Muchos amantes de la tecnología esperan con ilusión que sus marcas favoritas lancen el último modelo de teléfono movil. Un aparato que reunirá lo más avanzado del mercado y ofrecerá nuevas prestaciones y mayor potencia comunicativa. No importa que su precio sea descabellado y se asemeje al de una motocicleta, serán muchedumbres las que se pongan en lista de espera o hagan cola para adquirirlo.
La necesidad de contacto y comunicación del ser humano es enorme. También su sed de aprender. Por eso somos tan fáciles de engañar. Los ordenadores, tabletas, móviles y demás gadgets ofrecen un enorme caudal de información unido a una gran capacidad de transferir mensajes personales; ambas cosas son enormemente adictivas. Además se han creado redes sociales que consiguen hacernos sentir acompañados. En consecuencia las relaciones virtuales permiten que aumentemos potencialmente el círculo de conocidos hasta el infinito, dentro de la seguridad relativa que ofrece la distancia. Hemos llenado nuestras vidas de espejismos.
De este modo pasamos el día rodeados de caros aparatos y teléfonos, como esperando una importante llamada que no llega. Todos conocemos esa sensación. Alguna vez hemos aguardado con ganas que nos llamara alguien con noticias, un novio, una amiga, los padres, los hijos, el jefe confirmando un ascenso... Y también conocemos la desesperación cuando esa llamada no llegaba.
Por muy avanzado que sea nuestro teléfono hay una conferencia a larga distancia que no podrá hacer jamás y que paradójicamente es la más importante de nuestra vida, la que llevamos años esperando. Todos deseamos profundamente esa comunicación de quien nos conoce mejor y nos quiere más, pero no termina de llegar.
En el pasado se edificaron enormes edificios, se crearon delicadas obras de arte, se compusieron músicas sublimes para facilitarla. Incontables personas buscaron formas y caminos, trataron de enseñarlos, se hicieron grandes esfuerzos por conseguir comunicar mediante largos puentes dos orillas alejadas.
La llamada que llevamos tanto tiempo esperando es de nosotros mismos. Más concretamente de esa parte profunda, auténtica, delicada y transcendente que nos forma. Esa zona sagrada donde reposa una fuente de vida que produce paz y serenidad a quien la bebe. Habitamos mundos profanos que carecen de esa calidad de agua. Nuestros deseos nos piden bebida de continuo pero no quedan saciados. Aunque nos endeudemos al comprar ese coche de lujo o nos hipotequemos para vivir en una preciosa vivienda, nunca tendremos suficiente.
Hace miles de años los poderosos del mundo antiguo iban al oráculo de Delfos a consultar sus dudas vitales. Conseguían su respuesta previo pago y de propina se llevaban un consejo: "conócete a ti mismo". Es decir: habla contigo, establece contacto contigo, haz tú esa llamada que tanto llevas esperando.
Si el movil de marras que todos desean garantizara poder comunicarse con uno mismo merecería sin duda el capital que cuesta. Afortunadamente no es preciso hacer ningún dispendio, basta con darse cuenta de que es urgente aprender a relacionarnos con nosotros de otra forma. El primer paso es prestarnos atención, atender qué sentimos, pensamos, experimentamos y necesitamos.
Esa escucha debería ser respetuosa, sin juicio, paciente, abierta y generosa. Debería poder acoger todo aquello que oiga, tanto las luces como las sombras, en especial estas últimas que habitualmente nadie cura ni consuela debidamente. Sería deseable que desplegara compasión y pudiera así aliviar todo lo que permanece oculto y encerrado por no haber sido capaces de procesarlo debidamente en su momento.
La grandeza de poder encontrarnos así con nosotros es que nos permite hacer lo mismo con el resto. Solo de esta manera nuestras relaciones y servicio a los demás tendrán verdadero valor.
Una de las mayores causas de sufrimiento humano radica en la incapacidad para que nuestras partes sacras y profanas se conozcan. No es necesario que el altísimo te llame al móvil. Basta con atreverse a mirar en la propia oscuridad. Incluso allí brilla una luz, que no procede de nosotros, capaz de dar sentido a nuestra vida. Quien la conoce deja de caminar a oscuras.
Buenos días
ResponderEliminarMe recuerda al ejercicio que Fidel Delgado proponía en uno de sus cursos, de construir un móvil para comunicarse con uno mismo. Daba una plantilla, para rellenar con las apps necesarias, con los contenidos, con los contactos,... Siempre con su toque de humor titiritero, pero con carga de profundidad, que estalla en el fondo, y asciende empujando las aguas más profundas.
Gracias Marcos por traernos el ejemplo de Fidel Delgado, maestro de la comunicación. Con el lío de vida que llevamos nos vienen bien las manos que señalan lo que quizá sea más importante.
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