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jueves, 21 de julio de 2016

Tres poemas







1. Veintidós entre siete



Me gustaría traerte de nuevo al mundo de los vivos
pero no alcanzo a agarrar tu levedad mucho más alta que la mía
lo intento, salto, lo vuelvo a intentar,
ay... lo invisible...

lo irracional, lo sublime, lo ignoto

busco, traduzco, me ofusco
ay...  obstinación...


quizá con sorna me mires desde allí
sabes que no puedo llegar
sabes lo que lo anhelo


en la playa desierta cincuenta ángeles miraban al oeste
la luz de la tarde era gloriosa, el silencio también
tú estabas entre ellos, los cabellos al viento, las alas desplegadas

me viste allí desnudo
congelado en sorpresa y en imposibilidad

unos ojos humanos,
posados en los tuyos,
un puente que no debía ni siquiera ser imaginado
un instante que lo cambiaría todo


no dejé de soñarte desde entonces
nuestra relación se fue fraguando
en los sótanos de mis oníricas jornadas
en esos mares de poesía que la noche condensa
en el vientre caliente de los anhelos imposibles


ven, quédate aquí un instante,
basta un pequeño toque
el reflejo de algún número primo
la certeza de que el peso del mundo
cabe en una simple inspiración

abriremos las manos
nos dejaremos ir...










2. Una copa de vino


Los poemas no sirven para nada
pero cuando conseguimos que broten de nosotros
nos permiten vivir con dignidad
semejante a dejar que el aire que inspiramos
retorne a las alturas que lo expanden.

No te puedo decir
cómo conseguimos abrir esas compuertas
nadie lo sabe a ciencia cierta
pero sí averiguamos que esas aguas
contienen nuestros nombres verdaderos.

Los verbos iniciales, los áureos adjetivos,
el sentido y todas las caricias que nos dieron
en un magma iridiscente que llamaron poesía
el elixir que bebieron dioses y gigantes
en los altos tiempos imperiales.

Toma mi copa, te dejo que la apures,
ese vino soy yo como ya averiguaron
los místicos antes de ser quemados
ese vino contiene todo lo que seremos
el misterio del mundo, el dos que se hace uno.

Entra en tu cuerpo la bebida completa
y acaricio con ella tus entrañas
que ahora son también diamantino palacio
donde habitaré por siglos infinitos
mientras suspiras mirando hacia levante.

Dulce Nereida yazgo aquí desde entonces
en la profundidad del piélago
que sostiene tus días y llena de ardor tus noches
soy la espuma y el brillo de la luna
soy lo que anhelas y lo que a ti te busca.

Alrededor bailamos, una legión de notas,
una brisa que contiene melodías
un intento matemáticamente inconcluso
de resolver la división por cero
de la que naciste hace ya muchos mundos.

No, no lo sabrás jamás,
no es posible que averigues lo mucho que te aman
la cantidad de amor que vertieron un día
para que el universo te gestara
y tu fulgor naciera de una estrella.

No, no cabe en mente humana
ni tampoco en su pecho por enorme que sea
tamaña sin razón, tamaño espanto,
la armónica cadencia que las esferas cantan
mientras tu acaricias mi cuerpo con tus pasos.

En esa piel confabulas tu prosa
mientras el mar trata de recordarte lo que eres
por eso dejo versos a tu puerta
sabiendo que invisibles
tal vez consigan que retomes tu nombre.










3.


Quiso dejarte
su nombre en un poema;
no se atrevió.

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