viernes, 26 de enero de 2018

Reseña de Francec Borrell de Diario de un médico descalzo



No puedo dejar de compartir en este blog la reseña del libro Diario de un médico descalzo que escribe Fracesc Borrell en Humanidades médicas, una página web de sobria construcción y contenidos de alta calidad. Dado que es una persona que admiro le doy las gracias por su apoyo y sugerencias en la fase de edición del libro







Casado S. Diario de un médico descalzo. Amazon, Columbia. Octubre 2017.-

Cada persona se expande en una versión de sí misma, como madre, como médico, como amiga…. Encomiable cuando en cualquiera de nuestras versiones tratamos de ser lo mejor de nosotros mismos. Y aún mas cuando tratamos de mejorar a través de nuestros actos los mimbres que nos hacen persona.
De eso va el libro que comentamos: hacernos mejores a través de la profesión. El título es inexacto, pues no leeremos el diario de un médico, o al menos el diario cronológico. Pero si leeremos las reflexiones de un médico comprometido con su quehacer. De alguna manera acertaríamos si lo consideráramos  un diario espiritual, un diario de meditación, en la mejor versión del término.

Atendamos a su estructura:

capítulo 2. El artista interior
capítulo 3. Consciencia, compasión y dulzura
capítulo 4. Estamos desnudos
capítulo 5. El miedo a perder la sonrisa
capítulo 6. Las catástrofes de la salud y la enfermedad
capítulo 7. ¿Crisis, qué crisis?
capítulo 8. Despertar o dormir
capítulo 9. ¿Eso del mindfulness tiene que ver conmigo?
capítulo 10.La resurrección de la carne y otros  milagros
capítulo 11. ¿Está dios en el centro de salud?
capítulo 12. Apocalipsis zombi
capítulo 13. ¿Qué es la enfermedad?
capítulo 14. Acompañar el sufrimiento
capítulo 15.Breve guía para mantener la salud
capítulo 16. Aprender a morir
capítulo 17. El fin del mundo y la fuente
capítulo 18. El ser y la nada

¿Qué impulsa a nuestro autor a escribir?  Dejemos que sea él mismo quien nos lo responda:

Lo pasamos mal porque no somos capaces de generar narrativas que conviertan en relato coherente lo que la vida hace con nuestra biografía. Creemos que sabemos hablar y escribir, pero lo cierto es que cuando de verdad nos hace falta, cuando es urgente contar lo que nos pasa, no terminamos de encontrar ni palabras potentes ni interlocutores válidos. Nos
toca aguantar la presión de la olla interior sin que podamos dejar salir el vapor, lo que termina arruinándonos el sueño,la energía, la espalda, el cuello, el bajo vientre o cualquier parte del cuerpo que gustes elegir”.

Cada generación tiene que encontrar su voz propia. Comprender  esta tarea convierte en portavoz a quien acepta el reto. Y Salvador Casado tiene pocas dudas al respecto:
“La cultura solo protege cuando se elabora, reflexiona o mejora. No sirve de mucho si únicamente la usamos como adorno para defender nuestros nacionalismos, dogmas o galones” (pág. 41).

La posición de nuestro autor es atípica. Siendo como es un líder de opinión en las redes sociales, apuesta por el silencio como la mejor apoyatura sobre la que echar a volar la reflexión:

“Quitar la televisión de mi vida fue una de las medidas que más satisfacción me ha producido nunca. Aprender a apagar el móvil y el ordenador también. Es una verdadera liberación irse a la cama por la noche sin haberse intoxicado en el momento previo con un telediario o una serie de acción. Nadie jamás nos ha contado la importancia de cultivar los sueños, la importancia de abonarlos y regarlos bien para que florezcan suavemente la mañana siguiente”(pág 48).

Por esta razón el libro está debidamente puntuado con haikus, a cual mas bello:

Despierto hoy
Sin saber si soy sueño
O mariposa.

Y también:

El gran milagro
Es convertir el tiempo
En pura vida.

Podemos aventurar a modo de resumen que el libro tiene tres ejes: comprender nuestra interioridad, actuar compasivamente y aceptar (para comprender)  la realidad. En relación al primer eje:


“Uno de mis milagros favoritos es el de caminar sobre las aguas. Reconozco que es bastante difícil, pero hay gente que domina ese arte. El mar emocional suele dar miedo cuando nuestra embarcación no vale para mucho, uno está lejos de la costa o el agua empieza a ponerse flamenca. Andar sobre las
emociones sin hundirse en el miedo, ansiedad, ira, asco o acritud, es una proeza vedada para muchos. Lo normal es hundirse y dejarse llevar por los remolinos y corrientes interiores, perdiendo el control a la primera ola. Sin embargo, es posible atravesar en calma una tormenta”.

Por consiguiente un primer elemento en la fórmula magistral del profesionalismo sería este saber estar y saberse escuchar uno mismo.... pero no basta para conseguir empatía y compasión:


“La cualidad más señalada en los manuales para un buen acompañamiento del sufrimiento es la empatía. Con ella nos es posible resonar con la otra persona, ponernos en sus zapatos y expresar una comprensión convincente. Pero para
ejercerla es necesario quitarse el calzado personal, las defensas, la seguridad de nuestra zona de confort. No es nada fácil. Hay personas y profesionales de la salud que tienen mucha, además de gran habilidad para manejar con mimo y
cuidado estos aspectos. Otros no tanto, los perfiles con más inercia a salirse de su rol suelen ser percibidos como fríos y poco empáticos por sus pacientes aunque técnicamente sean impecables.(...) Hacen falta ejemplos y referentes
externos, así como atreverse a ponerla en práctica con frecuencia”.

Es decir: también debemos desnudarnos de las defensas con las que nos mentimos cada dia cuando nos miramos al espejo. Solo desde esta desnudez resulta posible la última transformación:


“Cada experiencia que nos genere malestar nos está llamando a aprender una nueva forma de relacionarnos con ella. Aprovechemos la oportunidad con cada pequeña dificultad que surja. Si algún día vienen grandes quizá seremos capaces de bailar con ellas como la hierba verde en la tormenta.

Mira la brizna
Tras bailar la tormenta
Sigue tan fresca”.

Francesc Borrell
Sant Pere de Ribes.


Un canapé musical de regalo. 

Emilio Villalba: cítola. Sara Marina: adufe. Ángeles Núñez: canto


martes, 23 de enero de 2018

Manuel Vilas regresa con Ordesa una novela magistral

Foto @libreriaanonima



Es cierto que hoy se publica mucho pero no podemos decir que la creatividad literaria atraviese uno de sus mejores momentos. Habitamos el tiempo del corta y pega, de la narrativa de consumo, de la uniformidad de mercado.

He tenido la suerte de seguir la trayectoria de Manuel Vilas desde hace muchos años y no escondo el considerarle uno de los escritores contemporáneos más importantes. Su originalidad, potencia narrativa y libertad en el uso del lenguaje y los estilos de expresión hacen de él un gran maestro al que tener en cuenta.

Ordesa es su última propuesta y en ella nos ofrece una visión intimista de su familia y de él mismo. No es una novela costumbrista ni un relato lleno de largas descripciones, más bien un intento revolucionario de explicación propia que dinamita los convencionalismos y nos obliga a poner la mirada en la dureza de la muerte, la separación, el deterioro y las pérdidas. No todo será oscuridad, también se nos hablará del amor, de los vínculos, de la belleza de la infancia y de la fuerza del sol que ilumina la vida.

La relación del autor con sus padres es revisada desde incontables ángulos y no termina con la muerte de estos, más bien aumenta, se transforma y le impele a seguir manteniendo una comunicación que le conduce hacia sí mismo y de alguna manera hacia los demás al regalarnos este texto que nos convierte en testigos de las luces y sombras que se nos cuentan.

La sensibilidad e imaginación del autor le permiten sobrevivir en un medio familiar y social lleno de contradicciones, semejantes a las que nos acechan a todos. La ambivalencia afectiva hacia los padres suele producirnos dolor y cicatrices que sin querer solemos repetir con los hijos. Esa transmisión de genética y fatalidad está magistralmente contada por alguien que llegó a hundirse y tocar fondo para luego resucitar en un escritor nuevo con una visión más incisiva tanto del mundo de los vivos como del de los muertos.

Este libro me parece necesario y oportuno en una época que no se caracteriza por saber acercarse al misterio de la muerte y en consecuencia al de la decadencia y la levedad humana. Sin saberlo Vilas nos acompaña de la mano como Virgilio por los infiernos, cielos y purgatorios interiores. "No tengáis miedo, -parece decirnos- la luz del sol siempre será mayor que tu peor sombra".





Foto: El diario montañés

viernes, 19 de enero de 2018

Sobre el sentido de la enfermedad






Mi mente ardió
Cuando tras las pruebas
Cáncer dijeron.





Hay palabras con un poder devastador. Ciertos diagnósticos producen estupor y temblores al hacer evidente nuestra levedad y ponernos delante y a las claras la cercanía de la muerte. 

No es sencillo dar malas noticias en el mundo sanitario. Hace unos días me tocó acompañar uno de esos diagnósticos terribles. La primera información la recibió del especialista de aparato digestivo, al que derivé sospechando enfermedad, que le contó lo que vio en la endoscopia. Su mujer me avisó del estado de nervios en que se hallaba sumido desde entonces. Programé una visita para hablar con él. No fue una consulta fácil pero conseguimos hablar del problema y de cómo lo estaba llevando, pudimos normalizar, dar empatía, animar y sugerir algún curso de acción en base a los verbos desahogar, comunicar, dejarse cuidar y dejarse acompañar. Ese mismo día tuve que atender a 75 personas más, como se suele hacer en otros países de escaso desarrollo. Si hubiera podido dedicar algo más de tiempo probablemente habría añadido calidad al encuentro, pero es lo que hay.

El hecho de que una enfermedad importante se constituya en una crisis vital nos hace habitualmente buscar sentido a la misma. Necesitamos respuestas. ¿Por qué me ha pasa esto a mí? ¿Qué he hecho yo para que me pase? ¿Qué sentido tiene? ¿Cómo lo superaré?

La enfermedad tiene el sentido que el que la padece quiera darle. Por sí misma es una manifestación neutra de un desequilibrio de la esfera física, psicológica, social o existencial de la persona o una combinación de estas. Desde antiguo sabemos que cada enfermedad se compone de una serie de síntomas (manifestaciones subjetivas, por ejemplo el dolor) y signos (manifestaciones objetivas, observables y medibles por un observador, por ejemplo la fiebre). El paciente experimenta sensaciones corporales además de emociones y pensamientos derivados de las mismas. Surgen ideas recirculantes en forma de preocupación y valoración o juicio de lo que está pasando junto a emociones de miedo, asco, disgusto, ansiedad o enfado. La intensidad de las mismas hace que sea difícil manejarlas y que las estrategias habituales de distracción, negación o huida no funcionen.

Los consejos de los demás tan poco suelen servir de mucho dado que van en la línea de lo que la gente hace ante problemas menores y es precisamente lo que no nos funciona. Por otro lado cuando acudimos a los servicios sanitarios suelen centrarse en diagnosticar y tratar la enfermedad y sus síntomas y dicen poco sobre cómo manejar los pensamientos y emociones que nos sobrepasan. Dentro de la sanidad son la enfermera de atención primaria y los médicos de familia los que suelen conocer bien a los pacientes y están en mejor posición para acompañar estos procesos y facilitar la generación por el paciente de narrativas que doten de sentido su situación vital y le ayuden a afrontarla y sobreponerse a la adversidad. 

Para poder hacerlo se precisa de una organización razonable. Con 76 pacientes en cinco horas de consulta no parece posible. Y si bien es verdad que esa cifra es extraordinaria y no habitual también lo es que el deterioro del sistema sanitario público nos va empujando lenta y progresivamente a consultas sobrecargadas, deshumanizadas y burocratizadas. Un tipo de medicina "de cupo" que se ejercía en este país hace muchos años típica de economías poco desarrolladas a la que parece que nos dirigimos sin que a políticos, ciudadanos o profesionales de la salud parezca importarles mucho.

No encontrar sentido a la enfermedad produce sufrimiento y aumenta el consumo de recursos sanitarios de forma ineficiente tanto para el paciente como para los demás. Y en una sociedad con menor tolerancia a la dificultad, redes familiares y sociales de sostén más débiles y menor capacidad de reflexión e introspección lo que la gente termina demandando es que la seden  de alguna manera para no tener que enfrentarse a tanto malestar. Terminamos haciendo barra libre de psicofármacos, entre otras cosas, sin que el paciente consiga experimentar el suficiente alivio.

Para dotar de sentido a la enfermedad es necesario hablar de ella, tomar consciencia de lo que sentimos, pensamos y experimentamos. Mirar de frente nuestros miedos, emociones y pensamientos más oscuros. Sacar a la luz el horror que imaginamos y los terribles escenarios que nos torturan. Para ello precisamos de narrativas habladas o escritas, necesitamos construir historias que nos muestren lo que hay para que lo podamos compartir y manejar mejor. Para que tengamos la oportunidad de llorarlo o desahogarlo y de esa forma nos podamos aliviar.

¿Quién favorece hoy esas narrativas cuando la gente no tiene con quién hablar sus problemas más profundos?

En un tiempo sin familias extensas ni amigos del alma, donde todos tenemos infinitos conocidos en redes sociales pero muy poca gente real a la que poder contar lo que nos preocupa, donde ya poca gente recurre a sacerdotes o religiosos para confesar sus problemas y pocos pueden permitirse económica o culturalmente un psicólogo, ¿quién va a acompañar nuestra enfermedad grave o nuestra muerte?

Yo no lo fiaría todo a lo profesionales de la salud. Si la tendencia es que tengan que atender a 76 pacientes cada día no quedarán muchos con una mínima salud mental cuando de verdad tengamos necesidad de ellos.





lunes, 15 de enero de 2018

¿Puede una enfermera atender un catarro?





Las preguntas simples frecuentemente no lo son. En el momento actual son pocas las enfermeras de atención primaria de nuestro país que hagan triaje o atiendan catarros/gripes en sus agendas. Dado que ya es posible por ley la prescripción enfermera y estas podrían recomendar paracetamol a sus pacientes parecería factible que nuestra organización sanitaria permitiese que en el pico estacional de enfermedades invernales las enfermeras pudieran intervenir en el cribado y cuidado de pacientes de forma autónoma, cosa que ahora es excepcional.

Son las enfermeras las que durante años llevan liderando la campaña de vacunación antigripal. Parecería lógico que una vez que termine la misma se dedicaran esos huecos de agenda a hacer triaje y/o atención de los procesos de enfermedad respiratoria alta no complicados que acudan al centro de salud.


¿Por qué no se hace?
¿Qué impedimentos técnicos, profesionales o institucionales existen?
¿Sería razonable implementar un cambio?


viernes, 12 de enero de 2018

Relato: La solución








Los problemas en apariencia irresolubles en ocasiones encuentran solución cuando alguien fuera del mismo se da cuenta de algo obvio que nadie desde dentro había podido ver. Es lo que ocurrió con el habitual atasco de enero en los centros de salud cuyas colas y esperas eran notorias todos los inviernos cuando el pico de demanda de catarros y gripes se encontraba con plantillas de vacaciones que nadie se preocupaba en suplir. La escena tuvo lugar en un centro de salud urbano de grandes dimensiones al que acudieron un sobrina de diez años con dolor de oídos y su tío de cuarenta y tantos con catarro. Cuando esperaban ante la consulta de pediatría la chica se dio cuenta de que las zonas de espera de las tres pediatras estaban atestadas y las de las enfermeras de pediatría prácticamente vacías. Lo mismo ocurrió luego en la zona de adultos, se lo hizo notar a su tío, uno de los periodistas sanitarios más prestigiosos del país. Antes de abandonar el centro preguntaron en la zona administrativa cuántos pacientes había atendido cada profesional esa jornada y se fueron con un dato que salió publicado al día siguiente en la prensa nacional con una aguda reflexión que trajo cola. Los sindicatos, colegios de enfermería y otras organizaciones corporativas protestaron pero nadie pudo negar lo evidente. Se crearon expontáneamente grupos de trabajo de enfermeras que estudiaron el asunto y propusieron que dado que la campaña de vacunación de gripe terminaba cuando la epidemia aparecía se podrían utilizar esos huecos de agenda para hacer triaje de pacientes sin cita y además asistencia y cuidados de las infecciones respiratorias altas no complicadas. Dado que se había aprobado hacía tiempo la prescripción enfermera no había inconveniente en que recomendaran descanso, líquidos y paracetamol como se había hacho toda la vida. Varios centros empezaron a hacerlo de forma expontánea con gran éxito y estupendos resultados. La prensa recogió estas iniciativas y se viralizaron por todo el territorio lo que terminó por superar uno de los puntos negros de la sanidad de aquellos días. Las enfermeras consiguieron en pocas semanas lo que gestores, políticos y médicos no habían logrado en décadas.