lunes, 14 de octubre de 2019

Una rotación rural que abre perspectivas. La doctora Peña Bello en Miraflores.


El autor buscando nuevas formas de salir de la consulta.




Los médicos residentes especializándose en Medicina Familiar y Comunitaria tienen la posibilidad de pedir una rotación rural electiva de un mes de duración. En el caso que compartimos tuvo lugar en el consultorio local de Miraflores de la Sierra en septiembre de 2019. Compartimos lo aprendido desde la visión de la residente y el tutor como síntesis de una experiencia que ha enriquecido a ambos. 



La visión de la médica residente:


Estaba perdida. Llevaba tiempo dando tumbos sin saber qué iba mal, como un zumbido constante detrás de la oreja. Andaba sin rumbo y sin rumbo irónicamente encontré a Salvador. Y tras un mes con él me pide que escriba un resumen (¡un resumen!) de todo lo que he aprendido. Menuda tarea titánica. En fin, lo haré lo mejor que pueda aunque pido de antemano clemencia al lector.

Mi primer choque al llegar a la consulta a Miraflores fue nada más entrar: Dos sillas frente a dos sillas y el ordenador, enemigo y a veces escudo, relegado a un lateral. “¿Cómo lo haces?” “Cuando escucho, escucho y cuando escribo, escribo”. Una frase sencilla, con una gran verdad escondida: que precisamente es eso, una atención plena y verdadera, lo más potente que puedes ofrecerle a un paciente. Saber escuchar cada frase y cada preocupación, las que se ven y las que no.

Es otra de las cosas que aprendí también este mes: que dentro de una consulta por faringitis hay mucho más si te atreves a rascar, que la razón por la que acude un paciente no es siempre la que dice. De hecho, rara vez lo es. Juntos evaluamos multitud de consultas: aquello que se decía (“vengo a por los resultados de un análisis”) y aquella información intangible que resonaba en nosotros como si estuviéramos conectados por una corriente en el suelo (soledad, miedo, frustración...) Descubrí que no entender esa verdad oculta, era como intentar salvar con las manos una balsa que hace aguas por todos lados.

No eran fáciles esos viajes la subconsciente, no, adentrarse en la oscuridad ajena y buscar. Porque una vez ahí, no podía evitar notar la respiración en mi nuca de mis propias sombras, acechando. Sin embargo, Salvador me contó una historia:
“Estaba el sabio Nasrudin buscando algo bajo una farola cuando lo saludó un vecino:
  • Pero bueno, ¿qué andas buscando?
  • Las llaves, que se me cayeron antes.
Amablemente el vecino se ofreció a ayudar. Tras varias horas sin resultado, preguntó:
  • No puede ser Nasrudin, hemos buscado por todos lados, ¿dónde se te cayeron exactamente?
  • La final de la calle en la parte oscura, pero me pareció más fácil buscarlas aquí que hay luz.”

Nos empeñamos en buscar las llaves y las respuestas en la luz, la zona de confort o como quieras llamarlo, a pesar de saber que no se encuentran ahí. Está claro, si fuera así, ya las sabríamos. Hay que adentrarse en la oscuridad y da miedo. Porque probablemente tropecemos y nos caigamos, porque en la oscuridad ni siquiera nos vemos, se deshacen los límites de nuestra identidad y aterra. Y ese temor nace porque tenemos ego, una creencia de quienes somos, una identidad que nos protege como una coraza. Aquello que nos hace creer que algo es bueno o malo, la razón por la que actuamos como lo hacemos, ¿cómo actuar si te quitan toda referencia? Pero la realidad es que, por bueno que parezca, el ego es una coraza muy pesada, que agota y no deja avanzar. Es por eso que da tanta paz cuando lo colgamos un rato: en un paseo por el monte o saltando a lo loco en tu concierto preferido.

A estar alturas ya se intuye que, más que dos médicos hablando de antibioterapia empírica, hemos sido dos colgados debatiendo sobre filosofía. Qué atípico, supongo, pero qué necesario.

Porque es otra de las cosas que he aprendido: “Para ser buen médico, primero hay que ser buen vividor”. No puedes dar la mano a un moribundo sin haber tenido antes una conversación con la muerte, no puedes acompañar a alguien en su sufrimiento sin estar en paz, no puedes atender plenamente si no eres capaz de apagar tu ruido interno y no se puede hacer buena medicina sin una pizca de arte. 

Es por eso que Salvador me habló de la consulta como música, de los teclados, y de que si quieres componer una buena melodía no puedes quedarte sólo con el teclado científico. Hay que crearse un órgano con filas y filas de teclados, de herramientas para la comunicación: pintura, narrativa, baile... y así poder dar con la nota adecuada en cada momento. Sin embargo, de nada sirve todo esto si no estás afinado, porque la mejor de las partituras se pierde con un instrumento desajustado. Todos los días hay que ponerse a tono: entre cercano y frío, entre tratar o esperar, entre ciencia y arte. Un baile complicado que requiere calibración constante.

Ha sido un mes intenso e infinidad de cosas quedan en el tintero, pero temo aburrir si continúo sin descanso. A fin de cuentas se puede resumir en que yo era un pequeño velero navegando por la costa, sin perder de vista la tierra y sin atreverse a viajar a mar abierto. Pero ha aparecido un hombre sabio que con un mapa de referentes, una brújula y la promesa de algo más ha dado un soplo de viento que ha hinchado las velas de mi barco.

Y ahora navego rumbo al horizonte.



La visión del tutor:

Tras un mes compartiendo la consulta con una médica residente me tomo un momento para reflexionar sobre lo aprendido. He de reconocer sin pudor que ha sido una experiencia agotadora. La primera semana me costó prescindir de los espacios de silencio que habitualmente existen entre el momento en que un paciente termina su visita, se levanta y se marcha, hasta que el siguiente ocupa su lugar. Segundos que valen su peso en oro dado que permiten por un lado la reflexión sobre el caso que se acaba de ver y por otro permiten borrar la pizarra y dejarla un momento vacía, antes de empezar de nuevo a escribir en ella. Nadie nos cuenta sobre la importancia de estos pequeños tiempos y ha tenido que ser su ausencia lo que haya permitido volver a valorarlos.

A lo largo de los días he tenido que desempolvar mis narrativas de filosofía de la medicina y de la vida para complementar tanto mi estilo de práctica asistencial como las situaciones que nos aportaban los pacientes. Hemos hablado de mapas y cartografías, de personas que son para mi referentes en ambos escenarios, de horizontes, peligros, cimas y perspectivas. De comunicación, libros, información, ciencia y creatividad. Hemos profundizado en la ecuación “Medicina = Ciencia + Arte”. Repasado la teoría del sanador herido y visitado pacientes a domicilio, atendido urgencias y casos complejos, participado en una jornada científica en Valencia por videoconferencia y respondido las preguntas de una entrevista en directo en la radio. Hemos rescatado la pintura de Vermeer, el Tao Te King, la teoría U de Otto Scharmer, la teoría de la catástrofe, la visión egocentrada de la realidad y la no dual y otros muchos temas. Hemos hablado por teléfono con pacientes, profesionales sanitarios lejanos e incluso con una subdirectora general de la Consejería de Sanidad de Madrid. Y como no podía faltar, buceado en un gran número de blogs sanitarios y cuentas de Twitter. 

Una de las ideas fuerza ha sido la necesidad de salir de la consulta, no solo físicamente, también conceptualmente. Nos pasamos décadas formándonos como profesionales de la salud para desarrollar una labor que termina reducida al espacio cúbico de una forma rígida de hacer las cosas. Es fundamental hackear la propia forma de pensar y atreverse a salir a la intemperie donde habitan otros que piensan diferente. 

Este ejercicio narrativo tan intenso me ha permitido tomar conciencia de cuestiones personales que no me son fáciles de contemplar. Las ineludibles zonas de sombra que todos arrastramos. También me ha tocado asumir errores (una retardo de diagnóstico de una fractura de Colles), fallos diversos de comunicación clínica, omisiones injustificadas, lagunas formativas, dudas no suficientemente reflexionadas, dificultad para pedir ayuda, despistes varios y una larga lista. Como fruto de esta visión de 360º he de decir que he vuelto a ver la luz , me explico, la luz del cielo. Nos tocó hacer un poco de bricolaje y reducir la altura de un vinilo mate que colocaron en la ventana de la consulta para preservar la intimidad de los pacientes. Ahora vuelvo a ver un palmo de exterior, lo que me ayuda a relajar la vista y a sentirme menos enjaulado. Espero que este pequeño cambio, externo e interno, redunde en mejoras que beneficien tanto a pacientes como a este médico rural.


Me ha tocado hablar. Y me he sentido escuchado por una gran profesional con excelentes dotes para ser una gran médica de familia o lo que quiera elegir en un futuro. Ante todo una buena persona. Una médica que pese a su juventud tiene mucho vivido y caminado. Al repasar juntos tantos temas probablemente a un servidor le haya servido de mayor provecho por lo que tiene de desempolvar cuestiones, ordenar asuntos y rescatar temas dejados a desmano. 


Ella se lleva una libreta llena de referencias bibliográficas y referentes de carne y hueso, ideas, teorías y alguna visión algo alocada. Yo un montón de preguntas que desarrollar, inquietudes que concretar y ganas de seguir aprendiendo a ejercer una profesión que requiere grandes dotes de paciencia, conciencia, compasión y delicadeza. 

Me siento agradecido por esta oportunidad de aprendizaje y por saberme tan privilegiado por la gente excelente que tengo cerca y lejos inspirándome y ayudándome a seguir caminando. 




Post a cuatro manos:
Clara Julia Peña Bello
Salvador Casado Buendía.

1 comentario:

Soledad dijo...

¡Qué suerte habéis tenido y que afortunadas las personas que pasen por vuestras consultas! Gracias por compartir vuestras experiencias.