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viernes, 10 de agosto de 2018

El aburrido lenguaje de los médicos






Mucho se ha escrito sobre la forma en que los médicos se comunican con sus pacientes. Los problemas que los profesionales de la salud enfrentan cada día para entender las necesidades e historias de las personas que acuden a ellos son proporcionales a los que estos tienen a la hora de entender las recomendaciones que les dan los primeros. A resultas de esto muchos encuentros clínicos se dirimen malamente y devienen en desencuentro.

La gente se queja del lenguaje técnico que usan los facultativos, de la centralización de estos en el ordenador y de lo poco que les miran o sonríen, entre otras cosas. Y, por si fuera poco, fuera de las consultas pasa lo mismo. Cuando un galeno sale por televisión suele trufar su discurso de tecnicismos y recomendaciones frías emitidas desde una óptica especializada que no suele incluir la visión del ciudadano de a pie.

¿Por qué somos tan aburridos los médicos? En parte por la elevada exigencia curricular que se nos exige, lo que obliga a estudiar miles de horas (lectura) confinándonos en bibliotecas o salas de estudio durante años en los que nuestros compañeros de edad suelen estar confraternizando o disfrutando de más ocio (hablando). Por otro lado pese a que la preparación dura de diez a doce años no se incluyen ayudas para favorecer la comunicación y la gestión de emociones, habilidades imprescindibles para todo aquel que trabaje con personas enfermas.

De esta forma aparecen de tiempo en tiempo propuestas de salud de orígenes diversos que publicitan dietas, pulseras, remedios, hierbas y una enorme lista de cuestiones que pese a no tener base científica alguna son contadas con el garbo y oropel que la mercadotecnia aporta. Sin duda las pseudoterapias y pseudociencias brillan más que la mayoría de las propuestas sanitarias habituales.

Este choque de discursos es común en consulta cuando la paciente confiesa a su doctora que usa tal dieta milagro que vio en televisión o tal hierba para dormir que le recomendó su cuñada. La facultativa no lo tendrá fácil para construir una argumentación sólida que apoye algún curso de acción prudente en un encuentro de seis minutos de media, en el que seguramente le habrán propuesto otros múltiples motivos de consulta.

Por otro lado son muchas décadas de prohibir, abroncar y castigar al personal por no seguir unos elementales hábitos de salud cuando de todos es sabido que cada cual hace lo que puede con su vida y que las prohibiciones se las salta continuamente todo el respetable a la torera.

De vez en cuando surgen profesionales que marcan otra tendencia razonando, respetando y proponiendo con solidez científica. Valientes que hacen malabares con su agenda para tratar de detenerse un poco en detalles que a otros les pasarían desapercibidos pero que son de gran valor para el paciente.  Grupos que apuestan por una comunicación de calidad y luchan día a día por mejorarla.
A ellos dedico el escrito de hoy sabiendo que son cada vez más y que gracias a su callado trabajo el discurso en salud de la sociedad está gestando nuevas semillas que quizá florezcan y den frutos sorprendentes.

Toda sociedad aspira a la salud. Para construir salud es fundamental apoyarse en buenas narrativas, contar bien las rutas a seguir, los posibles peligros del viaje y las formas de sobreponerse a los naufragios. Los profesionales de la salud debemos dar ejemplo y educar en salud, en cuidados y en la mejora de hábitos de vida. Contar las cosas de una mejor manera. Lo creo posible, además de sentirlo prioritario desde hace ya mucho tiempo.





Este artículo se publico originalmente en el Huffpost.

jueves, 8 de marzo de 2018

Sobre mujeres, huelgas y respeto


Obra de Raija Jokinen



Publico esta semana en el Huffpost una reflexión sobre la huelga de hoy 8 de marzo. Me uno con ella al proceso que muchas personas de buena voluntad llevan tiempo haciendo para conseguir mejorar el trato a las mujeres, el respeto y la justicia. No es solo una cuestión de violencias, desigualdades económicas o de derechos, se trata de algo mucho más profundo: el modo en el que mujeres y hombres nos relacionamos.





¿Necesitan las mujeres una huelga general o más respeto?



Soy un padre de familia orgulloso de serlo pese a no tener reparo en reconocer mi mediocridad. Tras cuatro paternidades asumo sin pudor que no he podido dar la talla en igualdad. Por mucho que lo haya intentado ya no tengo duda de que la mujer asume la mayor parte del peso en la crianza. Además de otras tareas de cuidado de otros, funciones de socialización y mantenimiento de familia extensa y amistades. Además de su liderazgo en la gestión doméstica y en la convivencia, así como otras funciones sociales y laborales imprescindibles para que el mundo avance.

Desde hace años no dejamos de oír el daño que la desigualdad causa a las mujeres a lo que se suma el espinoso tema de la violencia contra ellas. Por un lado no hemos sido capaces aún de integrar la asimetría que el código genético nos imprime y las que el devenir social también impone. Por otro no terminamos de entender que la violencia contra las mujeres lleva inevitablemente de la mano otra violencia contra los hombres diferente en las formas pero afilada al fin que nos convierte a unos y a otras doblemente en víctimas y verdugos.

Tal vez a alguno le parezca escandaloso pero por mucho que avancemos en la equiparación de derechos y deberes no somos iguales ni lo podremos ser. Por mucho que avancemos en la mejora de las relaciones intergénero siempre habrá un quantum de violencia y falta de respeto en toda sociedad.

Por eso me entran dudas, de cara a la huelga feminista del ocho de marzo, de si las mujeres necesitan que los hombres hagamos un paro laboral o más bien sería mejor para ellas que todos aprendiéramos a respetarlas más y a tomar conciencia de lo que está pasando con las relaciones entre géneros. No tengo claro que las mujeres ganen algo dejando de trabajar unas horas, tal vez sería mejor reservar un tiempo más extenso para reflexionar unos y otras sobre cómo conseguir crear sociedades basadas en el buen trato y el respeto.

Creo que nos estamos excediendo al poner el foco en ejemplos de discriminación, maltrato, violencia o vejación. Es cierto que estos temas deben estar encima de la mesa y es necesario hablarlos y denunciarlos, pero ¿no ayudaría más a nuestros jóvenes visibilizar ejemplos de buen trato, respeto, diálogo y convivencia? No se a ustedes pero a un servidor le resulta extremadamente complicado hallarlos en los medios de comunicación, redes sociales o en expresiones artísticas.

Cada cual aprende los modelos de convivencia, comunicación e interacción con el propio sexo y con los otros de lo que ve y experimenta en su ámbito familiar y personal. También en lo que observa en series de televisión, películas o en figuras públicas. Las horas de violencia y maltrato real o virtual que cualquier joven consume en su infancia son a todas luces excesivas. Si en consecuencia los ejemplos de respeto y buen trato escasean será más difícil reproducirlos cuando toque. Me parece que la urgencia social es precisamente esta: replantearnos cómo mejorar en primera persona nuestras relaciones humanas con todos aquellos y aquellas con los que interactuamos. Cómo tratar mejor a familiares, amigos/as, compañeros/as de trabajo, vecinos/as o demás personas de la comunidad. Cómo corregir lenguajes rudos o insolentes, cómo potenciar el agradecimiento y los buenos modales, pronunciar más elogios que quejas y dedicar más tiempo a la escucha que al propio discurso.

No critico la iniciativa de la huelga feminista por lo que pueda conseguir de visiblilización y reflexión pero he de reconocer que me irrita la pose y el postureo de muchos y muchas al respecto, también la inflexibilidad en algunos planteamientos y la demagogia. Hay una revolución del buen trato esperando a la vuelta de la esquina que nos está llamando pese a que no sea rentable para los medios de comunicación y otros intereses anunciarlo; las buenas noticias nunca lo han sido. Por eso no me verán ese día cruzado de brazos, apuesto a que estaré de servicios mínimos como en casi todas las huelgas de los últimos años, en los centros de salud estamos siempre en cuadro y el derecho a la huelga es como otros muchos relativo. Me queda mucho que construir y mejorar para ser capaz de tratarme un poco mejor a mi mismo y en consecuencia a los demás, especialmente aquellos/as que por su situación de discriminación, vulnerabilidad o necesidad, más lo precisen. Como sociedad también nos queda mucho trecho. Aprovechemos esta oportunidad para que cada cual dé un paso.





Raija Jokinen

miércoles, 14 de febrero de 2018

Sobre gente tóxica, monguers emocionales y zombis cognitivos






Todos sabemos lo que es la gente tóxica, la hay a patadas. Basta encender la televisión, coger el coche o salir a un recado. No digamos nada de si observamos los ambientes laborales o familiares, ¿quién no tiene un cuñado monguer o un jefe venenoso?

Curiosamente no hay un claro remedio para este problema que amenaza de forma manifiesta el futuro de la humanidad. El personal no deja de hablar del cambio climático pero pongan a un puñado de estas criaturas a dirigir países y verán como sube de verdad la temperatura. 

Afortunadamente contamos con sabios reputados y líderes de opinión alternativos que nos ayudan a entender la dimensión del problema. Pero estamos lejos de hacer una toma de conciencia global del mismo absortos como estamos de la última teleserie de moda o del trending topic de turno.

El drama del asunto estriba en el hecho de que cada cual es susceptible de ser tóxico para otros. Por muchas virtudes que tengamos es incuestionable que somos incompatibles, intragables y enteramente odiables para alguien. La verdadera sabiduría sería no elegir un perfil de este tipo como pareja, amigo íntimo o compañero de fatigas y si nos toca en suerte en la familia o el trabajo encomendarnos a la cofradía de la santa paciencia y no desesperar.

Porque otra cosa no habrá pero de desesperación vamos servidos. Y en esto los perfiles humanos tóxicos tienen mucho peso por la cantidad y calidad de sufrimiento que producen.

Si elaboramos una tipología de gente tóxica propongo tres tipos principales que paso a describir: los malvados, los monger emocionales y los zombis cognitivos.

Los malvados son los protagonistas del mundo de la ficción y como tales tienen legión de seguidores. Toda novela o película que se precie tiene algún malo malísimo o malvada terrible. Y como la realidad supera siempre la ficción a poco que miremos alrededor encontraremos alguno a un tiro de piedra. Dentro de los malvados hay gran diversidad desde la psicopatía a la estulticia, desde la ambición a cualquiera de los pecados capitales llevados al extremo. Hay malos por defecto y por dedicación. Malos generalistas o especializados. Algunos lo son de forma genética otros ambiental, también los hay que ejercen desde jóvenes y otros que mejoran a medida que avanzan en edad.

Los monger emocionales serían la siguiente categoría y también son legión. Se definen como aquellas personas de la esfera personal que pese a conocernos bien son incapaces de anticipar nuestros deseos y pese a repetirles continuamente lo que necesitamos no consiguen entenderlo y satisfacernos a conveniencia. El término pertenece al psicólogo Victor Amat que, entre otras cosas, se dedica a remendar los efectos perniciosos que los mongers causan en sus clientes.


Por último consideraremos los zombis cognitivos que avanzan en manadas obcecado cada cual con un asunto personal que no consiguen despegar de sus cabezas ni discursos. Se los puede ver en cualquier tipo de ambiente persiguiendo a sus víctimas a las que tratan de enredar con su problema zombi que no está ni muerto ni vivo sino bloqueado irremisiblemente en todas las horas de su jornada. Allá por donde van dejan un rastro de olor desagradable que termina alejando a los que les rodean. Probablemente también sueñen con su pesadilla existencial, lo que convierte su condena en inhumana y por añadidura el castigo que han de soportar los que por obligación o fatalidad deban escuchar el lastimero discurso monocorde del zombi penitente.

Y así estamos, conformando una humanidad herida cuyos miembros son a la vez víctimas y opresores, tóxicos y curativos. Como no se vislumbra una solución fácil, pese a que los falsos profetas tecnológicos no dejen de aventurar un paraíso virtual lleno de inteligencias artificiales y oropeles sin fin, un servidor se atreve a compartir una propuesta. Si cada persona aprendiera a relacionarse humanamente consigo misma tratándose con un mínimo de atención, compasión y delicadeza tal vez la ignorancia y la toxicidad humana se fundieran un poco para devenir en creatividad, cuidado y armonía. Sé que me arriesgo mucho al significarme y que más de una ceja se enarcará en disgusto pero ahí lo dejo. Y si tienen mejores ideas no duden en ponerlas en práctica, a ver si alguien termina encontrando el grial.





Este artículo se publico por primera vez en el Huffpost


viernes, 7 de julio de 2017

Infiernos, desesperanza y sinsentido

En mi columna del Huffpost de esta semana reflexiono sobre la desesperanza y los estados negativos que lleva asociada. Es una realidad que pienso debería ser mejor manejada en general, tanto a nivel personal como social. Un campo de sufrimiento que tendría que ser tomado en cuenta por los profesionales de la salud. 







Las peores llamas del infierno son aquellas que nacen de la desesperanza y el sinsentido. Los profesionales de la salud lo sabemos bien. Acompañamos a muchos caminantes, como Virgilio hizo con Dante, por los pasadizos de los flamígeros círculos sanitarios llenos de procesos, estrategias de crónicos y otros peligros.

Frente a las catástrofes vitales caben muchas posibilidades, la mayoría adaptativas. Pero en ocasiones la persona se siente desbordada y pierde pie, cayendo por la resbaladiza pendiente de una adicción, una conducta peligrosa o una ideación suicida. Los desesperados son muy peligrosos, sobre todo para ellos mismos, aunque no perdamos de vista la posibilidad de que puedan hacer daño a su entorno. En el germen de muchos tipos de violencia y maltrato se esconde una pérdida de rumbo, valores o desesperanza.

Paradójicamente no es siempre fácil poner de manifiesto estas cuestiones. Algunas personalidades las guardan en la profundidad de su intimidad y no se permiten verbalizarlas a nadie. En esos casos el sufrimiento rezuma por los cuatro costados y el mismo gesto suele ser relevante pero la queja se suele disparar hacia problemas físicos o malestares circunstanciales. Será excepcional que el profesional de la salud se interese por la dimensión existencial y de valores de la persona, por lo que su situación se etiquetará como problemas biológicos varios y depresión/ansiedad que no mejora con tratamiento. A estos pacientes se les incluye entre los "difíciles" dado que no responden a ningún plan de cuidados, suelen ser hiperfrecuentadores y no dejan de quejarse por incontables cuestiones.

No nos solemos dar cuenta de que debajo de un mar de quejas hay siempre un sufrimiento profundo no atendido. Y si bien es cierto que en una consulta breve de centro de salud no es fácil desplegar el tiempo, la energía y la conciencia para desvelar estas cuestiones, también lo es que el único camino posible pasa por ofrecer la posibilidad de verbalizarlo en un entorno de confianza y eso si lo pueden ofrecer los trabajadores sociales, enfermeras y médicos.

Creo que es hora de una ampliación de rol de las profesiones sanitarias que incluya estas dimensiones de la persona que pese a ser ocultas y pertenecer a su ámbito íntimo pueden ser causa de profundo sufrimiento y enfermedad. A la par que reconocerlas y cuidarlas en los propios profesionales probablemente les protejan del exceso de queja y el desgaste profesional.



miércoles, 22 de febrero de 2017

La importancia de pensar en los demás




Publico esta semana en el Huffington Post una reflexión sencilla pero revolucionaria. No es novedoso decir que pensar en los demás tiene una profunda base ética y filosófica presente en casi todas las tradiciones humanas. Lo cierto es que lo hacemos poco pese a que se está manifestando como decisivo para el futuro de la especie el pulso entre el pensamiento egocentrado y el ecocentrado, el que solo vela por el interés propio y el que busca el bien común.

Les dejo los siguientes apuntes a su consideración. 




PENSAR EN LOS DEMÁS.


Por muy altas que sean las motivaciones humanas suelen estar supeditadas a nuestra condición de sujetos de necesidad. Condición que compartimos con el resto de los seres vivos y que nos obliga, en virtud de los programas de supervivencia, a anteponer la satisfacción de la propia necesidad antes que la de los demás. Por muchas capas de justificación moral con que pintemos las acciones, estas se dirigirán a calmar la propia sed, al menos un instante antes que la del resto de la tribu.
La corrupción generalizada que afecta de un modo u otro a todas las instituciones humanas tiene esta base y me temo que no escapa de ella ninguna cultura, si bien es cierto que es posible minimizarla en aquellos casos en los que se consigue un alto nivel de satisfacción de las necesidades básicas generales.
Este modo de actuación basado en la necesidad es el sustento de la propia identidad en forma de ego que delimita un yo de un tu. El egocentramiento ha sido garantía de supervivencia durante eones dado que los que no lloraban no mamaban y terminaban siendo incompatibles con la vida.
Nuestro tiempo nos ha traído un nuevo reto, hijo del proceso de globalización e interconexión experimentado en las últimas décadas. El planeta se ha transformado en un ecosistema único que ha incorporado todos los sistemas menores existentes y en consecuencia a la totalidad de los actores dotándonos de una conexión al resto del sistema. Esta situación novedosa choca con el programa egocentrado que, con toda probabilidad en el caso humano, está optimizado para grupos que no excedan el número de Dumbar. Para colectividades mayores fueron necesarias enormes adaptaciones culturales que se fueron fraguando desde la revolución neolítica, que no se basó únicamente en el desarrollo de la agricultura, sino en el arte de conseguir convivir en grupos superiores a ciento cincuenta personas.
La revolución que ahora encaramos tiene que ver con la supervivencia. Es necesario cambiar las reglas para poder convivir en un grupo humano de un tamaño infinitamente mayor a los anteriores reinos, imperios y naciones. Un grupo que incluye a la totalidad de los siete mil cuatrocientos millones de humanos, a los que sumar el resto de seres vivos del planeta.
También necesitaremos contar con la ayuda de líderes que den ejemplo en este tránsito, personas capaces de anteponer el bien común al propio y que al hacerlo nos lo pongan un poco más fácil a los demás.
La alternativa consiste en conseguir un modo de pensar, sentir y actuar ecocentrado cuya prioridad máxima no sea la supervivencia propia sino la de la totalidad del grupo. La naturaleza nos propone ejemplos en las complejas colectividades de hormigas, termitas o abejas y en otros muchos casos. A nivel de ingeniería social harán falta herramientas que favorezcan la necesaria toma de conciencia y adaptación a un cambio del que dependerá la entera supervivencia de la especie. No es matemática, ni económica, ni ecológicamente posible mantener un ritmo de consumo de recursos basados en el beneficio de una colectividad inferior a la totalidad. El decrecimiento es el único camino posible antes de que crucemos el punto de no retorno que nos lleve más allá de la capacidad de adaptación del planeta. Para integrarlo necesitaremos reformular el valor del bien común y en consecuencia del bien propio. Aprender a escalar cada cual en el lugar que le corresponda, ajustando la propia escala de valores a una nueva forma de considerar al ser humano como una única familia y no como un conjunto de naciones con intereses contrapuestos.
Seguramente necesitemos rescatar el mensaje de unidad y fraternidad que todas las tradiciones culturales contienen dentro de los frágiles vasos de las religiones. Vasos que en una gran proporción han quebrado su exterior de ritos, dogmas y creencias al no poder competir con la visión científico racional de nuestro tiempo. El contenido de esas ánforas sigue manteniendo un enorme valor. Más allá de la capa de creencias hay un pozo de sabiduría, búsqueda y desarrollo de capacidades humanas que no sería inteligente desdeñar.
También necesitaremos contar con la ayuda de líderes que den ejemplo en este tránsito, personas capaces de anteponer el bien común al propio y que al hacerlo nos lo pongan un poco más fácil a los demás. Personas capaces de dialogar pacíficamente con las corrientes fundamentalistas, nacionalistas y populistas que se alcen para promover el bien de una comunidad frente a las demás. Que nos expliquen, de una forma que podamos comprender, que esas posiciones que quizá tuvieron un sentido histórico ya no lo tienen si nos planteamos una supervivencia que forzosamente tendrá que contar con la totalidad de la humanidad.
Finalmente, será necesaria una toma de conciencia global para la que quizá sirva la posibilidad de interconexión de la que disponemos. Necesitamos a los demás para sobrevivir, a todos los demás. Saberlo y sentirlo profundamente será el primer paso para encaminar nuestras acciones hacia ese necesario encuentro que no será sencillo para muchos.

lunes, 19 de diciembre de 2016

Palabra, pensamiento y sentido

Reflexionaba hace unos días a tenor de una conversación virtual con unos amigos sobre la importancia del lenguaje tras ver un programa de televisión en el que aparecían unos jóvenes hablando de política. Lo he compartido en mi columna del Huffington Post y ahora lo hago en este blog. 


 
 
 

 
Leer una página bien escrita o escuchar una idea bien expuesta nos causa placer. Lo habitual es lo contrario. Dedicamos mucho tiempo de la semana a leer mensajes en el móvil, noticias y propaganda escritos de una manera abyecta o a escuchar tertulias infames, programas de radio o televisión indigestos o terribles vídeos de internet. Nuestras conversaciones cotidianas versan con frecuencia de temas intrascendentes como moda, fútbol, políticos o rumores y escándalos. Usamos un lenguaje de andar por casa, poco cuidado, con escaso aseo y menos jabón. Sin duda nuestro pensamiento se resiente. Las palabras y la lengua son el armazón de mucho de lo que el cerebro genera. Basta escuchar a una persona unos minutos para saber qué nivel de presencia y pensamiento tiene.

El aseo y la fuente de un lenguaje cuidado son el silencio (escucha), la lectura, la conversación cuidada y la escritura. Basta echar unas sencillas cuentas del tiempo dedicado en los últimos siete días a estos cuatro menesteres para darnos cuenta de la situación en la que estamos. 

Uno de los temas preferidos de toda charla de café es lo mal que está todo. Como respuesta cada cual aventura sus propias soluciones, habitualmente para que las apliquen los demás. Pocas veces consideramos la posibilidad de mejorar nuestro lenguaje y pensamiento. Sentimos una gran resistencia a abrir las puertas de aquello que conlleve una gran responsabilidad, esfuerzo o compromiso. Llegar a ser un homo sapiens pleno requiere de las tres. Humanizarnos en el saber implica la responsabilidad de apostar por nuestro crecimiento personal, el esfuerzo por mejorar la forma de hablar y de pensar y el compromiso para usar  nuestras habilidades en beneficio de todos.

La vida humana es una narrativa, una historia que se va viviendo y contando a la vez. Ser capaces de contarla mejor usando las palabras y pensamientos adecuados nos da sentido. Emborronar la página con frases y discursos que ni nosotros mismos nos creemos nos lo quita.

Por todo esto animo a escribir a los que llegan a mi en busca de alivio o de consejo. No hace falta ser un Cervantes para dar un primer paso, basta una nota con una idea o un verso. Basta un cuaderno personal, quizá un poco de reflexión antes de escribir algo en las redes sociales, tal vez algo de valor para contarle a alguien que nos importe lo que pensamos o sentimos.

Si hay una revolución pendiente seguro que pasa por aquí. No seremos capaces de dar la vuelta al mundo si no encontramos mejores formas de pensamiento y expresión. Y lo mismo se aplica a la vida de cada cual, si ansiamos mejorarla en profundidad habremos de encontrar la fuente de la que manan las ideas. No les puedo decir dónde poder hallarla, tan solo sugerirles que para abrir la puerta usen el verbo más delicado que puedan destilar.




Dedicado al grupo Hermenéutica del Caos, con la esperanza de que sigan generando las preguntas adecuadas.

viernes, 16 de diciembre de 2016

Medicina basada en la compasión


 White Lotus

Foto de  派脆客 Lee





La compasión es la comprensión plena de la necesidad del mal.
Paco Traver



Llevo años ejerciendo la medicina y me sigo considerando un perfecto principiante. Cada paciente me obliga a empezar todo de nuevo, a construir de cero. Es verdad que no siempre fue así, durante mucho tiempo me limitaba a aplicar etiquetas diagnósticas y a aportar las correspondientes contrapartidas terapéuticas. De hecho sigo haciéndolo cuando me despisto o la consulta viene muy sobrecargada.

He recorrido muchos caminos, infinidad de cursos, artículos, libros, profesores, seminarios y congresos. No ha servido de gran cosa, sigo siendo un gran ignorante. Más si cabe como generalista, obligado a navegar un campo de conocimiento tan extenso como el mar. Es verdad que he encontrado compañeros amables que con paciencia me han ayudado a seguir adelante ofreciéndome sus manos ante las múltiples caídas y pacientes comprensivos con mi impericia y múltiples errores. También lo es que he podido hacer pie en valores sólidos como el humanismo, el genuino interés por aprender y la voluntad de ayudar. La medicina actual es una ciencia complicada que ha perdido parte de su arte y de su magia. Está amenazada por la codicia de los hombres que conspiran para convertirla en gran negocio y por la estupidez de los que no se dan cuenta de que tanto su escasez como su abundancia son peligrosas.

Esta mañana me detuve un momento a contemplar las nubes, las primeras tras un tórrido verano. Su belleza me inspiró, tal vez por eso necesité ponerme a escribir estas palabras como forma de agradecer todo lo inmerecido que uno recibe. La medicina moderna está basada en la evidencia, en la ciencia, en el método científico. Eso la ha permitido avanzar y ofrecer respuestas tras siglos de titubeos, ensayos y errores basados únicamente en la experiencia. El exceso de tecnología y el gran tamaño de las organizaciones y sistemas sanitarios la están despojando de su lado más humano. Algunos reivindican la necesidad de recuperar ese humanismo pero ¿cómo hacerlo con consultas saturadas, pocos recursos, prisa y agobio?

Tal vez sea todo más simple. Si fueramos capaces de basar la medicina en la compasión quizá logaríamos llegar algo más lejos. A ese lugar que habitualmente guardamos celosamente, al corazón humano. Cada vez enfermamos más por nuestro hábitos y modos de vida competitivos, acelerados y consumistas. Cada vez consultamos más por problemas derivados de la vida y no por la mera enfermedad. Creo profundamente que tanto los pacientes como los profesionales sanitarios necesitamos mucha compasión, no entendida como una conmiseración anticuada sino como un sincero deseo de bien y superación. Para desarrollar compasión hay que prestar plena atención, si estamos despistados es imposible conectar compasivamente con ningún ser humano. Si logramos abrirnos a esa forma de presencia seguramente ocurran cosas. La otra persona se sentirá escuchada, valorada, acompañada. Tendrá la oportunidad de abrir con confianza sus verdaderas heridas, permitirá que se le asista. Si no lo conseguimos nos quedaremos en un nivel operativo superficial, seguiremos dando un diagnóstico y un tratamiento (habitualmente farmacológico) y el paciente se marchará de la consulta sin haberse sentido escuchado y probablemente sin ganas de usar la receta que lleva en la mano.

Los profesionales también necesitan la compasión de sus pacientes. La comprensión de que también son humanos, se cansan, se caen, se equivocan. Se sienten sobrecargados y sobrepasados, no sabiendo a veces qué hacer con tanto sufrimiento y tanta lágrima que cae sobre ellos cada día. Incluso los gestores y políticos del ramo la requieren, siendo como son incomprendidos y criticados ferozmente por incontables razones, fruto de las cuales terminan encerrados en sus despachos cortando toda comunicación con el exterior y negando la posiblidad de un entendimiento necesario.

La compasión ha sido un valor tradicionalmente defendido por el ámbito religioso. Hoy es necesario rescatarlo desde el mismo centro de una sociedad que se descompone como un azucarillo mojado ante los enormes cambios de un  mundo que no deja de avanzar. Como médico intento cada día ponerla encima de la mesa. No hace falta nombrala tan solo aplicar plena atención para hacerla presente.  Algunos dicen que hace falta una revolución de la medicina pero no terminan de decirnos cómo llevarla a cabo. Yo tampoco lo sé, lo único que intuyo es que si de algún sitio puede surgir es de la magia de la comunicación entre dos personas, un arte que precisa la máxima consciencia y compasión que seamos capaces de destilar.



Publicado en el Huffington Post.

sábado, 8 de octubre de 2016

Recuerda que vas a morir... un libro extraordinario




Como médico conozco profundamente el poder sanador de las cosas sencillas. Me gusta recomendar música de calidad, agradables paseos y un poco de lectura tanto en consulta como en las páginas sueltas que voy lanzando a la marea de Internet en pequeñas botellas. Tengo la certeza de que la palabra encierra un antiguo poder, fraguado en la noche de los tiempos, que nos permite convertirnos en humanos. También puedo decir que esa primigenia hambre de historias es casi tan importante como la que sentimos cuando llevamos muchas horas sin ingerir bocado. Las narrativas de los demás nos ayudan a construir las propias, sobre todo cuando caminamos por desiertos o nos enfrentamos a alguna catástrofe vital.

La historia que me gustaría compartir hoy nos la regala Paul Kalanithi, un brillante neurocirujano que se cruzó con la muerte antes de lo que pensaba. Es una buena historia, contada en primera persona, con honestidad, sencillez y mucha humanidad. Probablemente nada nos humanice más que saber que vamos a morir. Paul nos lo recuerda porque sabe, sabía, que es la única forma de vivir plenamente. Su libro es un ofrecimiento. Verdaderamente el autor nos entrega un tesoro de infinito valor: su propia historia, su vivencia, su baile con ese famoso segundo principio de la termodinámica que hará que finalmente todos acabemos entregándonos a ese basto mar que es el universo. Encontrar sentido en la enfermedad grave es posible, encontrarlo en la vida también. El testimonio de Paul es un ejemplo que nos puede ayudar a caminar para alcanzar ese delicado, y en ocasiones invisible, sentido que pese a su enorme fragilidad es capaz de sostener nuestras mayores luchas y dificultades.

Por eso recomiendo esta lectura a mis pacientes terminales, recordando que todos lo somos. Pero también, y de forma especial, a mis colegas del ámbito de la salud. Paul era un médico extraordinario no solo por ser un profesional excelente en su ramo sino porque conocía el valor de la relación clínica, el sagrado misterio que se produce cuando alguien ayuda a alguien, cuando nos atrevemos a acercarnos a quien nos necesita y este nos lo permite. Aprender a acercarnos a la persona enferma tanto desde nuestra luz como desde nuestra levedad permitirá tender puentes que de otra manera no podrían ser alzados.

Los que me leen saben que la muerte me interesa bastante. No podía ser de otra manera al habérmela cruzado a menudo tanto en el devenir de mis encuentros clínicos como fuera de ellos. Sin embargo no puedo decir sobre ella más que está inevitablemente imbricada con la vida. Paul nos lo deja claro en su libro: para vivir con plenitud, honrando verdaderamente la palabra vida, es necesaria la consciencia de muerte,  finitud y levedad. De otra forma nos despistamos y nuestros valores se confunden. Terminamos persiguiendo quimeras o metidos en densos laberintos. La muerte nos aclara las cosas, las simplifica con su dolorosa pedagogía: "si vas a terminar muriendo, más te vale espabilar y vivir ahora que puedes".


Merece la pena conocer a Paul Kalanithi. La mejor manera de agradecer su mensaje es permitir que otros lo puedan distrutar.







Este artículo se publico inicialmente en el Huffington Post.

viernes, 12 de agosto de 2016

¿Cuánto vale la Sanidad?


Tesoro de Gazteluberri. Wikipedia commons.





Hace unos años se implementó en Madrid un proyecto que, como muchos otros, acabó en agua de borrajas. La Consejería de Sanidad quería que la ciudadanía valorase los cuidados sanitarios que recibía adjuntando una factura sanitaria virtual al alta de una estancia de hospital o al salir de un servicio de urgencia o de un centro de salud. Aquello, como digo, no pasó de proyecto y terminó olvidado en algún cajón. La idea subyacente me parece merecedora de rescate, no tanto por el método sino por la reflexión: ¿sabemos lo que vale la sanidad?, ¿conocemos lo que valen los servicios sanitarios?. En España me parece que no. Esto se explica por la cobertura casi universal del seguro de salud público y por el 25% de la población que usa seguros privados o ambos. Muy poca gente paga en el acto sus servicios sanitarios privados. En consecuencia, no hay forma de que recordemos cuánto vale una consulta médica, una cura de enfermería, un aviso a domicilio, una consulta especializada o una atención urgente. En la mayoría de los casos, no nos cuesta dinero directo, tenemos la impresión de que nos sale gratis, y quizá por ello usemos cada vez más estos servicios.

Muchos conocen lo que cuesta una visita de un profesional en fontanería, electricidad, calderas o cerraduras, algunos habrán tenido incluso que requerir algún servicio nocturno o urgente. ¿Qué pasaría si cuando requerimos un servicio sanitario nos tocase pagar una parte?

El escenario de los copagos no es plato de gusto para ningún partido político, pese a que su actitud hacia ellos es notoriamente diferente. Saben que tienen un precio político y cuestan muchos votos. El verdadero problema surgirá cuando no tengan más remedio que aplicarlos por exigencias del guión. Y en una coyuntura de decrecimiento y presupuestos menguantes, esto terminará pasando. Si no somos capaces de ahorrar en mecanismos del Estado redundantes, corruptelas varias, asesores, gastos superfluos y demás no tendremos más remedio que seguir sufriendo recortes en servicios públicos. En sanidad será preciso priorizar el apartado de farmacia por un lado y el apartado de personal por otro. Repensar qué coberturas, servicios y programas son básicos y universales y cuáles son secundarios y cofinanciables. Este proceso es doloroso, como lo es toda operación que exige abrir la piel y exponer tejidos vulnerables con la intención de eliminar lo que está poniendo en riesgo la vida del paciente y remendar lo que precisa refuerzo y curación. La anestesia para acometer este proceso no debería ser narcótica en nuestro caso, sino todo lo contrario. Precisamos lucidez, información cierta y profesionales honrados que nos ayuden en el proceso de elección.

Como profesional de a pie, estoy lejos de los despachos y pasillos en los que se guisan las políticas sanitarias, pero esto no merma mi capacidad de discernimiento. Cada año sufro en mis carnes la reducción del presupuesto, cada vez menos suplentes, cada vez más saturación, más pacientes, más complejidad a la que atender en menos tiempo. Todo tiene un límite, y esto también.

Lo que no tengo tan claro es que podamos abordar este proceso de reformulación del sistema sanitario y de priorización de sus servicios de forma autónoma. De momento, llevamos décadas sin dar pasos hacia una solución ni proponer ideas consistentes. Bueno, proponer ideas sí lo hemos hecho, pero me temo que cada uno la suya, y así no hay forma de ir a ninguna parte. Cuando una delegación de tecnócratas de Bruselas venga con el pliego de alternativas seguramente no nos guste. Sean ellos o sean simplemente las leyes del mercado y las arcas públicas vacías, al final terminaremos enfrentando lo inevitable: habrá que pagar más por el seguro sanitario.




Artículo publicado en el Huffington Post.

martes, 12 de julio de 2016

Caminar sobre el agua







En el siglo primero no había presupuestos sanitarios, ni sanidad, ni consejeros, ni hospitales. Tal vez por eso algunos no tenían más remedio que hacer milagros. A muchos le costará reconocerlo pero hay muchas probabilidades de que tengamos que volver a retomar esas viejas costumbres. Cada vez con menos personal, cada vez con menos recursos, cada vez con menos fondos... nos veremos abocados a caminar sobre las aguas, convertir el agua en vino, curar a los enfermos imponiendo las manos y resucitar a los muertos imprecándoles con las palabras adecuadas.  De otra forma no se me ocurre cómo mantener la asistencia sanitaria si la edad media poblacional aumenta, el deterioro físico y la complejidad clínica se van haciendo exponenciales y la ciudadanía está cada vez más sobremedicada y sobrediagnosticada.

Es verdad que no todos los profesionales sanitarios están capacitados para gestionar milagros. Muchos trabajan agobiados por su situación de precariedad laboral y ni se les pasa por la cabeza intentarlo, otros están tan sobrecargados que ya ni miran a sus pacientes, obligados a rellenar tremendas listas burocráticas en sus ordenadores, algunos siguen intentando hacer las cosas lo mejor que pueden pero las condiciones laborales no se lo ponen fácil...

Los políticos dicen que todo va bien, que tenemos una sanidad "de las mejores del mundo" (mientras usan, sin mucha controversia, su mutua o compañía privada). Se empeñan en aparentar normalidad cuando el Titanic está ya sospechósamente escorado. A la gente tampoco parece importarle demasiado, agobiada como está con otros múltiples problemas. Llegará un día en que será necesario pagar con tarjeta al entrar en cualquier establecimiento sanitario pero para muchos eso tardará y ni les quita el sueño ni les evita disfrutar de sus campeonatos de fútbol preferidos. 

He de reconocer que he caminado sobre el agua en pocas ocasiones. Cuando lo he conseguido ha sido en encuentros terapéuticos de gran intensidad, dolor o complejidad. El paciente me ha permitido acceder a su herida y juntos hemos caminado sin hundirnos. Hoy tenemos artistas capaces de remedar estos misterios orquestando espectáculos creativos para masas que pasean por lagos como lo harían por el pasillo de su casa. En el mundo sanitario veremos cosas semejantes. Mucho glamour, mucho celofán, mucha fantasía.

Cuando se acabe el dinero, se termine el papel naranja de envolver y nos quedemos con cara de sorpresa mirando la puerta cerrada del servicio sanitario al que estábamos abonados algunos se acordarán de aquellos viejos maestros que curaban solo con sus manos. Terminarán buscándolos en sus teléfonos móviles que les remitirán a anuncios de consultas de terapias natural, biomagnética o ultrasofrológica, pero en estos casos de tarifa elevada, lo gratis se acabó.



Este artículo se publico originalmente en el Huffington Post




Fotos: instalación del artista plástico Christo en un lago italiano.

jueves, 2 de junio de 2016

No dar abasto


Foto Festival internacional de música y danza de Granada.





Es imposible dar abasto en estos tiempos rápidos que nos llenan los sentidos de ruido. Y en esa imposibilidad está la causa de nuestro agotamiento, que quema nuestros sueños en afanes mientras corremos desesperados hacia un horizonte que no conseguimos alcanzar.

Doctor estoy cansado, me dicen. Y yo les miro el alma comprendiendo que su sobrecarga es exacta a la mía y que sus fuegos arden con llamas que conozco. Creemos que podemos con todo, organizamos cada día en orden de batalla pero olvidamos algo, las heridas que inevitablemente irán apareciendo en la piel invisible del vulnerable corazón.

En una vida humana no caben tantos mundos, apenas alcanzamos alguno cuando por la noche nos perdemos en la celeste bóbeda que nos recuerda muda lo pequeños que somos. Queremos más y eso nos pierde. En las manos solo caben un par de puñados de arena, que contienen un tiempo limitado escapando a carcajadas sin que nada lo impida.

Parar y andar despacio es revolucionario. No serán las urnas las que cambien las cosas, lo harán los piés cuando descubramos que solo los pasos bien dados conducen a la vida.

Miro a sus ojos y les recuerdo que son reyes y reinas cuyo agotamiento es algo meramente accidental. Basta detenerse un instante, respirar hondo y regresar. Cuando lo hacemos recuperamos esa soberanía que los mercados se empeñan en quitarnos y hacemos del planeta un lugar algo más habitable.
 







Artículo publicado originalmente en el Huffington Post

lunes, 11 de abril de 2016

Shinrin Yoku, baños de bosque contra el estrés







Un baño de bosque no es más que un paseo largo por esos lares. Permitirse disfrutar de la naturaleza caminando en silencio o en tranquila conversación. Algo que los seres humanos han hecho a diario durante miles de años. Hoy parece que algunos están volviendo a rescatar esta sencilla práctica dándose cuenta de sus beneficios para la salud física y mental.

La naturaleza nos produce efectos saludables. Cuando nos solazamos en el mar o en la montaña es frecuente sentir bienestar, tranquilidad y alegría. La naturaleza está cada vez más alejada de nuestros entornos habituales de trabajo y vida. Quizá por eso notemos más el contraste y sintamos con más fuerza su capacidad sanadora. En Japón, donde el ritmo de vida urbano es especialmente gravoso para sus habitantes, están haciendo el esfuerzo de medir el efecto de los baños de bosque en la salud. Cada vez hay más evidencias científicas de su capacidad tranquilizante y normalizadora de la tensión arterial y otras variables.

Es curioso comprobar que en muchas ocasiones los modos y usos occidentales para relajarse pasan por someterse a más estímulos, pese a estar hartos o cansados de los mismos. De este modo tras una jornada laboral trabajando en un ordenador nos sentamos en el sofá enfrente de otra pantalla para ver nuestra serie favorita. Al desplazarnos en transporte público acudimos a nuestro móvil o tableta para buscar información o ver vídeos. Al salir a correr nos ponemos unos auriculares con música movida.

Nuestro cerebro tiene una alta capacidad para procesar información pero por grande que sea solemos llevarlo al límite y acabamos agotados. Volver al bosque, a la tradición del paseo tranquilo en un entorno natural no es una cuestión accesoria. Puede proveernos muchos beneficios a un coste muy bajo. La única inversión que tendremos que hacer es desplazarnos a un lugar que consideremos bello. Si tenemos la suerte de tener bosques o montañas cercanas será fácil, si no es así podremos buscar parques o senderos por despoblado en los que disfrutar del horizonte, el espacio abierto y los juegos de las nubes, la luz y el viento.  El secreto es concedernos esos tiempos como premio y manjar para disfrutarlos en soledad o bien acompañados.

Me gusta recomendar a mis pacientes iniciativas seguras, eficaces y que a ser posible haya probado yo mismo. Cuando el médico sabe si la medicina que provee es dulce o amarga la prescripción de la misma tendrá un fundamento más sólido. Por esta razón me gusta sugerir tomar baños de bosque a aquellas personas que pasan por circunstancias difíciles o viven tiempos de enfermar. También me gusta hacerlo con los que están sanos y quieren mantenerse en ese estado.

No puedo aventurar si esta actividad se convertirá en una moda más. De momento es uno de mis remedios saludables no farmacológicos que junto a la música, la escritura, la belleza y el silencio suelo usar con frecuencia en mi práctica médica.













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Bibliografía vía los árboles invisibles

Búsqueda en Google Scholar 

Este artículo apareció originalmente en el Huffington Post

jueves, 3 de marzo de 2016

Abismos y caídas










Solemos estar muy ocupados. Me sorprende que independientemente de la edad o del sexo todos corramos por igual. Nadie parece tener tiempo. Sin embargo cuando recibimos un diagnóstico de una enfermedad mortal todo parece detenerse. Hay muchas palabras que tienen este cáustico poder: cáncer, infarto, demencia... sin apenas esfuerzo transforman nuestras vidas haciéndonos perder pie, empujándonos a un abismo por el que parecemos caer sin tocar fondo.

Hoy me permito caer por ese abismo. En parte porque he recibido una de esas palabras, en parte porque me lo puedo permitir. No es vanidad, tan solo la infantil certeza de que en mi caso la incertidumbre jugará de mi parte. Al descender por este pozo a una velocidad de vértigo puedo ver la caída de tantos otros. Personas cercanas que aprecio, familiares, amigos. También muchos pacientes, que me honraron con su confianza y compañía. Todos caemos por igual. Si me esfuerzo y miro un poco más veo una gran muchedumbre como probablemente también hizo el agudo escritor del último libro de la Biblia. De alguna manera toda la humanidad está cayendo lentamente, sin saberlo, en esta sima adusta que nos va succionando.

Pudiera parecer oscura esta visión, no necesariamente habría de ser así. Es verdad que la humanidad cae, pero es glorioso su caer. Expone una infinita levedad, un final radical, una oscura respuesta. Pero también permite un horizonte de sucesos de resplandor sublime, capaz de dar sentido y proyección hacia propiedades emergentes que transformarán lo que pensamos son la vida y la muerte, lo divino y humano.

Nuestro nivel de pensamiento es primitivo como lo es el del paramecio para la hydra, o el del alga amarga para el mandril. Somos seres sintientes que buscan sus respuestas en un camino polvoriento que para muchos es desierto. Recuperar la certeza de finitud nos puede ayudar a reconvertir nuestra relación con el tiempo. Si no conseguimos dar la vuelta a esa palanca seguiremos flotando en un océano que nos supera. Aprender a vivir es saber que este instante es el único instante. Nuestro reino está aquí pese a que muchas voces nos intentan vender fuera del mismo sus productos.

Me agarro mi costado y exprimo unas palabras, sé que son poca cosa, pero son ciertas. Nada me gustaría más que ser capaz de vivir la vida en plenitud. Me alegra ser capaz por lo menos de intuirlo. Me alegra que tus ojos lo refrenden.




Este texto se publicó originalmente en el Huffington Post

miércoles, 16 de diciembre de 2015

El poder sanador de Harry Potter


Daniel Radcliffe, Emma Watson, and Rupert Grint at the world premiere of Harry Potter and the Deathly Hallows – Part 2 in Trafalgar Square, London on 7 July. Crédito de la imagen: Wikipedia




Estamos perdidos como sociedad y como individuos. Releo Harry Potter y entiendo su poder y su éxito. Hace falta recordar quienes somos, lo hemos olvidado. Hemos dejado atrás esa dimensión mágica y poderosa que nos convertía en héroes de nuestra propia historia. Sin ella la vida es insufrible y gris.

Solo podremos recordar si nos cuentan una historia lo suficientemente buena. Una narración que nos toque el alma, que nos devuelva la llave que abre la puerta de nuestra verdadera realidad.

La propia J. K. Rowling es un testimonio inspirador. Una mujer que en situación económica adversa es capaz de reconocer el valor de una idea y apostar por ella. Una intuición tan solo, un pensamiento fugaz mientras viajaba en tren. Con frecuencia nos jugamos la vida al aventar el trigo de nuestros sentimientos y pensamientos de la paja del ruido interior. Es cierto que fuera el mar truena enfadado pero no es suficiente razón para obviar la responsabilidad vital de honrar lo que somos: una leve brisa que porta historias y sentires.

Recomiendo a mis pacientes escribir, también a mis amigos. Es verdad que todo el mundo lo hace de una u otra forma desde ese correo electrónico al mensaje de Whatsapp. El reto es convertir en un mensaje inteligible todo ese torrente que encarnamos. Las imágenes, la música, los gritos. La rebeldía, el tedio y la creatividad. Cuando no somos capaces de expresarlo algo delicado empieza a marchitarse por dentro, nos secamos. Al olvidar el poder sanador de la poesía, la literatura y la filosofía perdemos la habilidad, de cantar, contar y preguntar. Las teleseries y los telediarios, los videojuegos y las redes sociales han usurpado nuestra capacidad de trenzar la vida en forma narrativa. Expulsar los poetas, juglares y filósofos no fue una buena idea. Los cantantes de rock, estrellas deportivas y telefamosos no lo hacen igual.

No hace falta la erudición de Javier Marías ni la capacidad de trabajo de Balzac. Rowling nos recuerda que cualquiera puede ser millonario si se atreve a compartir con los demás una historia poderosa. ¿El secreto? Saber apostar por el meme correcto y recordar a Picasso, que la inspiración nos pille trabajando.




Publicado originalmente en el Huffington Post