jueves, 16 de junio de 2016

Estamos condenados a estar entretenidos











Las herramientas de entretenimiento humano nunca fueron tan potentes como ahora. Grandes fuerzas económicas y tecnológicas confluyen para desarrollar una poderosísima industria que genera entretenimiento. ¿Su objetivo? captar la atención del ciudadano, su mayor capital. Lo sorprendente es constatar la facilidad con la que el respetable cede su conciencia a programas de televisión basura, a series bien diseñadas, espectáculos diversos, competiciones deportivas de masas, anuncios variados y a un sin fin de cebos que permanentemente pululan a su alrededor. Picamos de continuo en pantallas propias y ajenas, las primeras llenan nuestro domicilio, bolsillo y muchos de nuestros trabajos, las segundas crecen como hierba del campo en medios de transporte, tiendas, calles y centros comerciales.

No consentimos ni el silencio ni el aburrimiento, se acabó eso de viajar mirando por la ventanilla o caminar fijándonos en los demás. Ahora hay que hacerlo escuchando algo por los auriculares o consultando algún vídeo o red social con nuestro móvil. Encendemos radios, ordenadores y televisores al entrar en casa, hacemos lo propio en el trabajo. Nos mantenemos permanentemente conectados y recibimos cientos de mensajes e interrupciones cada día.¿Somos acaso más felices? ¿nos va mejor ahora? Para responder basta observar caminar la gente por la calle o mirarnos un instante al espejo.

Cuando estamos entretenidos nos duele menos el cuerpo y el alma, nos olvidamos un rato del agobio y la tristeza. Cuando hay una final de fútbol o algún acontecimiento mundial baja significativamente la asistencia a las consultas médicas y a los servicios de urgencias. La tragedia es que la distracción nos dura poco, tal vez por eso volamos de flor en flor buscando nuevas fuentes de entretenimiento que nos ayuden a obviar las desazones implicitas al hecho de existir.

¿Qué pasaría si descubriéramos que es posible estar entretenido contemplando el momento presente? Disfrutando del plato de comida que tenemos delante, de la ducha que nos alivia cada día o del placer de caminar al aire libre. Rescatar nuestra atención del secuestro a la que la someten tantas distracciones es un camino de salud. No hay salud sin conciencia. ¿Podrías dar fe de lo que has hecho con la tuya la última semana?

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