lunes, 12 de junio de 2017

¿Cómo explicar que a veces en la salud hay sufrimiento?






Leía recientemente unos artículos ingleses que ponían sobre la mesa el hecho de que la sanidad británica sufre un proceso de desintegración grave. No pude evitar sonreirme con ironía al constatar que los problemas han dejado de ser locales. La globalización ha llegado a todos tanto para lo bueno como para lo malo. En España pasa lo mismo, al igual que en el resto de países del entorno. La sobrecarga, la falta de recursos, la desinversión... se esgrimen como causas directas pero hay una más de la que nadie habla que tiene que ver con la taxonomía.

La medicina es una ciencia muy ordenada que precisa de coordenadas precisas para todo. Por ello describe meticulosas taxomías diagnósticas y terapéuticas que son catálogos extensos con la misión de etiquetar todo lo que la ciencia detecta como patológico. El problema surge cuando la sociedad tiene una visión del ser humano un tanto neblinosa. Me explico, en occidente la ciencia reconoce al ser humano tres ámbitos: físico, psicológico y social. Los tres medibles y cuantificables. Los tres incluídos en la definición de salud de la Organización Mundial de la Salud que equipara la misma a bienestar. 

Surgen dos problemas derivados de esto. El primero tiene que ver con las tres dimensiones humanas que dejan una cuarta en el armario. A esta definición del ser humano le falta la parcela existencial, donde descansan los valores, la ética, el sentido de la vida, la trascendencia, las creencias y todo aquello que siendo humano no es medible. El segundo nace de la equiparación de salud y bienestar, que si bien es una asociación útil al mercado (si quiere estar sano consuma salud, si está enfermo consuma servicios sanitarios), es nefasta para el individuo.

Dentro de la salud hay dolor y sufrimiento así como dentro de la enfermedad puede haber paz y serenidad. En tiempo de salud uno puede experimentar dolor al clavarse una espina de rosa o al tropezar y caer en la calle. Dolor breve cuya misión es avisar y que no convierte la situación en una enfermedad. En tiempo de salud uno puede experimentar profundos sufrimientos al enfrentarse a circunstacias vitales difíciles como la pérdida de un familiar, una separación, un problema grave de alguien querido, una situación laboral injusta o por conflictos de relación de cualquier tipo. ¿Se está enfermo por ello?, claramente no. Pero es normal que ante una desazón intensa vayamos al sistema sanitario a pedir ayuda. Si nos encontramos con un profesional sobrecargado que solo nos puede atender cinco minutos es probable que salgamos de la consulta con una receta o un parte de interconsulta a salud mental: el sistema nos invita a quedarnos, nos etiqueta como enfermos. Si nos encontramos con un profesional lúcido que ese día tenga algo más de tiempo tal vez se detenga a explicarnos que nuestro sufrimiento, por muy grande que sea, no es una enfermedad ni tampoco va a convertirse en ella y que no es necesario etiquetarlo como tal, ni medicalizarlo, ni sanitarizarlo.

España es el segundo país del mundo en consumo de psicofármacos. Puedo dercirles que el que los médicos de familia estén altamente sobrecargados es un factor importante. Otro que estamos ciegos a codificaciones diagnósticas que incluyan la esfera existencial. Otro no saber explicar correctamente que en la salud hay sufrimiento.

Los adelantos tecnológicos o de gestión podrán servir de ayuda pero si hay algo que pueda salvar al sistema sanitario de su inminente hundimiento tendrá que ver con la toma de conciencia y la respuesta que podamos dar a la pregunta que da pie a esta reflexión. 


1 comentario:

MARY LUY dijo...

Completamente de acuerdo, pero sí un pero se permite, es no olvidar que también hemos enfermado a la población. El sistema, los sanitarios que seguimos las directrices de los políticos, hemos generado enfermos por la Política y las políticas. Tanto programa sin sentido, tanto vuelva usted a hacerle un seguimiento, solo ha conseguido por medio dé protocolos y programas que se genere dependencia, que se olvide el empoderamiento, y que el usuario crea que una pastillita lo arregla todo. Hasta los problemas socio familiares y económicos.