Mostrando entradas con la etiqueta espiritualidad. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta espiritualidad. Mostrar todas las entradas

lunes, 21 de agosto de 2017

La enfermedad como oportunidad




Cuando notamos cualquier síntoma o signo de enfermedad solemos desear que desaparezca lo antes posible. Casi de forma automática nos automedicamos o acudimos al servicio sanitario más accesible que tengamos. Exponemos nuestro problema y de forma implícita o explícita pedimos algún remedio rápido para solucionarlo cuanto antes.

En la mayoría de los casos la propia capacidad corporal conseguirá volver al equilibrio perdido en pocos días, aportando poco valor los medicamentos o remedios. Si el problema de salud tiene cierta gravedad sí será necesario ayudar con tratamientos y medidas externas.

Suelen ser más difíciles de sobrellevar los procesos de enfermedad largos o crónicos. En estos casos es habitual mantener una relación continuada con los profesionales sanitarios y seguir regímenes terapéuticos prolongados con mayor o menor eficacia. Es habitual enfrentarse a sentimientos de desesperanza, miedo, ira, cansancio, tristeza... también lo es sentirse solo, minusvalorado y discapacitado.

Llama la atención que en estas situaciones no deseadas no se ayude a la persona en tiempo de enfermar a adaptarse mejor al mismo. De hecho es excepcional preguntarle cómo lo está llevando o señalar y aconsejar algún aspecto de higiene psicológica o autocuidado personal. En mi experiencia he constatado que a mayor grado de resistencia frente a la enfermedad, mayor sufrimiento. Este aspecto tampoco se suele explorar durante la relación clínica, las enfermeras o los médicos no solemos interesarnos en cómo se lleva el paciente con su malestar pese a que sea evidente en el lenguaje verbal o no verbal del mismo.

Otro aspecto que también suele pasar desapercibido es el sentido que la  enfermedad, el dolor y el sufrimiento puedan tener para el paciente. Lo habitual es que no tenga ninguno, incluso que no se haya planteado esta cuestión. En mi opinión creo que podría aportar valor favorecer que la persona en tiempo de enfermar se formule sus propias preguntas sobre el qué, el por qué y el para qué de su proceso. Animar a que se atreva a contemplar la luz y la sombra de este tiempo y trate de encontrar los elementos que le indiquen cuáles son sus valores, deseos y necesidades. De todo ello podrá destilar un sentido vital que le ayude a avanzar hacia el horizonte elegido. De lo que no cabe duda es que la enfermedad suele simplificar las cosas y dejarnos claro la diferencia entre lo principal y lo accesorio.

Las enfermedades se tipifican y describen en nuestra sociedad según sus aspectos biológicos, psicológicos y sociales. Por esa razón el sistema sanitario no suele ofrecer cursos de acción que incluyan la dimensión existencial, ética y transcendente de la persona. Las oportunidades, enseñanzas, luces y sentido que pudiera contener la enfermedad se esconden precisamente ahí. Dado el enorme coste personal que tiene caer enfermos pareciera inteligente rescatar las potenciales pepitas de oro que pudiera esconder. Si no se buscan se perderán irremisiblemente y habremos dejado de aprender alguna valiosa lección. Y cuando no pasamos un examen, la vida es pertinaz.






viernes, 7 de julio de 2017

Infiernos, desesperanza y sinsentido

En mi columna del Huffpost de esta semana reflexiono sobre la desesperanza y los estados negativos que lleva asociada. Es una realidad que pienso debería ser mejor manejada en general, tanto a nivel personal como social. Un campo de sufrimiento que tendría que ser tomado en cuenta por los profesionales de la salud. 







Las peores llamas del infierno son aquellas que nacen de la desesperanza y el sinsentido. Los profesionales de la salud lo sabemos bien. Acompañamos a muchos caminantes, como Virgilio hizo con Dante, por los pasadizos de los flamígeros círculos sanitarios llenos de procesos, estrategias de crónicos y otros peligros.

Frente a las catástrofes vitales caben muchas posibilidades, la mayoría adaptativas. Pero en ocasiones la persona se siente desbordada y pierde pie, cayendo por la resbaladiza pendiente de una adicción, una conducta peligrosa o una ideación suicida. Los desesperados son muy peligrosos, sobre todo para ellos mismos, aunque no perdamos de vista la posibilidad de que puedan hacer daño a su entorno. En el germen de muchos tipos de violencia y maltrato se esconde una pérdida de rumbo, valores o desesperanza.

Paradójicamente no es siempre fácil poner de manifiesto estas cuestiones. Algunas personalidades las guardan en la profundidad de su intimidad y no se permiten verbalizarlas a nadie. En esos casos el sufrimiento rezuma por los cuatro costados y el mismo gesto suele ser relevante pero la queja se suele disparar hacia problemas físicos o malestares circunstanciales. Será excepcional que el profesional de la salud se interese por la dimensión existencial y de valores de la persona, por lo que su situación se etiquetará como problemas biológicos varios y depresión/ansiedad que no mejora con tratamiento. A estos pacientes se les incluye entre los "difíciles" dado que no responden a ningún plan de cuidados, suelen ser hiperfrecuentadores y no dejan de quejarse por incontables cuestiones.

No nos solemos dar cuenta de que debajo de un mar de quejas hay siempre un sufrimiento profundo no atendido. Y si bien es cierto que en una consulta breve de centro de salud no es fácil desplegar el tiempo, la energía y la conciencia para desvelar estas cuestiones, también lo es que el único camino posible pasa por ofrecer la posibilidad de verbalizarlo en un entorno de confianza y eso si lo pueden ofrecer los trabajadores sociales, enfermeras y médicos.

Creo que es hora de una ampliación de rol de las profesiones sanitarias que incluya estas dimensiones de la persona que pese a ser ocultas y pertenecer a su ámbito íntimo pueden ser causa de profundo sufrimiento y enfermedad. A la par que reconocerlas y cuidarlas en los propios profesionales probablemente les protejan del exceso de queja y el desgaste profesional.



lunes, 15 de mayo de 2017

Manejo de la desesperanza en Atención Primaria






Una de las patologías  prevalentes en las consultas de Atención Primaria es la desesperanza pero al ser invisible no se suele diagnosticar, codificar, acompañar debidamente ni dejar reflejado en la historia clínica. Lo mismo pasa con la falta de sentido, la soledad, las relaciones patológicas con uno mismo o el aislamiento, el rechazo social, los malos tratos o la explotación en todas sus facetas. La clasificación de enfermedades más usada, la CIAP 2 incluye una serie de códigos Z para problemas sociales pero no hay apartado para problemas de la esfera espiritual/existencial/transcendente. No existen. Esa esfera no está tipificada ni considerada dentro del sistema sanitario, ni siquiera dentro de la medicina de familia que tiene por gala ser la disciplina con mayor apertura de mente del sistema. Y si encontramos algún retazo en otras clasificaciones parecieran ejercicios teóricos que finalmente no se llevan a la práctica.

En la clasificación de diagnósticos de enfermería NANDA, si existe. Afortunadamente en enfermería tienen muchas veces más longitud de miras que en otros campos de conocimiento. Sin embargo esto queda limitado en la práctica diaria donde es casi imposible que una enfermera cree un episodio con ese epígrafe (tendría que hackearlo sobre otro episodio) y por lo tanto que un apunte que se escribiera sobre el tema no se perdiera en la marea desorganizada de una historia compleja.

Puedo decir que detrás de muchas bajas laborales, somatizaciones o personas que acuden repetidamente al sistema sanitario buscando ayuda hay un fondo de desesperanza o falta de sentido. Puedo decir que al no ser detectado por los profesionales sanitarios estas personas acaban con diagnósticos, tratamientos, derivaciones y protocolos que poco alivian su desazón y suelen terminar confundiendo y cansando a sus facultativos que ven con impotencia que no pueden ayudar a su paciente además de produciendo daños indeseados o efectos secundarios.



¿Pero es la desesperanza una enfermedad? ¿Es posible objetivarla? ¿Podemos llegar a etiquetarla como enfermedad? ¿Existe tratamiento?





Creo que no se trata de crear más etiquetas diagnósticas, protocolos ni guías terapéuticas. Como dice el dr. Julio Bonis en un tuit códigos tenemos todos los que queremos y más. El reto es averiguar qué hacemos dentro del ámbito de la salud  con esa parte transcendente del ser humano que no se puede incluir en las dimensiones biológica, psicológica o social y que en ocasiones nos produce sufrimiento, desazón y dolores de cabeza. En mi opinión seguimos ciegos hacia ella dado que la ciencia y la razón no pueden iluminar la dimensión metafísica del ser humano, ese territorio donde habitan los valores, la ética, las creencias fundamentales y nuestra visión del mundo y de nosotros mismos.

Llamar a las cosas por su nombre siempre es el mejor camino para encontrar la solución a un problema. Si a la desesperanza la llamamos depresión la persona seguramente salga de consulta con unas recetas en la mano y una derivación a salud mental. Si la llamamos somatización seguramente con la cara torcida del profesional y la sensación de que "no me han mirado".

Probablemente no sea cuestión de sanitarizar la dimensión espiritual sino de ser capaces de ponerla de manifiesto y verbalizarla en más ámbitos sociales de los habituales incluyendo el sanitario. La posibilidad de convertirla en narrativa ya es por si misma sanadora. Es verdad que el lugar para que ello se produzca a lo mejor no debería ser una consulta de un centro de salud, también lo es que para mucha gente no hay muchas más alternativas. Nadie nos enseña a caminar por los desiertos interiores, en un tiempo en el que cada vez estamos más solos y en el que la compañía del móvil, la tecnología y un ritmo de vida acelerado no nos ayudan para esto. Las viejas religiones son olvidadas y las nuevas centradas en el mercado, el éxito y otros dioses no parecen dotadas de mucha compasión.

No tengo las respuestas a las preguntas que antes formulé  por lo que tendré que ponerme a estudiar más y a reflexionar en profundidad. Espero que también pueda contar con su reflexión y si lo desea sus comentarios a este artículo. En octubre seguiremos profundizando este tema en una interesante jornada en la Escuela Andaluza de Salud Pública por si a alguien le puede interesar.





jueves, 16 de junio de 2016

Higiene moral



Los seres humanos somos imperfectos. Nuestros errores nos producen dolor en muchas ocasiones. Lo sentimos en forma de culpa, de intranquilidad moral, tal vez como pinchazos éticos. Las tradiciones religiosas han incorporado desde siempre formas de lavar esas manchas que indefectiblemente terminan tiznando nuestra biografía. Pero hoy, con la gran crisis que los sistemas religiosos sufren y grandes masas sin ningún tipo de inquietud o asidero transcendente, ¿quién perdona los pecados?

A mi consulta de medicina de familia acuden con frecuencia personas atribuladas. No me confiesan sus pecados pero sí sus dolores, penas y alguna que otra culpa. Nuestra sociedad está perdiendo el arte de escuchar y acompañar, el arte de transformar los errores en oportunidades de reconciliación o de mejora. Lo que no cambia es el peso de la culpa, el dolor moral que queda tras un error que no nos perdonamos. Ni los profesionales sanitarios ni los psicoterapéutas somos los más indicados para operar en este nivel, pero tristemente en muchas ocasiones somos los únicos disponibles.

¿Enseñamos a nuestros hijos cómo manejar sus errores y la culpa que de los mismos se deriva? Sería bueno que lo hiciéramos del mismo modo que les enseñamos a lavar sus manos antes de las comidas. Los africanos tienen mucho que enseñarnos a este respecto. El manejo que hacen de estos temas suele ser mucho más sano psicológicamente.







miércoles, 27 de abril de 2016

¿Debe interesarse el médico por las creencias de sus pacientes?



 San Juan Bautista. Leonardo da Vinci





En la consulta médica aparentemente se habla de todo pero hay temas que suelen quedarse fuera. Por poner un ejemplo se habla poco de sexo pese a que las disfunciones a este nivel son de elevadísima prevalencia. Se habla poco de emociones fuera de las "ansiedades" y "depresiones" con la que los galenos etiquetan todo lo que huele a situación emocional mal manejada. Y no se habla nada de filosofía y religión, temas tabú donde los haya dentro del mundo sanitario.

¿Debe interesarse el médico por las creencias de sus pacientes?

Para responder habrá que contemporizar. Si el motivo de consulta es un catarro o un dolor de espalda no ha lugar pero ¿qué ocurre en los casos de duelo, trastornos adaptativos mixtos o sobrecargas emocionales severas?

¿Son lícitas las siguientes preguntas?

*  Acaba de perder a un familiar, ¿Tiene usted alguna creencia que le ayude en estos momentos?

*  Tras su doloroso divorcio, ¿tiene a alguien con quién hablar el tema?,  ¿le sirve de ayuda la meditación o la oración en éste momento?

 *  En su situación de mobbing laboral ¿encuentra consuelo en alguna idea o creencia?


Los profesionales sanitarios no solemos explorar esta esfera. Pese a que los médicos de familia somos especialmente sensibles al abordage bio-psico-social no nos atrevemos a abordar en consulta lo filosófico/religioso/transcendente. Por pudor, vergüeza, para no meter la pata o directamente para evitar malentendidos.


Rescatar preguntas abiertas como las expuestas da la opción al paciente a hablar de estos temas si le place. Si no quiere obviamente no lo hará. En mi modesta opinión no se trata de que el facultativo oriente o dirija hacia ninguna parte sino de reconocer que el ser humano tiene una dimensión transcendente que se hace especialmente evidente en las situaciones duras de la vida y que puede ser rescatada para aliviar, sanar o sencillamente encontrar sentido a lo que está pasando. Que el paciente quiera hablar en consulta de ella o no es su decisión, pero no creo que le siente mal a nadie que un profesional sanitario se interese por sus valores y expectativas vitales.

Hace unos años Lou Marinoff publicó un libro que se hizo célebre titulado Más Platón y menos Prozac donde animaba a sus lectores a elegir un abordaje filosófico de las adversidades de la vida en lugar del farmacológico predominante. Me pareció bastante pesado y no lo pude acabar pero no hay duda de que el título tiene pegada. En un momento como este, con el consumo de fármacos más alto de la historia, parece pertinente repensarnos el tema.

Desgraciadamente no puedo dar mucho ejemplo dado que son pocas las ocasiones en las que he ofrecido estas preguntas a mis pacientes pese a que la dimensión transcendente de la persona me resulta de la mayor importancia. Por ese motivo comparto públicamente mi inquietud dado que sé hay profesionales y pacientes en la sala con mucha más capacidad reflexiva que éste sencillo médico de pueblo.
















jueves, 17 de marzo de 2016

Relectura de Lucas 15






"Un padre tenía dos hijos; y el menor de ellos le dijo: padre dame la parte de los bienes que me corresponde; y les repartió los bienes". Lucas 15.





Un padre tenía dos egos; el hedonista le dijo: deseo que mueras y me dejes disfrutar libremente de tus bienes; y le permitió marchar. Poco tiempo después el ego hedonista se apartó con toda su herencia y la dilapidó en actividades y placeres diversos. Cuando no le quedó nada empezó a sentir mucha necesidad. Trató de hacer arreglos pero nadie le atendía ni le daba el alimento que precisaba. Volviendo en sí razonó: cuántos contenidos mentales tiene mi padre de todo tamaño y condición y él les atiende y provee debidamente mientras que yo estoy aquí abandonado y me muero de soledad. Volveré y pediré perdón.
El ego hedonista volvió y viéndole lejos su padre salió corriendo y le abrazó, restaurándole su dignidad y dejándole entrar en casa donde preparó una fiesta.
El ego riguroso estaba cumpliendo sus obligaciones y cuando volvía a casa preguntó porqué había fiesta. Le informaron de que su hermano hedonista había regresado y su padre ordenó hacer fiesta por haberlo recuperado con salud. Se enojó y no quería entrar. Salió el padre a convencerle para que pasara pero él respondió que no era justo que tras tanto tiempo a su servicio no hubiera recibido suficiente reconocimiento y que ahora hiciera fiesta por un ego hedonista que tras abandonarles había malgastado los recursos de la familia. El padre respondió: tu tienes la mejor parte al estar siempre conmigo y tener toda mi atención y mi cuidado, todo lo que tengo. Pero ahora era necesario hacer fiesta porque tu hermano estaba muerto lejos de nosotros y ahora ha revivido; volvemos a ser una familia viva.



El texto original del capítulo 15 de Lucas es una obra maestra. En pocas líneas nos regala una foto teológica que es de las mejores aproximaciones de la dinámica compasiva de Dios. Me he permitido hacer una relectura psicológica para aplicar el texto a la condición humana formada por muchas partes. Si establecemos la mente como un trío entre una fuente de conciencia, una parte hedonista y otra normativa (semejante a la que han hecho Freud y otros muchos autores) podemos inferir que ese sistema pueda alternar tiempos de equilibrio y buena relación con otros de crisis y zozobra. El sufrimiento humano suele nacer de un intento de romper el triángulo que constituye el cimiento de la persona. O bien el ego hedonista quiere matar a los demás para vivir solo o el ego normativo quiere hacer lo propio para velar por su  interés. Sin embargo ni el uno ni el otro pueden sobrevivir mucho tiempo fuera del foco de atención de su padre que es el que permite su existencia. A su vez el padre necesita a sus dos hijos para desenvolverse en las circunstancias del mundo. Entender esta dinámica es fundamental para comprender porqué nos rompemos y sufrimos. El texto es magnífico en su sencillez y permite que cada cual saque sus propias conclusiones. ¿Cómo me relaciono con mi parte consciente? ¿Quiero escapar de ella o estoy en paz en su presencia? ¿Cómo me relaciono con mi ego hedonista que trata de escapar de casa para gozar? ¿Y con mi ego normativo que a veces arde de rencor y de odio?

Revisitar los viejos textos puede depararnos sorpresas. A veces las respuestas que buscamos están mucho más cerca de donde suponemos.









jueves, 10 de septiembre de 2015

Frente al cáncer ¿merece la pena ser espiritual?

miércoles, 25 de febrero de 2015

El nuevo paradigma de salud: acabar con la guerra a la enfermedad











Lo más innovador que podrían hacer los sistemas sanitarios de los países avanzados es cambiar el paradigma de salud existente basado en la guerra a la enfermedad. Tanto la definición de salud como la "moral" sanitaria se basan en considerar la enfermedad y la muerte como no deseables ergo combatibles al posicionarlas como enemigo a batir. La muerte deviene en tabú y se esconde en hospitales y salas, deja de ser pública para pasar a ser oculta. Con respecto a la enfermedad se establece un combate que el lenguaje pone a las claras: guerra al cáncer, combatamos la demencia, medicamentos killer, tratamientos agresivos, cirugías radicales, radioterapias erradicadoras... Las sociedades nunca se han llevado demasiado bien con la enfermedad si bien es cierto que en otras épocas padecerlas permitía cierto grado de redención personal y crecimiento. Hoy no. Estar enfermo es dejar de ser productivo y eso se penaliza. Nadie lo quiere. Por lo tanto hay que combatir todo aquello que menoscabe nuestra productividad. No toleramos que las actrices envejezcan y las espirales de cirugías estéticas se extienden a todos aquellos que se lo pueden permitir, los quirófanos se llenan de gente sana que se deja abrir las carnes para verse más guapas. No toleramos la tristeza tras la pérdida de un ser querido, ni que los niños sean movidos ni un sin fin de situaciones para las que se crean nuevas enfermedades con sus correspondientes tratamientos para alegría de quien los vende y pago agradecido de quien las padece.

Los profesionales sanitarios son entrenados durante años como soldados. Reciben instrucción intensiva con contenidos sobre el enemigo, las mejores tácticas y el armamentario diagnóstico y terapéutico disponible. Los más brillantes de cada promoción eligen especialidades con los arsenales más potentes que existen. El objetivo es claro, es imprescindible un diagnóstico precoz y un tratamiento radical siempre que sea posible. Para ello se promueven todo tipo de pruebas de screening como mamografías precoces, densitometrías, colonoscopias, radiografías y analíticas pese a que usadas en sanos suelen dar más problemas que beneficios según nos dice la propia investigación científica. Parece increíble la cantidad de esfuerzo sanitario que se dedica a los sanos sin que estos la requieran, es lo que se llama ley de cuidados inversos, una legislación que ningún político se atreve a reconvertir. Por otro lado se invierten millones en cirugías robóticas, nuevos láser, fármacos biológicos y un sin fin de tecnologías cada vez más sofisticadas, construyéndose hospitales cada vez más grandes a los que acuden turbas cada vez más numerosas. La guerra, ya saben, siempre fue buen negocio para algunos.

¿Qué pasaría si dejáramos de hacer guerra contra la enfermedad?

Es interesante constatar que no hay enfermedad sin salud ni salud sin enfermedad. Estos términos no son polos opuestos sino un gradiente continuo de la propia vida humana. Ambas nos pertenecen, ambas somos nosotros mismos. Yo soy sano y soy enfermo, no puedo tachar mi versión enferma sin tacharme a mi mismo. La visión maniqueista de la vida que el pensamiento único globalizado nos manda por todos sus canales es un reduccionismo que produce dolor. Si no aceptamos nuestros tiempos de enfermar como constitutivos de la vida incurriremos en el error de negar la noche por mucho que nos guste la mañana. Desde este punto de partida que incluye la enfermedad en nuestra biografía la prioridad pasa del combate a la aceptación, de la lucha a la integración, de la huida a la aceptación. No nos pasaremos de rosca, los tiempos de enfermar no son fáciles ni deseables, no decimos lo contrario. Cuando enfermamos todos queremos sanar de nuevo y así ha de ser. El matiz es integrar este tiempo sin hacer combate dado que de hacerlo lo hacemos contra nosotros mismos y en ese caso uno siempre sale perdiendo.

Estamos viendo como cada vez se consumen más fármacos y recursos sanitarios pese a que cada vez la gente se siente más enferma y peor. La guerra no es nunca una buena opción contra uno mismo. Darnos cuenta de esto puede cambiar radicalmente nuestras reacciones frente a la enfermedad tanto si somos pacientes como si somos profesionales sanitarios.

La enfermedad necesita ser narrada, el que la padece precisa explicarla y explicársela. Tal vez si nos acercamos a ella con la suficiente conciencia como para no salir corriendo podamos tejer la narrativa sanadora que nos proporcione el sentido que pueda tener dicha vivencia para cada cual.

Encontrar hoy un profesional sanitario que no tenga una visión belicista sobre la enfermedad es casi imposible. Tal vez esta sea una de las razones por las que mucha gente termina siguiendo tratamientos de medicinas complementarias donde en muchos casos el enfoque es normalmente menos agresivo. Con esta reflexión me atrevo a decir que es posible encontrar un paradigma de salud y enfermedad integrador, no beligerante y amparado por la ciencia. No es necesario que vayamos a ningún santuario a buscar el milagro, basta con tomar conciencia de que la muerte es imprescindible para que haya vida y que los tiempos de enfermedad son consubstanciales a los tiempos de salud. Solo seremos capaces de saber quienes verdaderamente somos si tenemos el valor de mirar a la cara nuestra vida y nuestra muerte, nuestra salud y nuestra enfermedad, intuyendo que de alguna manera somos mucho más que eso.



miércoles, 21 de septiembre de 2011

Inteligencia espiritual y salud



La espiritualidad es un ámbito de humanidad que incluye todo aquello que trasciende la contingencia.

Frances Torralba nos lo cuenta en este vídeo que complementa su libro.

Cultivar la inteligencia espiritual nos provee de mejores capacidades para la serenidad y la felicidad. Incluso para mejorar la salud, dado que el ser humano es algo más que una realidad biológica, psicológica y social. Es un ser con una dimensión trascendente, que se hace preguntas, que tiene valores.

Robert Emmons (2000)  la define como "la forma adaptativa de usar la información espiritual para facilitar la resolución de problemas cotidianos y el logro de metas". Y describe cinco facetas de la misma:

 
  1. La capacidad de trascender lo material. 
  2. La habilidad de experimentar profundos estados de conciencia. 
  3. La habilidad para santificar el dia a dia. 
  4. La habilidad para utilizar recursos espirituales para resolver problemas. 
  5. La capacidad de ser virtuoso. 


En medicina de familia solemos manejar el paradigma bio-psico-social al abordar los problemas que los pacientes plantean. No estaría de más desarrollar alguna sensibilidad para comunicar y traer a la luz estados de "anemia espiritual" que puedan estar condicionando problemas psicológicos o físicos a una persona.

Dado que la enfermedad es buena maestra para abrir y desarrollar la inteligencia espiritual, animaría a los profesionales sanitarios a mejorar su habilidad para acompañar y asistir este crecimiento personal. Como ven en el subtítulo de este blog, para mi, salud y crecimiento personal van irremisiblemente de la mano.

Regalarnos algún tiempo de silencio a la semana o de meditación, una buena conversación con alguien de nuestra confianza o un paseo en algún parque o lugar natural pueden ser sabrosos remedios que alimenten la necesidad que toda persona tiene de trascendencia. No todo se arregla con pastillas, eso ya lo saben.






Foto de Robot Montser

Emmons, R.A. (2000). Is spirituality an intelligence? The International Journal for the Psychology of Religion. 10:27-34

martes, 20 de septiembre de 2011

Espiritualidad y política

Estos dos términos, aparentemente antagónicos, merecen una reflexión.

Pero por mucho que "pasemos de los políticos" no nos es posible pasar de la política como actividad humana que tiene como objetivo gobernar o dirigir la acción del Estado en beneficio de la sociedad.
Si la ciudadanía no participa en política, otros lo harán. Si la ciudadanía delega su gobierno completamente perderá su libertad.

Recuperar la dimensión espiritual o trascendente del ser humano va de la mano de la participación activa en la transformación y avance de la sociedad. Ningún ciudadano no ciudadana puede eximirse de ambos derechos y obligaciones, el del crecimiento personal y el de la participación social.






Cristobal Cervantes es un visionario. Escribe un blog que trabaja los conceptos de Espiritualidad y política desde hace años. Sus ideas y propuestas ayudan a pensar. También lo hará el libro que está preparando y sale a la venta en Noviembre.

En este tiempo de cambios sociales y de zozobra de las instituciones clásicas, el estado del bienestar y el sistema actual de cosas, vale la pena leer a sabios como Francisco Traver, María Elena Ferrer, Raquel Torrent, Jordi Pigem, Pablo de la Iglesia, Koldo Aldai, Antoni Gutiérrez-Rubí, Miguel Aguado, Marià Corbí, Vicente Merlo, Ángeles Román, Ervin Laszlo, Ken Wilber, Leonardo Boff, Benjamín Forcano, Dokushô Villaba, Joan Antoni Melé, Tariq Ramadan, Andrés Schuschny y Federico Mayor Zaragoza.

El índice de autores, lo hace claramente recomendable. Pueden consultar alguna información aquí o reservarlo en la librería el jardín del libro. Yo no me lo pienso perder, espero que ustedes tampoco.


miércoles, 25 de agosto de 2010

La cojera del modelo bio-psico-social


La medicina de familia es quizá la única rama de la medicina actual que se contempla a los pacientes de una forma holística, teniendo en cuenta no solo la dimensión física, sino la psicológica y la social. La atención longitudinal en el tiempo implica un conocimiento de la realidad del paciente, de su entorno, de su familia y redes sociales. Es lo que se denomina información blanda, de vital importancia para individualizar la atención y el tratamiento.

Sin embargo a este modelo le sigue faltando una pata, es la esfera que podemos llamar espiritual, ética o axiológica. Aquella parte del ser humano en la que se mueven los valores, creencias, preguntas sobre la trascendencia y toda la esfera mística.

El prestigioso psiquiatra Paco Traver lo expresa así:

"Lo cual es lo mismo que decir que una psicología que no de cuenta de este hecho incierto que podríamos llamar espiritual es una psicología coja, científica si, pero tan científica que corre el riesgo de no servir para nada al estar divorciada de la esencia de lo humano: la impredictibilidad y la discontinuidad de los fenómenos de la mente."

Muchos trastornos de la esfera psicológica o física entroncan con un conflicto o dificultad espiritual. Los médicos de familia no estamos entrenados para bucear tanto, y socialmente no es sencillo verbalizar o compartir esta esfera.

Tender puentes por ambas partes es necesario. Por parte de los médicos, demostrando interés, formulando preguntas y mostrando el máximo respeto. Por parte de los pacientes considerar sus problemas a la vista de sus valores y creencias, compartirlo con su médico si lo consideran apropiado.

En la sociedad actual la dimensión espiritual brilla por su ausencia, lo que está provocando un malestar mal tipificado al no poder expresarse ni compartirse esta dimensión. La crisis de las formas de religiosidad tradicional y otros cambios sociales tienen mucho que ver. En última instancia merece la pena recordar que todas las dimensiones del ser humano intervienen en sus tiempos de enfermar y de sanar.

viernes, 28 de mayo de 2010

La espiritualidad en medicina

El paradigma más avanzado en medicina de atención primaria es el bio-psico-social. Es el enfoque que permite ver al paciente a nivel biológico-físicio, psicologógico-emocional y en su entorno familiar y social.

Cuando un paciente acude a un médico pidiendo ayuda, expresa un sufrimiento o desequilibrio que en primera instancia suele ser físico. Lamentablemente los seres humanos no somos entes simples, estamos formados de muchas capas y la mayoría de ellas no son claramente visibles. Es función de los clínicos bucear en ellas con el permiso del paciente, ya que las causas o las soluciones a un problema fisico pueden estar en algo tan alejado como una situación laboral, una desavenencia conyugal o un miedo no confeso.

A la mesa del paradigma bio-psico-social le falta una pata que podríamos llamar ético-espiritual. Contendría los valores de la persona, su código moral y su espiritualidad, definida como su relación con lo trascendente, el mundo de las creencias y su aplicación a la vida ordinaria.

Los médicos preguntamos poco del mundo ético-espiritual de los pacientes, en parte por pudor en parte por la premura de una consulta atestada, en parte por falta de conciencia. Me incluyo. Pero tengo la fuerte intuición de que es prioritario abordar el tema en muchos casos en los que no está claro qué le pasa al paciente.

Este terreno pertenece a la parte más sensible y privada de las personas, habitualmente es un jardín que tenemos mal cuidado, lleno de hierbas y abrojos. Es preciso descalzarse para entra en él, pero si nos dan permiso podemos hacer mucho bien abriendo ventanas y permitiendo que el aire fresco y la luz lleguen al centro de la persona que sufre.

viernes, 23 de abril de 2010

MEDITAR PARA RECONDUCIR EL STRESS

Este pequeño video ilustra las posibilidades de la meditación para reducir el stress. Algo tan sencillo como sentarse un rato en silencio esconde un enorme potencial curativo.

Como es gratis no encontraremos mucha publicidad.

Sinembago ¿por qué no atrevernos a  probar algo tan enormemente útil?



Meditacion y control de estres
Cargado por raulespert. - Vídeos de ecología, sociedad, economía y sostenibilidad.