Boqueaba. Como un pez fuera del agua. Boqueaba. Buscaba con angustia un poquito de aire, sudaba, sus ojos se le salían de la órbitas, movía el tórax a máxima velocidad, su corazón se puso a latir a 150 pulsaciones por minuto... Sabía que se estaba muriendo, que se ahogaba.
Le pusieron en una camilla, notó que le pinchaban en piernas y brazos. Colocaron una mascarilla de plástico en su cara; aquello no ayudaba. Intuyó movimiento de gente alrededor, voces nerviosas, batas que corrían. Trató de decirles que se ahogaba pero su boca no emitía sonidos, no le quedaba aliento. Fue entonces cuando notó las manos. Manos que con firmeza sujetaron su cabeza y su cuello y oyó una voz, de la que no recuerda lo que dijo pero si aquel timbre grave y templado que transmitía una seguridad cierta. Fue entonces cuando sintió que no se iba a morir, en esas manos.
Poco a poco normalizó el ritmo de su pecho, todo le daba vueltas pero ya no se ahogaba. Aquellas manos se marcharon, pero le dejaron una bella certeza. Nadie muere del todo si unas manos le guían.
1 comentario:
Me ha gustado mucho. :D
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