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viernes, 13 de julio de 2018

La conciencia de vida

La conciencia de vida

Sorprende lo mucho que nuestra sociedad abomina de la muerte y lo poco que siente y celebra el estar vivo. Como los peces en el agua nadamos sin cesar nuestro tiempo de vida sin darnos cuenta del invisible líquido que nos sostiene. Y es un problema porque cuando queda de manifiesto su levedad, en una crisis vital o enfermedad, lo primero que pedimos es que nos quiten de encima la dificultad lo antes posible.

Reconocernos seres vivos es un paso pero de ahí a sentirlo hay un trayecto. Más si cabe si hablamos de mantener una conciencia a lo largo del tiempo. En determinadas ocasiones nos sentimos intensamente vivos al experimentar emociones fuertes o vivencias intensas pero no es lo habitual. Lo corriente es habitar existencias tranquilas de ritmo conocido y música monótona. Rutinas que no facilitan mucho el hecho de sentirse uno vivo.

Cuando nos miramos al espejo por la mañana ¿qué es lo que vemos? Miles de millones de seres humanos levantándose a diario y mirando su cara una y otra vez... para ver unas facciones conocidas, el pelo más o menos despeinado, alguna arruga o quizá algún rastro de la jornada previa. ¿Cuántos al mirarse se dan cuenta con gozo de que están vivos, de que están plenamente despiertos, de que se sienten bien?

Cultivar la conciencia de vida es un privilegio humano que merece la pena ejercer. Del mismo emanan valiosos regalos como el reconocimiento de que estamos habitados por una vida que comparte propiedades físico-químicas y biológicas con otros incontables seres de mayor o menor complejidad que nos rodean. El asombro de que encarnemos delicados niveles de complejidad que sostienen propiedades tan maravillosas como la creatividad o la compasión. La posibilidad de crear música, catedrales o vehículos que se deslizan por el espacio... La maravilla de ser seres autorefenciales que se hacen preguntas mientras miran el cielo estrellado.

Lo verdaderamente triste del tema es constatar el desconcierto y sufrimiento de los que no se dan cuenta de que están vivos hasta que se encuentra con un diagnóstico infausto o un pronóstico vital reducido. No es posible recuperar la conciencia de vida que no se utilizó y eso causa un profundo pesar.

En una época que venera el entretenimiento y la distracción nadie nos explica el precio de mantenernos permanentemente despistados. Un precio alto por cierto que entre otras cosas se deriva de pasar más tiempo mirando pantallas diversas que a los ojos del prójimo o a los propios. Dedicar grandes esfuerzos y espacios a cuestiones intrascendente y muy poco a ese jardín interior que Voltaire animaba a cuidar tiene pues consecuencias indeseadas.

La vida es asombrosa, qué bueno sería que todos lo experimentásemos y atreviéramos a sentir cotidianamente. Rescatar pequeños gestos como saludarnos por la mañana al mirarnos al espejo, reconocer a los demás con guiños de respeto y buena educación, agradecer los alimentos antes de consumirlos o mirar de vez en cuando nubes, estrellas, paisajes u horizontes quizá sean una de las formas más sencillas de prestar atención al hecho de estar vivos.

Y cuando llegue el fin podamos decir como Neruda: "confieso que he vivido".

viernes, 6 de julio de 2018

Sonreír en la adversidad





Uno de los indicadores que más valoro a la hora de acompañar a mis pacientes más mayores o complejos es la cantidad de veces que sonríen.

Es cierto que no es un indicador al uso y no está recogido en las guías de exploración clínica pero uno, que ya es perro viejo, sabe de cierto lo que vale. También es verdad que existe una gran variabilidad interpersonal entre los que las prodigan y los que a penas las esbozan. Conocer bien a mis pacientes me permite no dejarme engañar, sé de buena fuente lo que vale la sonrisa de cada paciente, en especial las de los que sufren dolor crónico, enfermedad severa o situación incapacitante.

Cuando consigo, pese a mi poca gracia y mis limitadas habilidades de comunicación, que me regalen una lo agradezco enormemente. Sobre todo porque sé que es una buena medicina tanto para el paciente como para sus cuidadores. También para mi.

Las personas que atraviesan enfermedades largas, crisis vitales o dificultad importante son un preciso testimonio para todos los que nos relacionamos con ellas. Un ejemplo que se visibiliza poco y que desgraciadamente se suele esconder de la vida pública para detrimento de los que se podrían beneficiar de esa enseñanza.

Me vienen a la memoria las sonrisas de las últimas semanas, las miradas brillantes, el contacto con el brazo o el apretón de manos de aquellos a los que atendí y conseguí animar o quizá fortalecer un instante. Las traigo aquí como homenaje con la intención de dignificarlas y ponerlas de relieve. Valen mucho más de lo que pensamos.

viernes, 29 de junio de 2018

En el rescate de líderes y guías en salud







En el ámbito de la sanidad pública en el que desempeño mis funciones desde hace mucho tiempo sufrimos una profunda crisis de liderazgo. Si bien todos los puestos de responsabilidad están bien ocupados y cada vez se diseñan más cargos directivos, paradójicamente es raro encontrarse con gestores o profesionales que lideren equipos hacia objetivos o misiones concretas que abran nuevos caminos.

Lo habitual es el protocolo, no salirse de lo establecido, evitar cambios e innovación y de paso no salir del despacho o la consulta nos vaya a pasar algo.

Esta actitud en los cuadros directivos está siendo imitada por los profesionales de a pie que siguen sus consignas. La sobrecarga asistencial y la desidia institucional hacen que los médicos de familia salgan de su consulta a implementar alguna actividad comunitaria cada vez menos, las enfermeras y trabajadores sociales lo mismo y en los hospitales todo se baraje dentro del servicio y se interaccione lo mínimo con atención primaria u otros agentes.

El problema de centrarse en el "protocolo" es que se pierde la función social de guía. Los profesionales de la salud además de sus obligaciones asistenciales han de ser agentes de educación sanitaria y de orientación en salud, funciones que cada vez se atienden menos y están siendo copadas por intereses mercantiles con un gran ánimo de lucro. Esto implica tener algún grado de presencia pública, en la comunidad donde se trabaje, en los medios de comunicación, en Internet o en redes sociales. Implica interesarse porque los contenidos de salud de calidad se extiendan y difundan. Por fomentar la reflexión y la toma de conciencia. Por potenciar los autocuidados y la autogestión de la salud y la enfermedad.

Necesitamos líderes que vayan en cabeza, que se atrevan a abrir nuevos caminos desde una actitud de servicio y búsqueda del bien común. Pero sobretodo necesitamos guías que en sus pequeños ámbitos de actuación, desde una consulta de enfermería, trabajo social, psicología, fisioterapia o medicina sean capaces de orientar y animar tanto a colegas como a pacientes.

No hacen falta grandes heroicidades, basta con publicar un blog o algún artículo en un periódico local, escribir una carta al director o hablar en la radio del barrio. Incluir algún mensaje de salud en nuestras redes sociales, ir una vez al año a algún colegio o a algún ámbito público a dar una conferencia. Tejer redes comunitarias intraprofesionales o en la zona donde se trabaje... Salir del despacho o la consulta.

Es inadmisible que muchos gestores no conozcan personalmente a sus subalternos y viceversa. Que los profesionales de hospital no se traten nada con los de atención primaria, que los de atención primaria no conozcan a los farmacéuticos comunitarios, alcaldes o miembros con algún papel social de su comunidad. También lo es el que al buscar información en Internet sea rarísimo encontrar contenidos de calidad de profesionales de la salud independientes no patrocinados.

Nuestra sociedad sigue los discursos en salud de famosos y cantamañanas sin criterio que son aupados por televisiones y medios que les dan notoriedad y visibilidad. De esta forma camina sin norte siguiendo los dictámenes de un mercado que no tiene escrúpulos a la hora de vender productos y servicios que anuncian como panacea universal para hacer caja.

Me da esperanza conocer a muchos profesionales de la salud que realizan esta función de guía de forma callada y constante. Gente buena que busca el bien de la gente con la que trabaja, el beneficio de sus comunidades, la mejora social. Profesionales que han de batallar con grandes cargas laborales y problemas institucionales diversos y que resisten la dificultad y aún le echan ganas para innovar o compartir un escrito o una charla. Es cierto que no suele haber reconocimiento dentro de las organizaciones donde trabajan ni a otros niveles, pero esto no está impidiendo que haya valientes que sigan llevando esta vieja antorcha.

Es posible. Desde esa certeza lanzo este pequeño llamamiento para que visibilicemos, agradezcamos y animemos el buen hacer de tanta gente que se deja la cara en el mundo de la salud.



viernes, 15 de junio de 2018

La fuente de la vida. The source of life




The source of life.


Many traditions have narratives about the source of life including parallel stories of eternal youth, the holy grail and other searches. In them we find the human being's yearning to live and transcend the limitation of death. This imperious desire has generated cosmologies, mythologies and religions, built pyramids, ziggurats and temples. In short: it has driven human beings to seek meaning.

In each epoch, this search has been carried out in different ways. Scouts were sent to the ends of the world, eyes were focused on the starry night, efforts were made to study and meditate or spaces and buildings were built. Today, science and technology seem to be searching for meaning and many find life or youth in cosmetic surgery or vain pleasures, as has always been the case. We also find sellers of meaning in sects or new age products that offer old pearls of wisdom conveniently made up. Nothing new under the sun.

However, the common people seem to have forgotten the access to the sources of life that although they continue to flow, they do so with a slight rumour that the din of everyday life completely erases. Modern societies seem to turn their backs on the religions and mystics who knew these narrow paths. Faith dogmas, hierarchies, structures of other times and rigid morals have driven many away. The misfortune is that treasures have also been left behind and it took a great deal of effort to find them, including everything related to the source of life.

Access to the holy has been protected by religions by relegating it to the inaccessible, covering it with veils that only the corresponding guardians controlled. Those who discovered and announced the way to reach the source were often executed, burned or crucified. And so we have been for centuries. What characterizes our time today is the coexistence of a free market that seeks to commodify everything that can be turned into a good or service with the involution of traditional religions stripped of the credibility and strength they had in the past. On the one hand we have all kinds of spiritual products for sale and on the other hand the writings and testimonies of these ancient traditions. It is therefore possible to learn from the efforts made by others to open up routes that connect us to life and give us meaning.

The challenge remains the same as thousands of years ago. To realize that the sources of life cannot be too far away from the beings who enjoy that state and that that life we experience unites us with those who also enjoy it, enjoyed it or will enjoy it.

When we manage to relate to that part of ourselves that we call the source of life, it is easier to find meaning and balance in the circumstances that touch us. When we fail to do so, we are exposed to overload and hopelessness and consequently to end up buying substitutes that do not satisfy our thirst for meaning and transcendence.

It is in vital crises, diseases and losses that the importance of access to a source of life becomes most evident. Without this possibility, the remedies, care and pills will not produce sufficient relief no matter how large the diagnostic and treatment coils are.

Health professionals often don't have time to stop and ask questions about issues so seemingly far removed from the physical and bodily problems that keep them busy. The existential sphere of the person is overlooked as if it did not exist or was a business far removed from its competence. Maybe it's a mistake. Just as it is not possible to separate the physical from the psychological, neither will it be possible to separate the social and existential. But just as there are psychologists and social workers to deal with the corresponding problems, who will deal with spiritual and existential issues when they have a strong impact on the person's reality and health?

The thirst for meaning and hope impels us as a society and as individuals to seek the water that quenches it. However, it is not precisely the most economically developed countries that are best able to meet this need. Rather, they distract it by providing infinite content, goods and services that temporarily quench that thirst.

The one who dares to walk in his garden ends up knowing it and sooner or later he will find the fountain. Whoever drinks from it once will not be able to stop because its water really quenches the thirst for life. The day will come when this act will seem to us to be daily and elementary. The survival of the species may depend on generalizing this source of meaning.





Muchas tradiciones nos hablan de la fuente de la vida incluyendo narraciones paralelas como la de la eterna juventud, el santo grial y otras búsquedas. En ellas encontramos el anhelo del ser humano por vivir y trascender la limitación de la muerte. Ese deseo imperioso ha generado cosmologías, mitologías y religiones, construido pirámides, zigurats y templos. En pocas palabras: ha impulsado a los seres humanos a buscar un sentido. 

En cada época esa búsqueda se ha concretado de diferentes maneras. Se enviaban exploradores a los confines del mundo, se concentraban las miradas en la noche estrellada, se dedicaban esfuerzos al estudio y la meditación o se construían espacios y edificios. Hoy parece buscarse sentido en la ciencia y la tecnología y muchos encuentran vida o juventud en la cirugía estética o los placeres vanos como por otra parte se ha hecho siempre. También encontramos vendedores de sentido en sectas o productos de la nueva era que ofrecen viejas perlas de sabiduría convenientemente maquilladas. Nada nuevo bajo el sol.

Sin embargo la gente común parece haber olvidado el acceso a las fuentes de vida que si bien siguen manando lo hacen con un leve rumor que el estruendo de cotidianidad borra por completo. Las sociedades modernas parecen dar la espalda a las religiones y a los místicos que conocían esos angostos caminos. Los dogmas de fe, jerarquías, estructuras de otros tiempos y morales rígidas han alejado a muchos. La desgracia es que también se han dejado atrás tesoros que costó gran esfuerzo encontrar, entre ellos todo lo referente a la fuente de vida.

El acceso a lo santo ha sido protegido por las religiones relegándolo a lo inaccesible, cubriéndolo con velos que solo los guardianes correspondientes controlaban. A los que descubrían y anunciaban la forma de llegar a la fuente los solían ajusticiar, quemar o crucificar. Y así hemos estado durante siglos. Hoy lo que caracteriza nuestra época es la coexistencia de un libre mercado que trata de mercantilizar todo lo susceptible de ser convertido en bien o servicio con la involución de las religiones tradicionales despojadas de la credibilidad y fuerza que tuvieron en el pasado. Por un lado tenemos pues todo tipo de productos espirituales a la venta y por otro los escritos y testimonios de esas antiguas tradiciones. Es posible por tanto aprender del esfuerzo que otros hicieron por nosotros para abrir rutas que nos conecten con la vida y nos aporten sentido. 

El reto sigue siendo el mismo que hace miles de años. Darnos cuenta de que las fuentes de vida no pueden estar muy alejadas de los seres que gozan de ese estado y que esa vida que experimentamos nos hermana con aquellos que también la disfrutan, la disfrutaron o habrán de disfrutarla.

Cuando conseguimos relacionarnos con esa parte de nosotros que denominamos fuente de vida es más sencillo hallar sentido y equilibrio frente a las circunstancias que nos toquen. Cuando no lo conseguimos estamos expuestos a la sobrecarga y la desesperanza y en consecuencia a terminar comprando sucedáneos que no nos sacien la sed de sentido y transcendencia.

Es en las crisis vitales, las enfermedades y las pérdidas donde más evidente se hace la importancia de acceder a una fuente de vida. Sin esa posibilidad los remedios, cuidados y pastillas no producirán el suficiente alivio por grandes que sean las espirales de diagnóstico y tratamiento que se generen.

Los profesionales de la salud no suelen tener tiempo para detenerse a preguntar sobre cuestiones tan aparentemente alejadas de los problemas físicos y corporales que suelen mantenerles ocupados. La esfera existencial de la persona se pasa por alto como si no existiera o fuera un negociado alejado por entero de su competencia. Tal vez sea un error. Igual que no es posible separar lo físico de lo psicológico tampoco lo será con lo social y existencial. Pero así como existen psicólogos y trabajadores sociales para atender los correspondientes problemas, ¿quién se ocupará de las cuestiones espirituales y existenciales cuando estas afecten vivamente la realidad y la salud de la persona?

La sed de sentido y esperanza nos impele como sociedad y como individuos a buscar el agua que la sacie. Sin embargo no son precisamente los países más desarrollados económicamente los que consiguen calmar mejor esta necesidad. Más bien la distraen proveyendo de contenido, bienes y servicios infinitos que calman esa sed temporalmente. 

El que se atreve a caminar por su jardín termina conociéndolo y más tarde o más temprano encontrará la fuente. Quien bebe de ella una vez no podrá dejar de hacerlo porque su agua calma de verdad la sed de vida. Llegará un día en que este acto nos parezca cotidiano y elemental. La supervivencia de la especie tal vez dependa de generalizar esa fuente de sentido.








lunes, 28 de mayo de 2018

Cuidar con sentido





Cuando la doctora Ángela López del hospital San Juan de Dios del Aljarafe me propuso hace unos meses participar con su equipo en una jornada sobre el cuidado con sentido no pude negarme. La iniciativa ponía el dedo en una de las llagas más delicadas del momento, la pérdida de sentido generalizada y global que también afecta al mundo de la salud.

En las últimas décadas las fuerzas del mercado y otras variables socioeconómicas han empujado con fuerza para convertir el valor de la salud en un producto mercantil. De este modo se crean productos y servicios consumibles basados en una deseo creciente de más y mejor salud. Este mercado tiene una alta rentabilidad, mueve ingentes cantidades de dinero y genera un interesante porcentaje de actividad económica. El problema es que estamos perdiendo el sentido de cuidar, tanto los gestores como los profesionales de la salud y los propios pacientes y familiares.

En la jornada que tuvo lugar el pasado 25 de abril participaron intelectuales de la talla de Francisco Alarcos y Francesc Torralba que enmarcaron el tema haciendo referencias a la historia de la medicina y a los retos que afronta una sociedad que centra la salud en el cuerpo olvidando el alma. La ciencia lleva tiempo produciendo grandes avances en el mundo sanitario centrada como está en lo mensurable pero ¿qué consecuencias tiene dejar atrás la dimensión existencial del ser humano, esa que no puede ser medida?

José Luis Bimbela ofreció su punto de vista de experto en comunicación. Es necesario mejorar la forma en que los profesionales sanitarios comunican para poder llegar a entender y acompañar debidamente el sufrimiento y la dificultad. Por mi parte añadí que parece necesario evolucionar el concepto bio-psico-social de las ciencias de la salud a una tétrada que incluya la dimensión existencial que tiene en cuenta los valores, prioridades, creencias, deseos y sentido de la persona en tiempo de enfermar. Si no somos capaces de mirar al ser humano en su totalidad será normal que con frecuencia los pacientes se sientan "no vistos" y se quejen de que sus profesionales de la salud "ni les miran".

La directora de enfermería Mercedes Vacas nos ilustró con abordajes hospitalarios de esta dimensión que se valen de musicoterapia, arteterapia, voluntariado y otras muchas opciones en las que los hospitales de San Juan de Dios son pioneros.

Queda mucho por hacer. El primer paso es reflexionar y tratar de entender qué se puede hacer para conseguir una asistencia sanitaria más humanizada, más integral y más completa. El reto es grande, es verdad que se requiere tiempo para poder ampliar una anamnesis apropiada pero también lo es que hace falta conciencia y voluntad para hacerlo.

Agradezco al comité organizador de las jornadas y a la dirección que las hizo posibles su sensibilidad y su esfuerzo para que los profesionales de la salud reencontremos el sentido del cuidado y podamos ayudar mejor al que padece.




lunes, 21 de mayo de 2018

Contagiar optimismo. Spread optimism. 傳播樂觀.



傳播樂觀。



詹姆斯羅德斯是一位當代作曲家,我認為這是一位勇敢的人,原因有三。第一個是敢於成為鋼琴家,第二個是有尊嚴的傳記充滿困難,第三個是能夠分享。

在過去的幾個月中,我收到了這位音樂家的一些禮物,因為他通過他的書來找我。我已經能夠觀看一些視頻並聽他的音樂,我發現他目前住在馬德里,前幾天我在ElPaís報上的一篇精彩的文章中讀到他的話。在這篇專欄文章中,他提出了捍衛西班牙生活方式的懇求。

我仍然覺得有人必須從外面來捍衛我們自己譴責或不承認的地方價值。在這些壞消息時代,醜聞和腐敗對社會共存有些壞處,似乎有必要尋找改變我們願景的因素。樂觀情緒會很好。這就是為什麼我今天要把羅德斯帶上來,因為他的榜樣可能會幫助很多人。正如使用神奇的話語要禮貌地付出很少的代價並且感謝你,如果我們能夠認識到生活提供的好東西並且將它們表達出來,我們將會受益匪淺。

作為一名醫生,我建議你保持樂觀,比壞消息和醜陋問題的反面更重要。敢於關閉電視新聞,並且更加意識到我們周圍的美好事物。讓我們能夠感謝有人擺在我們面前的這道菜或服務員,店員或為我們提供服務的專業人員提供的小服務。讓我們認識到夜空中有云或星星的奇蹟。

所以我鼓勵你尋找一位樂觀的,或至少是音樂家或詩人。如果那個樂觀主義者是你,那就更好。



自動翻譯,對錯誤抱歉。





SPREAD OPTIMISM.



James Rhodes is a contemporary composer who I consider a brave man for three reasons. The first for daring to be a pianist, the second for carrying with dignity a biography full of difficulties and the third for being able to share it.

In the last months I have received several gifts from this musician since he came to me through his book. I have been able to watch some videos and listen to his music, I found out that he currently lives in Madrid and a few days ago I read his words in the newspaper El País in a marvellous article. In it he makes a plea in defence of the Spanish way of life, in a column that distills optimism.

It still strikes me that someone has to come from outside to defend the local values that we ourselves denounce or do not recognize. In these times of bad news, scandals and corruption that are somehow gangrenous to social coexistence, it seems necessary to look for elements that change our vision. An epidemic of optimism would be nice. That's why I'm bringing Rhodes up today because his example may help many. Just as it costs very little to be polite using the magical words please and thank you, we would benefit greatly if we were able to recognize the good things that life provides and verbalize them.

As a doctor, I recommend you to be optimistic, it is more important than doing the opposite with bad news and ugly problems. Dare to turn off the TV news a little and become more aware of the little good things that surround us. Let's be able to be grateful for the dish someone put in front of us or the small service that the waiter, the clerk or the professional who serve us provides. Let us realize the wonder of having clouds in the sky or stars in the night.

So I encourage you to look for a referring optimistic, or at least a musician or a poet. And if that optimist is you, so much the better.






James Rhodes es un compositor contemporáneo al que considero un valiente por tres razones. La primera por atreverse a ser pianista, la segunda por llevar con dignidad una biografía plagada de dificultades y la tercera por ser capaz de compartirlo.

En los últimos años he recibido de este músico varios regalos desde que llegó a mí por medio de su libro. He podido ver algún vídeo y escuchar su música, me enteré que actualmente vive en Madrid y hace unos días pude leer un artículo suyo en el periódico el País que no tiene desperdicio. En el mismo hace un alegato en defensa del modo de vida español, en una columna que destila optimismo.

Me sigue llamando la atención el que tenga que venir alguien de fuera a defender los valores locales que nosotros mismos denostamos o no reconocemos. En estos tiempos de malas noticias, escándalos y corrupciones que de alguna manera están gangrenando la convivencia social parece que es necesario buscar elementos que nos cambien la visión. Una epidemia de optimismo estaría bien. Por eso traigo hoy a colación a Rhodes dado que su ejemplo quizá pueda ayudar a muchos. Del mismo modo que cuesta muy poco ser educado y pedir las cosas por favor o dar las gracias, aprovecharíamos mucho si fuéramos capaces de reconocer las cosas buenas que la vida nos provee y lo verbalizaramos.

Como médico les recomiendo contagiarse de optimismo, trae más cuenta que hacer lo propio con malos rollos y noticias nefastas. Atrévanse a apagar un poco el telediario y a tomar más conciencia de esas pequeñas cosas buenas que nos rodean. Seamos capaces de agradecer el plato que nos ponen por delante o el pequeño servicio que el camarero, el dependiente o el profesional que nos atiende nos provee. Démonos cuenta de la maravilla de tener nubes en el cielo o estrellas en la noche.

Por eso les animo a que se busquen a algún optimista de cabecera, o por lo menos a algún músico o algún poeta. Y si ese optimista es usted, muchísimo mejor.





lunes, 19 de febrero de 2018

El hilo de la vida







Nos volvemos invidentes de tanto mirar las vidas ajenas, ciegos ante nosotros mismos. El horror personal nos aterra y hace huir convirtiéndonos en esclavos de aquello que creemos facilita una salida. No la hay, nadie puede escapar de sí. Por mucho que corramos no nos zafaremos de la sombra y si decidimos cerrar los ojos para no verla o apagar toda luz nos condenamos a una noche sin formas. He conocido a muchos habitantes de esa oscuridad densa, yo mismo he pasado largas temporadas en la misma. Por eso sé que quema y convierte en ceniza los coloreados latidos con los que aleteamos a pocos palmos de la muerte. Ese curso de acción no merece la pena pues la vida es muy breve como bien saben los que alguna vez han vislumbrado su delicada levedad.

miércoles, 31 de enero de 2018

La desafección






La desafección

La sociedad postindustrial que habitamos tiene una base digital. Las soluciones tecnológicas que nos proveen de información y nos convierten en nodos productores de datos y conexiones condicionan que inevitablemente nos vallamos uniendo cada vez más a las máquinas.

Primero como instrumentos de comunicación personal y más tarde como asistentes vitales, los algoritmos de gestión personal irán ganando importancia y funciones. Cuando se fundan con entornos de realidad virtual y se alimenten de inteligencia artificial tendremos servida la próxima revolución que será mucho más disruptiva que las anteriores.

Al acercarnos a la máquina nos alejamos del cuerpo y del mundo. Esta desafección tiene importantes consecuencias al condicionar una mayor sedentarización y separación de entornos naturales y sociales. El empeoramiento de la salud física y social es esperable que apareje una merma en la psicológica y existencial. Por muy perfecto que sea el mundo virtual donde nos sumerjamos siempre habrá un decalage entre los procesos mentales y los físicos, psicológicos, sociales y existenciales. Podemos engañar al cerebro pero no del todo.

Nadie ha evaluado los posibles riesgos y consecuencias que esto acarrea. Tampoco podemos imaginar del todo el escenario que se abrirá cuando esta tecnología produzca una ruptura sin precedentes entre quien acceda a ella y quien no lo haga.

Es paradójico que pese a tener enfrente tamaños retos sigamos entretenidos con cuestiones políticas menores, deportivas o insustanciales y dedicando el tiempo a entretenimientos de pantalla variados. En este momento todavía es posible reflexionar, proponer y debatir cuando llegue la ola no podremos.




The disaffection

The post-industrial society we inhabit has a digital basis. The technological solutions that provide us with information and turn us into nodes that produce data and connections condition that we inevitably join the machines. 

First as tools of personal communication and later as vital assistants, personal management algorithms will gain importance and functions. When they merge with virtual reality environments and feed on artificial intelligence, we will have served the next revolution that will be much more disruptive than the previous ones.

As we approach the machine, we move away from the body and the world. This disaffection has important consequences when conditioning a greater sedentarization and separation of natural and social environments. The worsening of physical and social health is expected to lead to a decline in psychological and existential well-being. No matter how perfect the virtual world may be, there will always be a gap between mental and physical, psychological, social and existential processes. We can fool the brain, but not quite.

No one has evaluated the possible risks and consequences of this. Nor can we fully imagine the scenario that will open when this technology produces an unprecedented rupture between those who access it and those who do not.

It is paradoxical that despite facing challenging sizes, we continue to be entertained by minor political, sporting or insubstantial issues and devote our time to varied screen entertainment. At this moment it is still possible to reflect, propose and debate when the wave comes we will not be able to.


lunes, 11 de diciembre de 2017

Acompañamiento profesional en el sufrimiento extremo





A los seres humanos no nos gusta sufrir. Cuando no nos queda más remedio que afrontar una situación difícil que nos desborda solemos pedir ayuda. Como profesional de la salud encuentro dos problemas en los pacientes que acompaño. El primero que cada vez les es más difícil compartir con familiares y amigos sus agobios. El segundo que la tolerancia a los mismos y la eficacia al manejarlos están disminuyendo.

Ante esta inquietud me pregunto a quién acude la gente cuando experimenta sufrimiento extremo. Tomo la decisión de preguntarlo en twitter, red social que permite hacer encuestas con cuatro respuestas.

La pregunta que se lanza es:
¿Qué profesional quieres que te acompañe en el sufrimiento extremo?

Y las respuestas:

  • Psicólogo
  • Terapeuta alternativo
  • Asesor espiritual
  • Médico


No pude incluir:


  • Enfermera
  • Equipo de cuidados paliativos
  • Ningún profesional, prefiero familia o amigos
  • Otros


Como se ve metodológicamente esta encuesta no sirve para ninguna labor cuantitativa ni de investigación, es tan solo una pregunta, pero sí es posible obtener información cualitativa de valor.

No defino lo que es sufrimiento extremo, dejando que al igual que la gente imagina el peor dolor posible en la escala visual analógica haga lo mismo aquí con el sufrimiento.

El hilo de respuestas es muy interesante, sobre todo los comentarios en texto libre que constituyen de por sí una quinta opción, probablemente la más valiosa. Destacan un considerable número de respuestas que echan de menos la posibilidad de elegir una enfermera. Debo decir que en la primera versión del texto que usé incluí esa opción pero la sustituí por terapeuta alternativo para por un lado intentar cuantificar cuántas respuestas preferían otros paradigmas interpretativos y por otro  cuántos buscaban alivio fuera del sistema sanitario. De poder modificar las respuestas pondría enfermera/médico en la misma opción.

La pregunta no se interesa por quién atiende el sufrimiento extremo o quién tiene la mejor capacitación para ello o sea finalmente quien lo haga. Busca dilucidar con quién pediría cita alguien que esté sufriendo mucho.

Mi sensación al leer los distintos posicionamientos apoya la idea de la importancia de la identidad profesional. Cada cual ve el mundo sanitario y social desde el prisma de su formación y capacitación curricular. Esto suele favorecer animadversiones y guerras atávicas que conforman la desunión que caracteriza a los profesionales de la salud y que durante décadas ha permitido que su gestión en nuestro medio sea tan nefasta.

Por otro lado hubo voces que con toda razón reivindicaban el trabajo en equipo, cosa que nos sigue costando y en muchas ocasiones no se logra conseguir. Se supone que la Atención Primaria se constituye en base a equipos, lo mismo los servicios hospitalarios. La realidad es que cada cual hace la guerra como puede predominando el trabajo en solitario.

En cuanto al análisis de las respuestas analizo las 586 primeras respuestas.

Psicólogo 24%
Terapeuta alternativo 4%
Asesor espiritual 16%
Médico 54%

Aproximadamente una cuarta parte asume que el sufrimiento extremo tiene para él naturaleza principalmente psicológica, un 16% espiritual. Esto me llama la atención, un 40% asume que la parte más difícil de su sufrimiento no será física.

Por otro lado las tres primeras posibilidades que suman casi el 50% indican que el sufrimiento extremo no puede aliviarse dentro del sistema sanitario.

Los que me conocen saben que aventuro un decrecimiento en los sistemas sanitarios públicos basado en la progresiva disminución presupuestaria y en el aumento de la complejidad, la edad y la polimorbilidad. Me surgen pues varias preguntas:

¿Qué papel debe jugar el sistema sanitario público a la hora de atender el sufrimiento extremo? ¿Controlar síntomas desde los cuidados paliativos y la salud mental? ¿Aportar la medicación necesaria? ¿Incluir terapias habladas o enfoques de enfermería y médicos que permitan comunicación de calidad?

¿Qué papel deben jugar los recursos no incluidos en el sistema sanitario? ¿Qué pasará con quien no pueda permitírselos por no tener recursos económicos o espirituales (carecer de fe o comunidad religiosa de referencia)?

¿Podrán las enfermeras hospitalarias y de atención primaria ser reconocidas por la ciudadanía como referentes a la hora de atender el sufrimiento extremo? ¿Pedirán cita con ellas si lo necesitaran?

¿Qué papel se supone que podrán desempeñar los médicos en un escenario de sobrecarga progresiva?


Como ven más que respuestas he encontrado preguntas además de un interesante hilo de opiniones que condensa mucha sabiduría además de perplejidad e identidad corporativa. Agradezco la participación y vuelvo a constatar que las redes sociales son un instrumento muy valioso de comunicación que hay que manejar con extrema prudencia: podríamos decir lo mismo que con las armas de fuego, las carga el diablo.






lunes, 21 de agosto de 2017

La enfermedad como oportunidad




Cuando notamos cualquier síntoma o signo de enfermedad solemos desear que desaparezca lo antes posible. Casi de forma automática nos automedicamos o acudimos al servicio sanitario más accesible que tengamos. Exponemos nuestro problema y de forma implícita o explícita pedimos algún remedio rápido para solucionarlo cuanto antes.

En la mayoría de los casos la propia capacidad corporal conseguirá volver al equilibrio perdido en pocos días, aportando poco valor los medicamentos o remedios. Si el problema de salud tiene cierta gravedad sí será necesario ayudar con tratamientos y medidas externas.

Suelen ser más difíciles de sobrellevar los procesos de enfermedad largos o crónicos. En estos casos es habitual mantener una relación continuada con los profesionales sanitarios y seguir regímenes terapéuticos prolongados con mayor o menor eficacia. Es habitual enfrentarse a sentimientos de desesperanza, miedo, ira, cansancio, tristeza... también lo es sentirse solo, minusvalorado y discapacitado.

Llama la atención que en estas situaciones no deseadas no se ayude a la persona en tiempo de enfermar a adaptarse mejor al mismo. De hecho es excepcional preguntarle cómo lo está llevando o señalar y aconsejar algún aspecto de higiene psicológica o autocuidado personal. En mi experiencia he constatado que a mayor grado de resistencia frente a la enfermedad, mayor sufrimiento. Este aspecto tampoco se suele explorar durante la relación clínica, las enfermeras o los médicos no solemos interesarnos en cómo se lleva el paciente con su malestar pese a que sea evidente en el lenguaje verbal o no verbal del mismo.

Otro aspecto que también suele pasar desapercibido es el sentido que la  enfermedad, el dolor y el sufrimiento puedan tener para el paciente. Lo habitual es que no tenga ninguno, incluso que no se haya planteado esta cuestión. En mi opinión creo que podría aportar valor favorecer que la persona en tiempo de enfermar se formule sus propias preguntas sobre el qué, el por qué y el para qué de su proceso. Animar a que se atreva a contemplar la luz y la sombra de este tiempo y trate de encontrar los elementos que le indiquen cuáles son sus valores, deseos y necesidades. De todo ello podrá destilar un sentido vital que le ayude a avanzar hacia el horizonte elegido. De lo que no cabe duda es que la enfermedad suele simplificar las cosas y dejarnos claro la diferencia entre lo principal y lo accesorio.

Las enfermedades se tipifican y describen en nuestra sociedad según sus aspectos biológicos, psicológicos y sociales. Por esa razón el sistema sanitario no suele ofrecer cursos de acción que incluyan la dimensión existencial, ética y transcendente de la persona. Las oportunidades, enseñanzas, luces y sentido que pudiera contener la enfermedad se esconden precisamente ahí. Dado el enorme coste personal que tiene caer enfermos pareciera inteligente rescatar las potenciales pepitas de oro que pudiera esconder. Si no se buscan se perderán irremisiblemente y habremos dejado de aprender alguna valiosa lección. Y cuando no pasamos un examen, la vida es pertinaz.






viernes, 28 de julio de 2017

El poder de una buena escucha


Grupo de cachalotes en su periodo diario de sueño de 23 minutos. Silencio.




En nuestra sociedad la palabra está sobrevalorada. Desde que nos levantamos hasta que caemos rendidos en la cama, no dejamos de escuchar o leer. Nos bombardean desde televisiones, radios, móviles y ordenadores. En la calle, en casa, en el trabajo... todo tiende a llenarse de frases, conversaciones y ruido.

Nos pasamos el día pensando y pronunciando discursos intrascendentes centrados en mil preocupaciones secundarias. Cuando nos encontramos con un verdadero problema paradójicamente no suele haber nadie para contarlo. Acostumbrados a charlas de perfil bajo, queja fácil y cotilleo a granel, no es nada sencillo formular una conversación profunda. Fallamos nosotros a la hora de crear la correspondiente narración y falla nuestro medio por cuanto es dificilísimo encontrar interlocutores válidos que sepan escuchar en condiciones la misma. Los que tenemos suelen estar ya bastante quemados con nuestro cansino discurso negativo habitual y no solemos atrevernos a machacarles mucho más con asuntos aun más densos.

¿Quién no se ha descubierto alguna vez compartiendo una preocupación personal con un desconocido en un medio de transporte o en un encuentro fortuito? Al haber desaparecido la familia extensa y ser muy exiguas nuestras redes de contactos reales no es sencillo entablar conversaciones de calidad.

A las consultas del centro de salud acude mucha gente para hablar, para contar sus cosas. Hablan con la enfermera o con el médico y explican que están mal, que sufren, que tienen problemas con la hija, con el jefe, con la pareja, con la familia. Nos desgranan su soledad, sus sentimientos de infravaloración y poca autoestima, sus infiernos y sus desesperanzas.

Como respuesta pueden encontrar profesionales acelerados que no tienen tiempo suficiente para escucharles en condiciones, con la sala de espera llena, con agendas interminables, con la cara cansada. O, a veces, con alguien que les hace un poquito de caso, que les dedica un instante de escucha silenciosa sin juicio y que tal vez les sonría y les verbalice su apoyo.

Escuchar es una de las más potentes medicinas que conozco. La he puesto en práctica desde que era niño, tal vez ahí descubrí mi vocación de ayuda. Cualquier persona tiene la potencialidad de escuchar bien, qué pena que se ejerza tan poco. Tan solo se requiere estar plenamente presente y dedicar toda la atención a quien nos habla. Acoger su narración sin juzgarla, como si nos estuvieran entregando un regalo valioso, con la delicadeza del que sabe que está en el sagrado terreno de la intimidad ajena.

Los sistemas educativos priman la expresión oral y escrita pero no la escucha atenta. Los sistemas sanitarios priman el diagnóstico y tratamiento certero pero no la escucha de calidad. En consecuencia nuestra sociedad no escucha bien y con ello salimos todos perdiendo. Alguna vez necesitaremos que nos presten atención, ¿quién lo hará?

Encuentro el punto positivo en el hecho de que al mejorar la escucha ajena nos escuchamos mejor a nosotros mismos y viceversa. Mientras mejor nos relacionamos con nosotros, mejor lo haremos con los demás. Si somos capaces de dedicarnos tiempos de calidad, autocuidados suficientes y atendemos nuestras necesidades más profundas, estaremos capacitados para hacer lo propio con el prójimo.

En tiempos de crisis económica (peremne), más nos vale invertir energía en cursos de acción que no requieran costosas tecnologías o elevados gastos. Apuesto por invertir en escucha a todos los niveles posibles. Imaginen un mundo donde la alta gestión escuche a los profesionales, los políticos a la ciudadanía y los profesionales a sus usuarios. Imaginen un mundo donde nos escuchemos mejor en las familias, barrios y comunidades, en todos los ámbitos, de forma natural y espontánea. Podemos empezar a construirlo hoy mismo, comenzando contigo y con los que hoy acudan a ti solicitando escucha.

viernes, 21 de julio de 2017

¿Humanizar o deshumanizar la medicina?




Gráfico de Juan Simó



Para realizar una medicina humana es fundamental que el profesional de la salud pueda acoger, recibir, escuchar, entender y explorar al paciente. También necesitará reflexionar, estudiar, consultar para poder diagnosticar y tratar. A esto se añade acompañar, orientar, animar, informar y cuidar. Probablemente me deje algún aspecto en el tintero, tienen los comentarios para completar este post.

¿Cuánto tiempo creen que se precisa para esto?

Son muchos verbos, si nos dejamos alguno la atención no será excelente. El problema radica en que el tiempo es dinero y parece que cada vez hay menos, por lo menos para Atención Primaria. Hemos vuelto a las cifras de financiación del 2002 en una de las mayores desinversiones Europeas en este sector sanitario.

Es verdad que es posible hacer mejoras que no requieran inversión y que es necesaria una profunda toma de conciencia para dejar de hacer cosas que no aportan valor al paciente y hacer otras que sí se lo dan. Para reconocer que además de sus necesidades biológicas, psicológicas y sociales, la persona en tiempo de enfermar tiene también una esfera de valores, existencial y espiritual que sufre y hay que atender. Para permitir que los profesionales puedan ofrecer comunicación, escucha, empatía e interés genuino.

Pero sin una organización mejorada, una financiación suficiente, una dotación de plantillas adecuada y una motivación óptima de las mismas, la cosa no irá bien.

Y perder altura tiene riesgos. Hablamos de una organización pesada con mucha inercia, si cae se armará una buena.






lunes, 17 de julio de 2017

Monacato, servicio militar y contacto interior







En el sudeste asiático es costumbre frecuente que los jóvenes dediquen un año de su vida a tener una experiencia como novicios en un monasterio budista. Durante ese año visten el hábito color azafrán que caracteriza a los monjes y profundizan en la meditación con el objetivo de conocerse mejor y tomar conciencia de la impermanencia de todo lo que existe y la interconexión de todos los seres entre sí.

Como vivo en España yo no tuve una experiencia tan tranquila. Aquí se llamaba servicio militar y me tocó prestarlo quince meses en una base aérea. También nos daban uniforme, en nuestro caso dos en tonos azules: uno de faena y otro de vestir. Nos rapaban el pelo y nos mandaban a meditar a la garita, donde teníamos tiempo de sobra para hacernos las grandes preguntas de la vida. En lugar de un cuenco mendicante nos prestaban un cetme, que es una poderosa arma de fuego. Lamentablemente, mientras serví, alguno que otro se dio un tiro, de forma voluntaria o por accidente, lo que fue para mí una dolorosa experiencia de impermanencia. Podría contar muchas batallas pero no lo haré, tan solo añadir que al finalizar el servicio quedaba claro que la interconexión entre personas está marcada por una férrea pirámide de poder donde es vital saber qué lugar ocupas para sobrevivir con dignidad, sobre todo si eres soldado raso.

Con el paso de los años pude visitar Asia y comprobar con mis propios ojos lo que me habían contado. Pude ver los hábitos azafrán, los templos y pagodas y sobre todo la calma con la que son capaces lidiar con atascos, colas e inconvenientes sin torcer el gesto ni mascullar insultos. Pese a toda apariencia, en el fondo no nos diferenciamos tanto, también allí existen inflexibles pirámides de poder social coloreadas por una pátina distinta que al extraño le resulta exótica. Es cierto que las costumbres y cultura cambian pero en el fondo el ser humano comparte un mismo lienzo en todas partes.

Lo cierto es que nuestra en nuestra sociedad están difuminándose las costumbres, ritos y maneras que ayudaban a encontrar tu posición en el mundo. La involución de las religiones, filosofía, instituciones y costumbres, la preponderancia de la excesiva información y ruido constante, el poder del mercado que ocupa todos los ámbitos vitales, nos impiden contactar con nosotros mismos. Las grandes preguntas se postergan, la muerte y la conciencia de brevedad se niegan y retrasan, la vida pasa a ser una tormenta de movimientos en las que todos corren y sálvese quién pueda. No voy a proponer que mandemos a nuestros jóvenes a monasterios ni a ninguna mili, pero sí que entendamos que es necesario ayudarles a contactar con ellos mismos para que puedan convertirse en adultos conscientes.

Ese contacto interior era lo que proponía el movimiento Hippie, la corriente New Age y múltiples opciones y voces de distinto origen. Como casi todo, se ha intentado comercializar con razonable éxito en forma de gurús de todo tipo, libros de autoayuda, cursos, movimientos, sectas y demás posibilidades. Al final se ha generado una jungla que ha ocupado el espacio que los antiguos templos y cultos patrios dejaron al menguar. No es fácil moverse entre tanta maleza, lo que sí es sencillo es acabar totalmente perdido y comido de picaduras de mosquito.

Desde mi consulta llevo años acompañando y orientando personas a la par que impartiendo cursos de Mindfulness a personas mayores y a grupos de mujeres. La propuesta es sencilla: ocho semanas donde cada cual se siente un rato al día a meditar o respirar conscientemente. No hace falta memorizar manuales ni realizar ningún extraño ritual, tampoco pagar nada. En mi opinión cada cual habrá de buscar su propio camino de autoconocimiento pero si no se hace de forma electiva, será la propia vida con sus adversidades la que termine forzándonos a mirar allí dónde nos resistimos.

Contactar con uno mismo y aprender a llevarse bien con esa voz interior que nos acompaña desde que nos levantamos, es fundamental. No hacerlo conlleva sufrimiento y puede derivar en molestias diversas y en enfermedad. Nunca tuvimos más facilidades y opciones para ello, aunque es cierto que nunca tuvimos tanto ruido y agobio como ahora.

Merece la pena pensar un momento cómo nos llevamos con nosotros, cómo nos cuidamos, qué necesitamos realmente. Si estas preguntas quedan sin responder, en algún momento algo frágil se romperá por dentro. Estas preguntas son buenas aliadas, si las tenemos cerca nos ayudarán a ponernos en camino hacia las necesarias respuestas.







Si necesitas recursos sobre Mindfulness usa la correspondiente etiqueta de este blog o consulta este post con valiosa información.

viernes, 14 de julio de 2017

¿Qué prefieres, ser una enfermedad o una persona?

Me publican este mes en la revista el Emotional, un proyecto periodístico que apoyo por su calidad, una reflexión que cada vez va a tener mayor peso. Las fuerzas del mercado tienden a cosificarlo todo, también lo harán con la salud y la enfermedad. Merece la pena tener una idea clara de cuáles serán las posibilidades. 









¿Prefieres ser una enfermedad o una persona?



Pese a nuestras circunstancias y peculiaridades en la vida nos solemos considerar personas. Cuando atravesamos un tiempo de enfermar y acudimos al sistema sanitario hay potentes fuerzas que nos deshumanizarán para terminar convirtiéndonos en una unidad de gasto: una enfermedad. 

Con las cuestiones agudas y breves no hay problema, en poco tiempo estaremos lejos de la fuerza se gravedad del sistema sanitario. Pero si tenemos la mala suerte de enfermar de verdad tenemos muchas papeletas de que nos etiqueten como enfermos crónicos y nos apliquen la terrible pirámide de estratificación, de nivel de riesgo, de nivel de intervención o cualquier otra milonga de importación copiada de algún prócer ilustre. Dejaremos de ser persona y pasaremos a ser enfermedad. 

Hay dos visiones pues, una predominantemente de Atención Primaria centrada en la persona (atención a lo largo del tiempo por los mismos profesionales, teniendo en cuenta familia y comunidad) y otra predominantemente hospitalaria centrada en la enfermedad (atención puntual, por proceso, con salida rápida). 

El envejecimiento poblacional y el aumento de patología y complejidad hace que muchos procesos hospitalarios se prolonguen aumentando el gasto. Por eso se sacan de la manga un ardid que permite limitar el papel del hospital por un lado y por otro facilitar que sea este el que dirija al paciente por el sistema, eso sí, convertido en enfermo crónico, en un conjunto de enfermedades.

La narrativa está cambiando. Si permitimos este cambio semántico implicará que cambiarán sujetos y predicados. Los nuevos sujetos serán los catálogos de enfermedades, los predicados quienes las padecen y tienen la suerte de disponer de algún tipo de aseguramiento.

La digitalización sanitaria se aplicará primero a pacientes y luego a profesionales. La religión del big data y de los algoritmos quemará hasta sus cimientos la vieja forma de relacionarnos con la enfermedad. Los cambios que estamos presenciando no son nada comparados con los que están por venir. 

miércoles, 12 de julio de 2017

Compasión aplicada al ámbito sanitario





La EASP en su programa de #MinutoExperto nos ofrece este vídeo con Gonzalo Brito, formador en mindfulness y compasión.

Es uno de los pioneros en abrir una interesante línea de mejora en la relación entre profesionales de la salud y pacientes que va más allá de la empatía.

Son tres minutos que merecen ser vistos.


viernes, 7 de julio de 2017

Infiernos, desesperanza y sinsentido

En mi columna del Huffpost de esta semana reflexiono sobre la desesperanza y los estados negativos que lleva asociada. Es una realidad que pienso debería ser mejor manejada en general, tanto a nivel personal como social. Un campo de sufrimiento que tendría que ser tomado en cuenta por los profesionales de la salud. 







Las peores llamas del infierno son aquellas que nacen de la desesperanza y el sinsentido. Los profesionales de la salud lo sabemos bien. Acompañamos a muchos caminantes, como Virgilio hizo con Dante, por los pasadizos de los flamígeros círculos sanitarios llenos de procesos, estrategias de crónicos y otros peligros.

Frente a las catástrofes vitales caben muchas posibilidades, la mayoría adaptativas. Pero en ocasiones la persona se siente desbordada y pierde pie, cayendo por la resbaladiza pendiente de una adicción, una conducta peligrosa o una ideación suicida. Los desesperados son muy peligrosos, sobre todo para ellos mismos, aunque no perdamos de vista la posibilidad de que puedan hacer daño a su entorno. En el germen de muchos tipos de violencia y maltrato se esconde una pérdida de rumbo, valores o desesperanza.

Paradójicamente no es siempre fácil poner de manifiesto estas cuestiones. Algunas personalidades las guardan en la profundidad de su intimidad y no se permiten verbalizarlas a nadie. En esos casos el sufrimiento rezuma por los cuatro costados y el mismo gesto suele ser relevante pero la queja se suele disparar hacia problemas físicos o malestares circunstanciales. Será excepcional que el profesional de la salud se interese por la dimensión existencial y de valores de la persona, por lo que su situación se etiquetará como problemas biológicos varios y depresión/ansiedad que no mejora con tratamiento. A estos pacientes se les incluye entre los "difíciles" dado que no responden a ningún plan de cuidados, suelen ser hiperfrecuentadores y no dejan de quejarse por incontables cuestiones.

No nos solemos dar cuenta de que debajo de un mar de quejas hay siempre un sufrimiento profundo no atendido. Y si bien es cierto que en una consulta breve de centro de salud no es fácil desplegar el tiempo, la energía y la conciencia para desvelar estas cuestiones, también lo es que el único camino posible pasa por ofrecer la posibilidad de verbalizarlo en un entorno de confianza y eso si lo pueden ofrecer los trabajadores sociales, enfermeras y médicos.

Creo que es hora de una ampliación de rol de las profesiones sanitarias que incluya estas dimensiones de la persona que pese a ser ocultas y pertenecer a su ámbito íntimo pueden ser causa de profundo sufrimiento y enfermedad. A la par que reconocerlas y cuidarlas en los propios profesionales probablemente les protejan del exceso de queja y el desgaste profesional.



viernes, 30 de junio de 2017

Tres conceptos complejos: Transhumanismo, deshumanismo, antihumanismo


Mi columna dominical de hace unos días en el Huffpost tiene que ver con tres conceptos complejos y su relación con el sufrimiento y la salud. Protagonizamos cambios que afectan a todas las esferas de existencia espoleados por una revolución tecnológica que no entendemos por completo. Es tiempo de reflexión y el presente artículo trata de ayudar a profundizar la suya.


Foto: Ricardo Cuba



Transhumanismo, deshumanismo, antihumanismo



Todos quieren tener un móvil último modelo, un ordenador nuevo, una televisión de resolución ilimitada. Coches eléctricos que se conduzcan solos, apartamentos que limpie un robot, neveras que hagan la compra por nosotros. Lo que no nos gusta tanto es tener que pagar una fortuna por estas maravillas, preferimos que los costes los asuman otros, en fábricas lejanas, en explotación invisible que nos escondan de la vista. Nos fastidia un poco que para ello haya que bajar un poco las pensiones, devaluar una pizca la educación y la sanidad pública u otros servicios esenciales cuyo deterioro progresivo a penas notamos. Eso sí, que no nos priven de ese móvil con infinitas aplicaciones, procesador de núcleos incontables y cámaras de treinta y cinco millones de píxeles, signifique esto lo que signifique.

La democracia dejó de dirimirse en las urnas, ahora elegimos el canal de televisión, la red social y la cadena de supermercados o ropa de importación, que además incluye millonarios donativos a buenas causas como plan de fidelización subliminar.

Las naciones desarrolladas se están subdesarrollando al convertir su estructura y andamiaje en un esqueleto low cost que terminará viniéndose abajo con la próxima brisa o tormenta de verano de los mercados.

Y qué decir del sufrimiento humano cuya profundidad es ahora mayor si cabe que en épocas pretéritas. Basta con asomarse a cualquier consulta de un centro de salud para comprobar como el sufrimiento se incrementa como la deuda o la inflación, siguiendo un ritmo tan acelerado y loco como esa ley de Moore de los ordenadores que los hace el doble de potentes en la mitad de tiempo. Sufren los niños, sufren los jóvenes, sufren los adultos, sufren los mayores. Casi todos acuden al sistema de salud que registra con meticulosidad las dolencias, quejas y quebrantos de cada cual, administrando con generosidad pastillas y remedios, pruebas diagnósticas y valoraciones especializadas. Lamentablemente la sanidad no cuenta en plantilla con filósofos, psicólogos, místicos, sabios, pastores o referentes en valores. Por lo que la mayoría de las cuestiones son etiquetadas como problemas físicos, psíquicos o psicosomáticos y el personal vuelve a sus quehaceres con alguna pastilla de más pero igual de confusos y atribulados, sino más.

Las cosas no van a mejorar pese a que los gurús de la tecnología afirmen que el Big Data, la telemedicina, la eSalud y otros avances revolucionarán la sanidad. En realidad lo que está pasando es que nos estamos quedando sin ella tras décadas de infrafinanciación y recortes. Caerá primero la salud mental, luego la atención primaria y finalmente los hospitales que se reconvertirán en cadenas de servicio exclusivas para unos pocos privilegiados. El resto pasará a engrosar las colas de la beneficencia que será objeto de limosnas de las grandes corporaciones o de magnates que aman hacer un bien con deducción de impuestos incluido.

Para humanizar la medicina hace falta dinero, mucho dinero. Si alguien afirma lo contrario miente vilmente. Ya llevamos muchos años de mentiras que están quemando a cientos de profesionales sanitarios que no saben qué hacer ante una situación que les desborda y para la que no están preparados, por muy extensos que sean sus curriculum.

El problema es que la situación no tiene vuelta atrás. No es posible apagar internet ni devolver al fabricante la retahíla de gadgets que adorna nuestra cotidianidad desde que abrimos los ojos por la mañana y miramos el móvil hasta que los cerramos por la noche tras apagar la correspondiente pantalla. Toca pagar y el precio va a ser alto. De momento parece que no porque lo hemos aplazado, como con tantas otras cosas. Pero al final tendremos que pagar con interés una "libra de carne" que tal vez nos deje más maltrechos de lo que con ingenuidad imaginamos, como pasó con aquel joven que tuvo problemas de deudas con un cruel mercader veneciano.

Tal vez en poco tiempo tengamos transhumanos que pasen al cielo de los elegidos. Lo que está claro es que tendremos turbas deshumanizadas en los infiernos cotidianos y que con seguridad surgirán antihumanos ya sea de silicio o de fundamentalismos varios a la carta.

Si lo dicho hasta ahora parece descorazonador tendrán que perdonarme pero no ha sido posible edulcorarlo. Si lo incorporan a su reflexión y a la de sus círculos de conversación al menos tendrán la posibilidad de comprobar o no su verosimilitud y prepararse para cambios que serán mucho mayores a lo que llevan visto.

lunes, 26 de junio de 2017

Narrativa, silencio y vacuidad





El drama de todo el que se considera escritor nace el día en que se da cuenta de que lo verdaderamente valioso es el silencio. Habitamos mundos de ruido caracterizados por encarnar la prisa y el barullo en su infinitas posibilidades. Tratar de hilvanar narrativas o versos en dicha coyuntura es meritorio pero aun lo es más construir silencios asentados en un equilibrio razonable. Las cosas, situaciones y seres que nos rodean merecen ser tomados en cuenta con dignidad pero el nivel de atención que les dedicamos pocas veces cumple un mínimo de calidad. Es el drama de nuestra humanidad, somos hermosos seres con la capacidad de contemplar que se pierden en laberintos de despiste y no despliegan sus maravillosas cualidades. Esto nos hace desdichados por cuanto dejamos por un lado de ejercer aquello que más nos humaniza y por otro nos morimos de hambre por no recibir la atención necesaria.

Siempre he amado las primeras horas del día. Ese tiempo mágico en el que la mayoría aun duerme y que se caracteriza por su callada fuerza. La luz se expande invitando a los seres a la acción, ser testigo de ese gesto cotidiano y apuntalarlo con la alegría del que se sabe custodio de otro día de vida me pone de buen humor. Con esa disposición me aseo, medito, escribo o salgo a correr. Y en cada itinerario descubro un gozo inédito, los principiantes empezamos a vivir cada mañana, y de esa forma el aburrimiento se mantiene alejado de nosotros dado que cada intento es nuevo, cada acierto, cada error, todo es volver a empezar. Incluso al escribir sabemos que cada hoja es la primera como aquella novela que repetía incansable una misma jornada de su protagonista. Tal vez por eso el silencio vuelva a surgir como un tesoro. Al ser nuevo y viejo a la vez, lleno y vacío, origen y destino. Todo cabe en él y al mismo tiempo nos demuestra que es pura nada. Por eso me cuesta compartir las letras que dejan testimonio de mi pensamiento. Lo verdaderamente esencial es inefable como saben los místicos o los enamorados. Y el resto de las cosas carece de importancia. Pido pues sus disculpas por haber ocupado un instante su atención, espero al menos haberle podido animar para que disfrute un poco más el tiempo que contienen sus manos.

miércoles, 21 de junio de 2017

¿Tiene futuro el derecho a la salud?






En mi columna del Huffpost de esta semana reflexiono sobre el futuro del derecho a la salud. Algo complejo cuando vemos que los sistemas sanitarios públicos menguan y los seguros privados crecen mientras la percepción de malestar (enfermedad) no deja de aumentar. 




El futuro del derecho a la salud.



Los enfermos necesitan profesionales sanitarios calibrados, atentos y compasivos. Estos a su vez precisan ser capaces de ejercer su servicio de la manera más afinada posible. 

El choque de trenes se produce cuando la expectativa del enfermo pone en la mano del profesional soluciones a sus problemas que no son delegables por ser de ámbito estrictamente personal. O bien el profesional trata de dar lo mejor de sí pero no puede por problemas personales, falta de equilibrio interno o sobrecarga de su puesto de trabajo.

No es fácil dar respuesta a una situación que, si bien es más frecuente de lo que imaginamos, tiene una solución complicada mientras no miremos todos en la dirección correcta. Los dedos suelen señalar el presupuesto deficitario o menguante, las políticas ineficientes o los diseños organizacionales obsoletos. No está mal, todas esas cosas han de mejorarse. Pero hay que dar un paso más para comprender en profundidad el asunto. La sociedad sufre un proceso de adaptación brutal en el que tiene que asumir cambios en una proporción e intensidad jamás vistos en lo que conocemos de la historia. La antropología y la cosmología se desdibujan mientras esperamos la irrupción de algo nuevo que no sabemos todavía bien qué es.

Pero seguimos sufriendo y enfermando. Las soluciones que nos ofrece la tecnología son aun muy parciales. Como primates que somos seguimos pidiendo que alguien nos sostenga la mano al enfermar y al morir y eso no lo hacen ni lo harán nunca los chatbots, APPs ni programas de inteligencia artificial.

Los sanitarios por su lado también sufren desconcierto ante campos de conocimiento que se expanden a una velocidad que ningún humano puede seguir. Los especialistas son empujados a disminuir todavía más su campo de trabajo. Los generalistas comprueban que lo que antes valía ya no vale y no es nada fácil adquirir las progresivas competencias que la sociedad red exige.

Los gestores se hunden en el pánico que les ancla a sus despachos y pantallas. No se atreven a salir ni a establecer puentes de comunicación con subalternos o ciudadanía cada vez más displicentes y enfadados.

Nos hundimos, y eso no gusta a nadie. Ni a la marinería, ni al pasaje ni a este pobre músico que sigue con disciplina regalando acordes a una escena dramática. No basta saber que hemos chocado con un obstáculo insalvable. El barco-humanidad tiene recursos para salvarse y opciones para decidir hacerlo bien o dejarse llevar por el miedo y el caos y mandarlo todo al infierno.

Un servidor es optimista. Si podemos estar reflexionando esto juntos también somos capaces de ponernos manos a la obra trabajando en equipo. Para empezar atrevámonos a convertir esta inquietud en conversación. Hablémoslo con amigos, familiares o compañeros de trabajo. Hagámonos preguntas y hagámoselas a los demás. Escuchemos lo que otros puedan pensar al respecto. 

La inteligencia colectiva existe. Más cerca de lo que tal vez intuyamos.