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viernes, 2 de junio de 2017

El flautista epidemiólogo de Hamelin





Me publican hoy en el Huffington Post este cuento de hadas con el que trato de amenizarles un poco el día. No es nada nuevo que no hayamos dicho antes, tan solo aplicamos un mínimo de ironía que espero no haga daño a nadie. 




Les traigo hoy un bonito cuento de hadas medieval que unos investigadores han rescatado del inmenso tesoro narrativo europeo que sostiene nuestra civilización.
La ciudad de Hamelin estaba sumida en el desastre. Las ratas, enfermedades, pústulas y demás hacían verdaderos estragos. El alcaide y el consejo temían que las protestas acabaran con ellos y que la gente eligiese finalmente a un tal Paulo de la Iglesia, un predicador enjuto con don de gentes. Decidieron ofrecer una recompensa en oro a quien librara la ciudad de tantos males y epidemias.
Un flautista especializado en sistemas sanitarios se enteró y acudió a la ciudad postulándose para arreglar las cosas. "Necesitan ustedes crear una Atención Primaria en condiciones. Denme presupuesto y yo me encargo", les dijo convencido. El alcaide pensó que era otro cantamañanas más y le incitó a explicar su propuesta bajo una mirada de enorme suspicacia. El flautista enunció su plan en tono didáctico. "Miren, tienen ustedes el hospital de las monjas saturado. Los magos de los barrios no dan abasto en sus consultorios de cupo, en los que atienden a 80 pacientes en dos horas. Les daremos una flauta mir como esta para que, además de arreglar problemas físicos, puedan enmendar los psicológicos y los sociales, les daremos más horas de trabajo al día y podrán arreglar la mayoría de los asuntos para que al hospital vayan solo los más complicados". El alcaide dudaba, pero el consejo vio sensatez en el plan del flautista y le adelantaron unos doblones para ponerlo en marcha.
Al poco, cada barrio tenía un mago de familia en consultorios nuevos y, efectivamente, las ratas, enfermedades y pústulas desaparecieron. Los vendedores de pócimas y las monjitas se quejaron al alcaide de la situación, se estaban arruinando, dado que cada día tenían menos público. "Denos a nosotras la bolsa de oro, como siempre, ese flautista de barbas no es de fiar", y como le engatusaron con pastas y mantecados, así lo hizo. Cuando el flautista acudió de nuevo a recoger lo suyo, le dijeron que la saca estaba vacía y que Bruselas no iba a mandar más en mucho tiempo. Sapos y culebras salieron de la boca, tanto del flautista como de los magos de familia, que llevaban mucho tiempo trabajando a destajo cada vez más sobrecargados. Se sentían engañados, no sin razón.
Las últimas páginas del cuento han llegado a nosotros dañadas. Parece que los magos de familia, al ver su flauta apolillada, fueron regresando poco a poco a sus quehaceres de magos rasos de cupo, y el hospital de las monjas se volvió a saturar, pese a los planes de crónicos y de innovación de la madre superiora. A los vendedores de pócimas les vino bien que regresaran ratas, enfermedades y pústulas. Del alcaide y el consejo poco sabemos. Aquel fracaso, por una parte, les daba igual, al tener una mutua privada de magos, pero parece que finalmente fueron expulsados del Ayuntamiento por algún predicador con coleta.

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