cinco metros de llegar. Siguió corriendo. La bolsa inerte quedó atrás.
Más tarde, mientras tomaba un vaso de agua fresca sentado en su terraza, pensó en los pobres zorros. Le dieron ganas de gritarles que se fueran, que huyeran lejos. Viviendo tan cerca de una carretera y de varias urbanizaciones su pronóstico vital no era bueno. Los seres humanos son una especie muy peligrosa. Lamentablemente no pudo hacer más que pensarlo. Aquellos zorros seguirían jugando, correteando y cazando no se sabe bien cuantos meses. En cualquier caso el tiempo siempre parece tener un fin, parece ser finito, semeja ser escaso. Quizá no signifique nada para los zorros, como tampoco para el sol o el planeta tierra. ¿No sería mejor dedicar la vida a jugar tranquilos que a reflexionar sin descanso?
Dejó el vaso en la encimera de la cocina. Suspiró. Verdaderamente necesitaba unas vacaciones.
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