Doña Gertrudis y su marido venían del hospital, se apuntaron sin cita para contarle al médico lo del esguince. Este les escuchó y les pidió el informe para ver en profundidad qué había pasado. Lamentablemente lo habían dejado en el coche, don Eufrasio se prestó a ir por él, el coche estaba cerca. El doctor aprovechó su ausencia para hablar un rato con doña Gertrudis, siempre venían juntos y en los cinco años que llevaba en el puesto nunca había conversado a solas con ella. Se interesó por su ánimo ya que en los últimos meses había acudido con mucha más frecuencia de la habitual al centro por consultas vagas, siendo su semblante sombrío lo que más le había llamado la atención.
-Dígame doña Gertrudis, qué le está pasando qué es lo que la quita el sueño.
- Pues lo de siempre doctor, las preocupaciones.
-Si, ya lo sé, pero ¿qué preocupación es la principal, su hija, su marido, las cuentas?
- Mi hija está bien y las cuentas van tirando.
- Pues entonces debe de ser su marido, ¿estoy en lo cierto?
- Ay doctor, que no se entere, es que últimamente está muy nervioso.
- ¿Ha llegado a sentir miedo por ese motivo, Gertrudis?
- Si, ya lo creo. ¡Tiene un carácter!
- ¿Alguna vez se ha sentido amenazada o le ha gritado?
La paciente saca entonces un pañuelo del bolso y se enjuaga los ojos.
- Lo peor no es eso, en Navidades casi me saca un ojo, me dejo media cara morada. Mi hija estuvo a punto de llevarme a su casa, pero yo no quería... luego es mucho peor.
El doctor tragó saliva al mirar la pantalla del ordenador, doña Gertrudis tenía ochenta y ocho años.
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