domingo, 3 de abril de 2016
Relato: Lo que cuesta morir
Llevaba diez años en estado vegetativo. No les aburriré con los detalles, tan solo les diré que era una anciana encamada con un cerebro dañado capaz únicamente de mantener procesos automáticos. Sus capacidades corticales desaparecieron mucho tiempo atrás. Aquella Navidad presentó un nuevo rosario de complicaciones con infecciones concatenadas que se iban haciendo resistentes a todos los antibióticos.
Aquella mujer estaba consumiendo la capacidad sanadora de unos fármacos que en pocos años perderían su eficacia y dejarían de salvar vidas, tal vez las de sus propios nietos. Por eso se me hacía tan difícil visitarla, sabiendo que el mantenimiento de esa agonía carecía de sentido para la protagonista y su familia. Tan solo una hija seguía defendiendo de forma inflexible la aplicación de todas las medidas terapéuticas posibles. La sonda urinaria, la nasogástrica, los goteros con los antibióticos... Mi marido no decía nada pero yo sabía de sobra que sufría lo indecible.
Al final se tomó la decisión. No había antibiótico posible. Se la dejaría en paz. Aún así tardó diez días en morir. Diez largos días en los que únicamente se mantuvo el sedante en un infusor que lo inyectaba con una pequeñísima aguja debajo de la piel. Falleció el 25 de diciembre dejándonos totalmente agotados.
No sé que pensarán. Por el momento yo voy a poner por escrito cómo me gustaría morir y lo que no aceptaría bajo ninguna circunstancia. Algo tan importante como la muerte no se puede dejar totalmente al azar.
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