Las palabras son sólidas, líquidas y gaseosas. Determinan nuestra posición en la vida, nuestro pensamiento, la forma en que miramos las cosas. Merecen el máximo cuidado, una sola nota arruina una sinfonía, un poco más de sal un guiso, una palabra a destiempo una relación. Reflexiono hoy sobre la velocidad de cambio de nuestro tiempo. Es cierto que debemos acometer movimientos en el tablero de nuestras vidas pero ¿es necesario arramplar con todas las piezas?
Tal vez en los sistemas de salud haya cosas que sirvan, que se hagan bien. Tal vez haya que revisar los valores, lo más importante en lo que cada profesional, servicio o parte del sistema hace. Tal vez haya que revisar el valor ponderado de cada parte para que el todo funcione y priorizar de manera justa y proporcional su presupuesto y dotación.
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¿Es posible motivar a los profesionales con medidas no económicas? ¿Motivaría a un profesional recibir información de valor para él, visibilidad de sus ideas y proyectos, comunicación de calidad con el resto del sistema? ¿si esto no vale dinero por qué no se hace?
Reinventar la rueda no es eficiente. La sensatez nos dice que para que un médico sea realmente útil a la sociedad ha de trabajar como médico ¿es posible reducir su carga burocrática y administrativa? ¿es posible potenciar su autonomía si esto significa un aumento de eficiencia?
La rigidez de los sistemas sanitarios y la falta de un liderazgo bien desempeñado son lastres a la creatividad de muchos profesionales que se ven doblegados a la mediocridad bajo el peso de una agenda sobredimensionada y un sistema que los maltrata.
Por poner un ejemplo, ¿pueden imaginar a un médico que tenga que trabajar en dos pueblos a la vez, hacer guardias, visitas a domicilio y absorver en solitario los aumentos estacionales de población? pues este profesional pertenece al mismo sistema que tiene otro médico llevando 15 pacientes en una planta de hospital o realizando tareas de gestión de dudoso impacto en la organizacion en un despacho. ¿Quién evaluará el sistema? ¿quién ponderará el valor añadido de cada miembro?
La revolución ética que nuestro tiempo exige tiene mucho que ver con los valores. Tendremos que encontrar una ética de mínimos en la que todos estemos de acuerdo en lo que aporta más valor y en lo que menos. Reducir coches oficiales para poder mantener un puesto de urgencias rural parece razonable, desfinanciar fármacos de eficacia no provada (protectores del cartílago) para mantener otros que sí la tienen (laxantes) también.
Por último añadir que la revolución ética irá de la mano de otra revolución creativa. Esto no significa que tengamos que rodearnos de más tecnología sino que nos permitamos ir más allá del protocolo al uso por el bien del paciente y de la sociedad. Flexibilizarnos, aprender nuevos lenguajes que nos conecten mejor a los ciudadanos y a los demás miembros del sistema sanitario, convertir en acciones nuestros proyectos... ese es el camino para salir de una tóxica cultura de la queja hacia otra forma de hacer las cosas. Les aseguro que no se puede estar en modo queja y en modo creativo a la vez, hay que elegir. De esta decisión dependerán muchas cosas desde lo más personal a lo más global. Elijan bien.
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