domingo, 29 de julio de 2018

Dar la cara por la salud


El autor de este blog dando la cara.





La salud nos interesa a todos. Por eso es un tema que aparece en las conversaciones habituales, medios de comunicación y cualquier tipo de tertulia. Cada cual da su opinión sobre cualquier cuestión al respecto y aconseja los remedios y soluciones que le parece. En este batiburrillo abundan los ignorantes, los estafadores y las consabidas diatribas de cuñados, dependientas y contertulios. Siempre me ha llamado la atención de que la participación en el debate público de profesionales de la salud ha venido de la mano de expertos renombrados del ámbito hospitalario por una parte o de personajes alternativos que claramente querían vender su libro.

Hecho de menos la visión de fisioterapeutas, psicólogos, enfermeras y médicos de familia. La sociedad necesita escuchar un nuevo discurso de salud que salga de la líneas del actual que promete bienestar a raudales, anuncia parabienes infinitos y nos ciega con sus avances tecnológicos. Cuidar la salud precisa, hoy más que nunca, que cada cual se haga más caso. Comemos de más y caminamos de menos, consumimos demasiadas pantallas y descansamos demasiado poco. Nos movemos como un pequeño hamster en su rueda... y terminamos agotados.

El problema es que la gran mayoría de los profesionales sanitarios públicos no ganan gran cosa al meterse en la arena pública. No venden motos, no tienen consulta privada (generalmente) y no sacan nada de una participación en medios de comunicación. Como mucho se meten en alguna red social, pero son pocos los que participan, la mayoría observa. Cosa que entiendo porque a la mínima es común que algún descerebrado te salte a la yugular.

Llevo más de una década usando Internet para comunicarme con pacientes y producir contenidos de salud que favorezcan la toma de conciencia y la reflexión. En este tiempo he visto como han florecido cientos de blogs y páginas personales para luego marchitarse y desaparecer. He seguido con atención la participación de muchos sanitarios en redes sociales, sus idas y venidas, sus éxitos y sus defenestraciones. Lo cierto es que la blogosfera sanitaria española se ha desinflado bastante y es difícil encontrar blogs o páginas de calidad que persistan en el tiempo. No hay retorno de la inversión, o si lo hay no parece suficiente.

Sin embargo cada vez estamos más medicalizados, sobrediagnosticados y sobretratados. Toleramos menos cualquier malestar físico, psicológico o existencial. Estamos más agitados y sobreestimulados. Estamos más solos.

Muchos problemas de la vida se llevarían mejor con acompañamiento, cariño, escucha y atención. Pero esto no mueve el mercado y no parece estar de moda, seguimos yendo al médico a por pastillas. Hacen falta voces que rescaten la posibilidad que tiene cada cual de cuidarse y cuidar a los demás y lo repitan una y otra vez. Por que aunque el estruendo de la plaza del mercado es enorme, una pequeña voz puede aportar mucha luz a quien se siente al borde del naufragio.


viernes, 27 de julio de 2018

El lado oscuro de la salud





Nos han vendido que la salud es bienestar completo. Las sociedades avanzadas lo proclaman a los cuatro vientos al definirse como estados de bienestar. La paradoja es que el personal cada vez se encuentra peor y colapsa ante el más mínimo conato de malestar en cualquier esfera de la vida. Parece que está mal visto experimentar cierto tipo de emociones como tristeza, ira, asco, agobio, incertidumbre, desazón... sobre todo si duran más de 48 horas. Parece que sentirse solo, descorazonado o desesperanzado es indigno o nos obliga a buscar un tratamiento médico urgente.


Nadie nos ha explicado que la salud tiene su lado oscuro, como todo, y no es precisamente la enfermedad, que es otra cosa. Por supuesto que la salud incluye bienestar pero también una cota de sensaciones corporales desagradables, pensamientos no deseados o emociones incómodas. Incluso los que gozan de cuerpos y estados de salud vigorosos sienten de vez en cuanto algún tipo de molestia si han dormido menos de lo necesario, se han sobrecargado físicamente o han comido más de la cuenta. El dolor y el malestar son intrínsecos a la vida y por lo tanto aparecen tanto en la salud como en la enfermedad. 


Este malentendido nos está poniendo en un apuro al estar sobrecargando los servicios de salud, y aumentando las tasas de sobrediagnóstico y sobretratamiento social. Cada vez consumimos más pastillas y remedios para tapar sensaciones molestas o incomodidades inherentes a nuestros estados de salud normales.


Si te interesa este tema y quieres profundizar además de en este blog lo explico a fondo en el libro Diario de un médico descalzo. Si como sociedad y como individuos no mejoramos la comprensión y la aceptación de algo tan importante como esto nos irá mal comunitariamente y en lo personal. El manejo de crisis vitales, enfermedades y de la propia muerte requieren comprender que la vida y la salud constan de un lado luminoso y otro oscuro, de bienestar y malestar. Relacionarnos con el malestar con estrategias que no sean únicamente de evitación o huida parece un curso de acción interesante.

miércoles, 18 de julio de 2018

¿En qué grado somos los profesionales de Atención Primaria responsables de su deterioro?






Tras leer una reflexión de Rafa Cofiño sobre la arrogancia de la medicina de familia y la Atención Primaria donde con criterio se pone el dedo en algunas yagas acepto la invitación del autor para unirme a su línea de pensamiento y plantear la pregunta que da título a este texto.

Lo primero aceptar, aunque sea con dolor, que los pecados capitales que cita Rafa son totalmente ciertos. Agresividad asertiva, buenismo exacerbado, soberbia, orgullo, arrogancia y algo de ceguera, confusión y falta de referentes, guías o un mínimo liderazgo con sentido.

Y es que la reforma de la Atención Primaria que trajo los actuales centros de salud, la medicina de familia, la enfermería comunitaria y todo lo demás fue un claro avance congruente con los tiempos. Una subida de escalón. Lo que parece que ha ocurrido es que nos hemos quedado de piedra en ese rellano, dentro de una escalera sanitaria que parece derrumbarse poco a poco. ¿Por qué no se han dado más pasos? ¿Por qué no ha avanzado el modelo, la forma en que prestamos servicio y atención?

Responder estas preguntas no es sencillo, no por falta de respuestas válidas sino por ausencia total de alternativas o propuestas implementables. Como mucho hemos desarrollados modelos teóricos o elaborado sesudos informes y manuscritos dando cuenta de lo mal que está la cosa pero sin conseguir que nadie ponga un euro o acometa cambios de calado. Llevamos mucho tiempo acumulando manos de pintura sobre un casco apolillado que no deja de abrir vías de agua cada vez más terribles. Ahora lo llaman cronicidad, complejidad o envejecimiento poblacional pero son las mismas heridas del sistema por las que cada vez mana más agua.

Sergio Minué lleva años predicando en el desierto los males y pecados que sufre la medicina de familia y la Atención Primaria. Lo hace desde su blog con una gran lucidez, aportando argumentos de peso y su correspondiente defensa teórica. Su discurso también suele señalar hacia la pregunta con la que empezamos esta reflexión. Y es que alguna responsabilidad tendremos los miles de profesionales que servimos en este barco maltrecho llamado sanidad y sus correspondientes asociaciones profesionales (colegios, sociedades científicas, sindicatos, etc...).

Lo cierto es que no es fácil proponer cambios e innovación en ámbitos rígidos, sobrecargados y hiperburocratizados y desfinanciados. Después de atender una consulta de más de 40 pacientes o de alguno menos pero con mucha complejidad, no suelen quedar ganas para inventar la pólvora o comenzar una revolución. Conozco a muchos médicos de familia que sobreviven como pueden en cotidianidades que les chupan literalmente la sangre. Los pecados que se nos achacan son todos verdaderos, y la lista propuesta se queda claramente corta. Pero a los pecadores anemizados por décadas de sangrías tanto en el presupuesto como en sus carnes no les da su maltrecho cerebro para hallar el grial que les conduzca a ese edén sanitario de los que todos hablan pero que nadie ha visto (ni siquiera en el Reino Unido o los países nórdicos).

Un servidor se reconoce pecador. También del todo ignorante, mucho más sobre cualquier tema de griales santos o profanos. Ahora que me he retirado a trabajar de médico de pueblo mi ignorancia es aún mayor al empezar a darme cuenta de que la complejidad social, psicológica, biológica y existencial de los pacientes que atiendo supera en mucho mi capacidad. Hace falta tiempo y espacio para enfrentarse, atender adecuadamente y aguantar la incertidumbre que trae consigo la complejidad. Si además viene llena de dolor, sufrimiento, agobio, edad avanzada y pluripatología no les digo nada. Pero con el tiempo pasa como con el dinero: parece que no hay.

Soy consciente de que las propuestas que hemos podido haber lanzado en estos años, los caminos que han acabado en fracaso o los pocos aciertos que hayamos conseguido no serán suficientes. No hemos tenido fuerza (probablemente por nuestra legendaria desunión) las enfermeras, trabajadoras sociales, administrativos, matronas, directivos y médicos que trabajamos en Atención Primaria para que nada de calado se implemente. También me doy cuenta de que será el mercado, una vez más, el que ocupe el vacío de liderazgo y de propuestas. Y no me gusta nada el panorama.

¿Responsabilidad? Sí, asumo que soy enteramente responsable de este nuevo hundimiento, quizá el último. Pero no soy ingenuo, también lo son los cuadros directivos que durante años han minado datos en lugar de salir del despacho y atreverse a hacer cambios, los políticos que han priorizado año tras año su interés y el ciudadano medio que en general se ha mantenido al margen.






Trailer SEIS MINUTOS from Seis Minutos on Vimeo.

viernes, 13 de julio de 2018

La conciencia de vida

La conciencia de vida

Sorprende lo mucho que nuestra sociedad abomina de la muerte y lo poco que siente y celebra el estar vivo. Como los peces en el agua nadamos sin cesar nuestro tiempo de vida sin darnos cuenta del invisible líquido que nos sostiene. Y es un problema porque cuando queda de manifiesto su levedad, en una crisis vital o enfermedad, lo primero que pedimos es que nos quiten de encima la dificultad lo antes posible.

Reconocernos seres vivos es un paso pero de ahí a sentirlo hay un trayecto. Más si cabe si hablamos de mantener una conciencia a lo largo del tiempo. En determinadas ocasiones nos sentimos intensamente vivos al experimentar emociones fuertes o vivencias intensas pero no es lo habitual. Lo corriente es habitar existencias tranquilas de ritmo conocido y música monótona. Rutinas que no facilitan mucho el hecho de sentirse uno vivo.

Cuando nos miramos al espejo por la mañana ¿qué es lo que vemos? Miles de millones de seres humanos levantándose a diario y mirando su cara una y otra vez... para ver unas facciones conocidas, el pelo más o menos despeinado, alguna arruga o quizá algún rastro de la jornada previa. ¿Cuántos al mirarse se dan cuenta con gozo de que están vivos, de que están plenamente despiertos, de que se sienten bien?

Cultivar la conciencia de vida es un privilegio humano que merece la pena ejercer. Del mismo emanan valiosos regalos como el reconocimiento de que estamos habitados por una vida que comparte propiedades físico-químicas y biológicas con otros incontables seres de mayor o menor complejidad que nos rodean. El asombro de que encarnemos delicados niveles de complejidad que sostienen propiedades tan maravillosas como la creatividad o la compasión. La posibilidad de crear música, catedrales o vehículos que se deslizan por el espacio... La maravilla de ser seres autorefenciales que se hacen preguntas mientras miran el cielo estrellado.

Lo verdaderamente triste del tema es constatar el desconcierto y sufrimiento de los que no se dan cuenta de que están vivos hasta que se encuentra con un diagnóstico infausto o un pronóstico vital reducido. No es posible recuperar la conciencia de vida que no se utilizó y eso causa un profundo pesar.

En una época que venera el entretenimiento y la distracción nadie nos explica el precio de mantenernos permanentemente despistados. Un precio alto por cierto que entre otras cosas se deriva de pasar más tiempo mirando pantallas diversas que a los ojos del prójimo o a los propios. Dedicar grandes esfuerzos y espacios a cuestiones intrascendente y muy poco a ese jardín interior que Voltaire animaba a cuidar tiene pues consecuencias indeseadas.

La vida es asombrosa, qué bueno sería que todos lo experimentásemos y atreviéramos a sentir cotidianamente. Rescatar pequeños gestos como saludarnos por la mañana al mirarnos al espejo, reconocer a los demás con guiños de respeto y buena educación, agradecer los alimentos antes de consumirlos o mirar de vez en cuando nubes, estrellas, paisajes u horizontes quizá sean una de las formas más sencillas de prestar atención al hecho de estar vivos.

Y cuando llegue el fin podamos decir como Neruda: "confieso que he vivido".

viernes, 6 de julio de 2018

¿Es posible una asistencia sanitaria humanizada si los profesionales trabajan en condiciones deshumanizadas?





En los últimos años se ha empezado a utilizar la palabra humanismo en la alta gestión de la salud creándose al efecto los correspondientes cargos que incluyen hasta viceconsejerías. Es un tema que me interesa mucho y sobre el que reflexiono frecuentemente. Hoy dejo una sencilla pregunta en el aire que ha generado cierto debate en las redes sociales.












Sonreír en la adversidad





Uno de los indicadores que más valoro a la hora de acompañar a mis pacientes más mayores o complejos es la cantidad de veces que sonríen.

Es cierto que no es un indicador al uso y no está recogido en las guías de exploración clínica pero uno, que ya es perro viejo, sabe de cierto lo que vale. También es verdad que existe una gran variabilidad interpersonal entre los que las prodigan y los que a penas las esbozan. Conocer bien a mis pacientes me permite no dejarme engañar, sé de buena fuente lo que vale la sonrisa de cada paciente, en especial las de los que sufren dolor crónico, enfermedad severa o situación incapacitante.

Cuando consigo, pese a mi poca gracia y mis limitadas habilidades de comunicación, que me regalen una lo agradezco enormemente. Sobre todo porque sé que es una buena medicina tanto para el paciente como para sus cuidadores. También para mi.

Las personas que atraviesan enfermedades largas, crisis vitales o dificultad importante son un preciso testimonio para todos los que nos relacionamos con ellas. Un ejemplo que se visibiliza poco y que desgraciadamente se suele esconder de la vida pública para detrimento de los que se podrían beneficiar de esa enseñanza.

Me vienen a la memoria las sonrisas de las últimas semanas, las miradas brillantes, el contacto con el brazo o el apretón de manos de aquellos a los que atendí y conseguí animar o quizá fortalecer un instante. Las traigo aquí como homenaje con la intención de dignificarlas y ponerlas de relieve. Valen mucho más de lo que pensamos.